Réquiem por un embajador

Cátedra Jean Monnet - Universidad de Cádiz.

Luca Attanasio, joven Embajador de la República Italiana en el Congo.

Esta semana a muchos de nosotros nos ha conmovido el vil asesinato de Luca Attanasio, joven Embajador de la República Italiana en el Congo. E inmediatamente nos ha venido a la memoria el asesinato de otros diplomáticos más cercanos y españoles: José Luis Blanco-Briones y de Cuéllar, Embajador en Zimbabue, en 1985; y Pedro Manuel Aristegui Petit, Embajador en Líbano, en 1989.

La figura del Embajador y más genéricamente del representante diplomático, no es un modelo moderno, sino que tiene tantos siglos como la propia concepción del hombre civilizado. En efecto, hay vestigios de representantes gubernamentales en la época mesopotámica, los cuales disfrutaban de una serie de privilegios e inmunidades durante el ejercicio de sus funciones en otras ciudades o territorios. Actualmente, estas figuras se hallan reguladas internacionalmente en Tratados suscritos por la inmensa mayoría de Estados del planeta, concretamente el Convenio de Viena de 1961 sobre Relaciones Diplomáticas y el Convenio de 1963 también firmado en la capital austríaca sobre Relaciones Consulares. Las funciones propias de la representación diplomática, encabezada por un Embajador habitualmente, serían las de representar a su Estado así como proteger sus intereses y los de sus nacionales, siempre dentro de los límites de las normas internacionales; negociar con el Estado receptor; conocer e informar sobre la situación del Estado donde se encuentre realizando sus funciones y, finalmente, fomentar las relaciones amistosas, económicas, culturales y científicas entre los Estados.

Esto es al menos sobre el papel, de acuerdo con lo que indica el Convenio de 1961. Sin embargo, y el Embajador Attanasio era un clarísimo ejemplo, la representación diplomática suele ir más allá y aportar un elemento humanitario, un elemento mucho más personal que individuos notables como él, eran capaces de llevar en paralelo, y particularmente en aquellos países y regiones que se encuentran en permanente crisis.

El caso del Congo es paradigmático de esta situación, un país que ha requerido de presencia de cascos azules de Naciones Unidas a fin de evitar escaladas de violencia, desde la  ONUC (Operación de Naciones Unidas en el Congo) en 1960 hasta la actualidad con la MONUSCO (Misión de Naciones Unidas en la República Democrática del Congo). E incluso con amplia participación de la Unión Europea con numerosas operaciones en los últimos años de naturaleza policial y militar. No obstante, y hay que reconocerlo, el resultado ha sido ínfimo. Congo sigue siendo un Estado fallido, un país donde el gobierno no controla todo el territorio ni toda la población; donde existen milicias de distinto signo político e incluso nacionalidad – especialmente procedentes de la vecina Ruanda – que buscan afianzarse en una parte del territorio y controlar, en la medida de lo posible, sus grandes riquezas: una cuarta parte del oro mundial, un tercio de los diamantes, además de cobalto y especialmente coltán, minerales esenciales para que nosotros, los occidentales, podamos disfrutar de nuestros móviles y de sus baterías. Y a todo ello, debemos añadir sus fronteras cuadriculadas, motivo de enormes conflictos étnicos y que surgieron hace poco más de un siglo por decisión ecuánime de las grandes potencias europeas cuando decidieron repartirse el continente africano.

En relación con la muerte del Embajador Attanasio, ya han comenzado las partes afectadas, tanto las milicias armadas como los propios organismos de Naciones Unidas, en particular el Programa Mundial de Alimentos (PMA) con el que el Embajador fallecido colaboraba asiduamente, a rechazar cualquier responsabilidad en el triste suceso. En mi opinión, en un país como el Congo donde la vida no vale realmente nada, cualquier medida de seguridad se antoja escasa o incluso nula. Hay una situación perenne de tensión entre las distintas facciones, y un enorme poder al que aspiran unos y otros. Pero lo que resulta más grave, es que existe un deficiente interés de las grandes potencias por acabar con el conflicto; prefieren que las grandes riquezas del país estén en manos locales, de fácil negociación y de escasos escrúpulos. Todo sea por obtener el material para la última generación de móviles destinada a la sociedad capitalista, la única que importa realmente. Congo es un claro ejemplo de conflicto olvidado, allí donde las grandes cadenas de noticias ni llegan, ni quieren llegar y ni informan.

Por todo ello, la labor humanitaria del Embajador Attanasio, a través de la ONG creada por su esposa, era una labor íntima, sin grandes titulares, pero con un impacto emocional y solidario son parangón. Es lo que tiene ser servidor de tu país pero igualmente ser humano. El Embajador Attanasio representó los intereses de la República Italiana, allí donde estuvo, pero igualmente los intereses humanitarios y solidarios. Y eso le ha costado la vida. Descanse en paz.

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