Terra

"Para agitar conciencias y prejuicios llegan tres veinteañeras gallegas que pretenden, entiéndase la osadía, ser la voz musical de España en el certamen europeo de la canción"

Antonia Nogales

Periodista & docente. Enseño en Universidad de Zaragoza. Doctora por la Universidad de Sevilla. Presido Laboratorio de Estudios en Comunicación de la Universidad de Sevilla. Investigo en Grupo de Investigación en Comunicación e Información Digital de la Universidad de Zaragoza.

Tanxugueiras interpretan Terra en la primera semifinal de Benidorm Fest.
Tanxugueiras interpretan Terra en la primera semifinal de Benidorm Fest.

Tiene Ramón Piñeiro un texto que siempre me ha gustado. Desde hace bastantes años, el ensayo es un género que, entre lo literario —a veces bebiendo más de lo uno, a lo Saramago— y lo académico ―como a lo Muñoz Molina, sin perder lo periodístico—, consigue acaparar mi interés lector. La obra se titula Siete ensayos sobre Rosalía y, en sus páginas, diferentes investigadores —unos en gallego y otros en castellano— van desgranando algunos aspectos esenciales de su interpretación acerca de la célebre poeta del Camiño Novo. Uno de ellos es Piñeiro, quien en “A saudade en Rosalía”, retrata la lucha de la escritora por hacer del gallego una lengua digna y por reflejar el sentir de los pueblos gallegos. Los versos de Rosalía hablaron de todo: del tiempo, de la muerte, de la filosofía, pero también de la tierra y del dolor. El dolor de los segadores, de los emigrantes, de las campesinas, de las viudas. El dolor “da soidade da térra”, dice Piñeiro. A Rosalía de Castro le dolía la soledad de la tierra. Se me ocurren pocas frases más bellas y más puras.

La tierra es verdad. De ahí que la obra Follas Novas de Rosalía duela tanto. Duele porque rezuma verdad y crítica. Es un alarido, un estallido contra la injusticia social, pero también una glosa a las costumbres populares, a la raíz. Especialmente el apartado cuarto, que no en vano se titula “Da terra”, es donde más vemos ese social costumbrismo tan característico de la autora. Igual es porque la poeta necesita la verdad, necesita volver al origen, a la esencia, a la tierra. En el propio preámbulo de su poemario Follas Novas, Rosalía reconoce que será la última vez que escriba sus versos en gallego, “pagada xa a deuda en que me parecía estar coa miña terra”. Una deuda de pensamiento, dado que nuestra lengua nos compone y nos recompone. Lenguaje y pensamiento, como ese uno indisoluble que construye nuestro estar en el mundo y nos hace ser quienes somos, asimilar lo que pensamos y reconocernos en lo que decimos.

Quién le iba a decir a Rosalía —que precisamente por lo musical ha visto usurpada hoy la generalización popular de su nombre— que 136 años después de su muerte, seguiríamos tirándonos los trastos a la cabeza a vueltas con la lengua. A ella, uno de los máximos exponentes del Rexurdimento del XIX (ese movimiento de revitalización de la lengua gallega como vehículo de expresión social y cultural), que seguiría haciendo falta reivindicar la lengua materna como medio de representación avanzado ya el siglo XXI. Lo estamos viviendo estos días, en los que la vorágine festivalera musical sume a parte del país en el letargo feliz que permite desconectar de la pandemia. Resulta que, para agitar conciencias y prejuicios, llegan tres veinteañeras gallegas que pretenden —entiéndase la osadía— ser la voz musical de España en el certamen europeo de la canción. Y pretenden que esa voz suene a terra en vez de a tierra. Pretenden, como en un cantar galego de esos que en el XIX compuso de Castro, reivindicar la autenticidad que reside en la tradición. Una tradición pasada eso sí por el filtro de su tiempo, del que a ellas les ha tocado. Un canto que sabe a bosque y a encantamiento, que tiene la frescura de la humedad de la tierra y que brama hoy contra las fronteras como antaño lo hicieron otras muchas anónimas contra la dureza del campo y de la ría, como lo hicieron los versos de Rosalía contra la discriminación de la mujer. De aquellas mujeres que, con su cantar, sin saber leer ni escribir, nos hicieron como somos. Quizá sea por eso que el gallego me sabe a verdad. Quizá sea por eso y por mis abuelos, aquellos campesinos sin tierra de la otra punta de España, que esta terra también la siento mía.

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