Diputados en el Congreso, en una sesión.
Diputados en el Congreso, en una sesión.

El verano está en estado puro, con un episodio de canícula que parece abocado a eternizarse. Dentro de unos días, tocará acudir a las urnas para elegir a los diputados y  senadores, y con ello al Presidente del Gobierno del Reino de España. 

Ante estas elecciones, me está resultando inevitable recordar un episodio anecdótico que ocurrió solo unas horas más tarde de desvelarse los resultados de las Elecciones Municipales del  28 de mayo. En un programa radiofónico local de una emisora nacional, tocaba el turno de dar la palabra a los oyentes. Una vez finalizado un proceso electoral, y en caso de una mayoría absoluta, esas lamentaciones públicas carecen de toda lógica. 

De repente, se abrió paso la voz de una señora mayor.  Teniendo en cuenta sus palabras, venía a lamentarse por la elección del mismo Alcalde por un nuevo mandato más. “No saben lo que han hecho ni sus consecuencias”, expresaba la señora entre lamentos. 

Básicamente, muchos ciudadanos creen que las elecciones son un mero trámite en el que se mete la papeleta en una urna.  Se vota sin ideología prefijada y por la impronta, carisma o  etiqueta que pueda tener el candidato. 

Por ello, durante estos días, toca reflexionar para votar la opción que responda de la mejor forma posible a nuestras necesidades, derechos e inquietudes. La participación en unas  elecciones es un acto que tiene consecuencias a corto, medio y largo plazo. De nada sirven los juegos de azar. ¡Votad, votad malditos!

 

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