Escuela abierta
Escuela abierta

Los alumnos del IES de Yeste, en la Sierra del Segura, saben que no tienen que insistir mucho para que demos la clase de filosofía fuera y el aula sea la naturaleza, convencido como estoy de la idea de la naturaleza como maestra que ya promovió la 'Institución Libre de Enseñanza'. Es la mejor forma de comprender las intuiciones fundamentales que tuvieron los primeros filósofos y que nos siguen iluminando. Por ejemplo, la sorpresa y admiración ante la belleza del orden natural y el misterio de que pueda expresarse racionalmente, quizás porque una misma razón lo gobierna todo. El ser humano pertenecía a ese orden como un ente más aunque especial porque en él se manifiesta todo el conjunto del ser. El "yo" es nuestra forma fascinante de estar en el ser porque es el lugar en el que se hace consciente. Quedarnos reducidos al yo, tal y como evolucionó después el pensamiento, sin saber la fuente originaria, nos aísla y nos enfrenta al mundo. Por eso, es necesario recuperar ese vínculo con la vida y cambiar las categorías mentales de posesión y dominio. En vez de  “esta tierra es mía, yo soy de la tierra”, en vez de “yo tengo razón, procurar que la razón, -esa razón común- me tenga a mí”


Lo más importante es común y compartido, el aire, el agua, la tierra. No es una abstracción, lo  podemos experimentar cada vez que respiramos, plantas, animales, personas, todos un mismo  aire. La mayoría de las angustias humanas proceden de no salir de la ambición personal y adoptar la perspectiva global. Elevándose sobre uno mismo y adoptando la visión de conjunto muchas de estas preocupaciones simplemente se disuelven, como, por ejemplo, el miedo atávico a la muerte. Desde el punto de vista individual es una tragedia pero desde la perspectiva de la naturaleza es una necesidad. Más bien deberíamos tener miedo a no aprovechar la oportunidad de estar vivos para cultivar nuestra sensibilidad y conocimiento para captar la belleza del mundo. La filosofía surgió también como lucha contra las ficciones y las fantasías de los mitos.  A los seres humanos nos ha costado mucho aceptar el orden natural y reconocernos como animales y no como reyes de la creación y centro del universo. Aún hoy, desechadas ya muchas fantasías, seguimos con ficciones peligrosas como pensar que podemos dominar la naturaleza y ponerla a nuestro servicio.


Y en ese entorno natural quiero que valoren la cultura rural, un legado de sabiduría de sus antepasados que nos ha traído hasta aquí como un eslabón más en la cadena de la vida. Tradicionalmente, la cultura y la civilización se han relacionado con el ámbito de la ciudad y lo rural se despreciaba como lo rústico e ignorante. Quiero que se sientan orgullosos de esa cultura rural, respetuosa con los ciclos naturales, sostenible desde hace cientos de años, anónima y, en el caso de las mujeres rurales, doblemente anónima, a pesar de haber sido su pilar básico.


He visto desaparecer la mayoría de los oficios ligados a la tierra en los últimos años, sin hacer ruido, calladamente, con la humildad del que pisa la tierra. Queda el paisaje que moldearon con su sudor, las ruinas de los cortijos que se va comiendo la maleza, las sendas que trazaron y sobre todo, el coraje de haber sobrevivido y hacernos llegar la savia de la vida. Y mucha nostalgia por lo perdido a pesar de su esfuerzo y sufrimiento. Porque lo hemos sustituido por una cultura depredadora de la naturaleza, con una agricultura y ganadería regida  por criterios industriales que nos ha proporcionado comodidad y abundancia a costa de ponerlo todo en peligro. Y de vivir en espacios cada vez más artificiales donde no se siente el pulso de la vida. No hay cultura que pueda sobrevivir desconectada de lo natural.


Los que nos dedicamos a la educación tenemos la obligación de ser optimistas. No nos faltan motivos, disfrutamos en nuestros alumnos del albor de la inteligencia humana cuando despertamos la simiente de verdad que anida en el interior de cada persona. Sin inculcar, sólo con estimular y allanar el camino, eliminando obstáculos como los prejuicios, afloran  los derechos humanos, el cuidado de la Naturaleza, la justicia social. Vivimos en un mundo demasiado racional dominado por el dominio y la rentabilidad. La educación en estos valores universales es un camino imprescindible para  hacerlo más razonable, más centrado en la emoción y el cuidado. Es una alegría que durante  la clase nuestra atención la reclamen  los buitres volando o las cabras montesas o la bella mariposa Vanessa atalanta de paso en su viaje migratorio de miles de kilómetros. Nos recuerdan de dónde provenimos, a lo que pertenecemos.
 

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