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'Fuego y sal' o el retorno a los orígenes para reencontrarnos.

La tarde está gris, toda la mañana ha llovido con fuerza y la humedad se hace patente, sobre todo por el céfiro que se asoma y en el frío que se siente en cualquier parte del cuerpo dejada al descubierto. La pendiente es pronunciada, delante se nos presenta una calle como tapizada de pequeñas y brillantes piedras blancas que se pierde allá arriba, en el mismo monte, y nos deja un regusto a misterio. El olor a leña quemada de encina da un ambiente hogareño a todo el pueblo, invita a sentarse ante la chimenea y contemplar como la noche va llegando, como la lluvia retorna para envolver el caserío, como unas gotas gruesas se desparraman sobre el adoquinado para correr obedientes por el cauce practicado al borde de la acera; qué agradable y atávico es el olor a encina quemada.

Las casas de esta calle, como las demás del pueblo, apenas tienen dos plantas y presentan un blanco de cal que es un consuelo para la vista. A lo alto aparece un coche, se para, no tiene prisa; aquí parece que nadie tiene prisa: ni las personas, ni las cabras, ni el sol, ni la lluvia; solo un mulo, por su continuo patalear contra el portalón que da a la calle, parece que está inquieto. En nuestro derredor, el monte, a trozos pelado, en otros con una oscura arboleda de alcornoques o quejigos, nos proporciona la seguridad de estar en el mundo. En algún lugar cercano, pero sin localizar, se escucha el reconfortante caer del agua.

Durante el caminar sin rumbo, nos encontramos con una pequeña tienda; entramos. Sobre el mostrador se exponen varios quesos de cabra payoya. Un queso que sabe a sierra, a ordeño al amanecer; sanos como unos animales que han tenido un horizonte tan amplio como la sierra, que han corrido entre los riscos por mor de una brizna nacida en una grieta sobre el vacío, que han soportado largos días de una lluvia como nadie que no sea de allí haya conocido. En los anaqueles de atrás tiene varios grupos de pequeños quesos también de cabra, unos están envueltos en ceniza, otros son a las finas hierbas, a la pimienta.

En unos botes de cristal se asoman trozos de queso curados en aceite y especias. Dentro de un capacho vemos unas pequeñas bolsitas con apariencia de cuero; preguntamos qué son. La señora, bajita, algo entrada en carnes y de riguroso luto, nos dice que es cuajo de estómago de vaca, que ella me lo puede vender si quiero hacerme mi propio queso. ¡Ah!, si supiera ella cómo nos hemos alejado de la naturaleza, cómo hemos olvidado nuestro propio cuidado. ¿De qué manera volver a distinguir lo que nos es necesario de lo que nos imponen? ¿Cómo evaluar entre valor y precio? ¿Qué tiempo duraría un civilizado ciudadano expuesto a los avatares de la naturaleza?

Compramos uno de aquellos quesos de cabra payoya para irnos a una pequeña casita, junto a la plaza del pueblo, que hemos alquilado para pasar el fin de semana, encender la chimenea, abrir una botella de buen oloroso viejo y, mientras vamos dando cuenta del queso, leer La senda de Akash, la novela de Saulo Ruiz Moreno, que nos sumerge en esa naturaleza perdida hace tantos años, en el retorno que debemos realizar a los orígenes para encontrarnos con nosotros mismos, en la obligación que tenemos de proteger un planeta que nos es tan necesario. Una obra que nos recrea aquellas sierras en una interposición de tiempos, de espacios, de vidas, para señalarnos el camino preciso por el que hacernos naturaleza.

Así, también, es la vida que quiero recuperar.

José Ruiz Mata.

Sobre el autor:

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Paco Sánchez Múgica

Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

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