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Muchos ciudadanos creen que la vida natural acontece lejos de la ciudad; creen que es preciso viajar a parajes exóticos para admirar el espectáculo de la naturaleza. (Seguir leyendo).

Muchos ciudadanos creen que la vida natural acontece lejos de la ciudad; creen que es preciso viajar a parajes exóticos para admirar el espectáculo de la naturaleza. Pero lo que yo hago simplemente es sentarme en cualquier jardín público de Jerez y escuchar. O ni siquiera escuchar. Como dijo Kafka, sólo hay que esperar, quieto y tranquilo, y entonces el mundo viene hacia ti para que lo desenmascare. No tiene otra opción. El problema está en que es mucho más difícil esperar y estar quietos que moverse, aunque a priori no lo parezca.

Con la fábula mal entendida de la cigarra y de la hormiga nos enseñaron desde pequeños a rechazar la improductividad. Vamos de acá para allá constantemente, haciendo mil tareas, con la sensación de estar siempre en situación de tránsito, sin darnos cuenta de que, por mucho que nos movamos, estamos siempre anclados en un entorno y de que, en cada momento, estamos interactuando con el espacio que habitamos y con los demás seres vivos que lo pueblan.

Detenerse en un parque y pasar allí un rato sentados, sin hacer nada, atentos a la vida que se desarrolla alrededor, nos permite reconocernos como parte del entorno y comprender que así como nos relacionamos con nuestros jardines, así nos relacionamos con La Tierra.

En muchos aspectos, los jardines públicos pregonan los verdaderos posicionamientos medioambientales de los responsables municipales y autonómicos.

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