Capilla ardiente del papa Pío XII en la Basílica de San Pedro. | CEDOC
Capilla ardiente del papa Pío XII en la Basílica de San Pedro. | CEDOC

La actuación de Pío XII en la Segunda Guerra Mundial resultó controvertida desde el principio. Ya en diciembre de 1944, en un artículo aparecido en Combat, Albert Camus, aunque se congratulaba por el reciente mensaje del Papa a favor de la democracia, lamentaba por otra parte que la condena a las dictaduras fascistas se hubiera demorado durante tanto tiempo, cuando hubiera sido tan necesaria “en el preciso momento en que el mal triunfaba y las fuerzas del bien estaban amordazadas”.

Camus admitía que esa condena podía deducirse de ciertas encíclicas, pero no le parecía que fuera suficiente. Reclamaba de la Iglesia una toma de partido clara, sin que fuera necesario hacer el esfuerzo de interpretar un lenguaje tan técnico como el de los documentos vaticanos, escritos con un estilo ajeno a las masas. Los cristianos, a su entender, debían esforzarse en no ser confundidos con los conservadores, siempre procurando evitar una tibieza que encontraba aborrecible.

A principios de los sesenta, El Vicario, la obra teatral de Rolf Hochhuth, reactivó la controversia al denunciar el supuesto silencio de Pacelli frente a la barbarie nazi. ¿Obedeció todo a una operación difamatoria orquestada por el KGB? Esa fue la acusación que hizo en 2007 Mihai Pacepa, un general de la inteligencia rumana que había desertado a Occidente. 

No obstante, aunque la historia de Pacepa fuera cierta, no se pueden explicar todas las críticas al Papa como un producto de turbios manejos de Moscú. Saul Friedländer, en el prólogo a la edición de 2007 de Pío XII y el Tercer Reich, su estudio pionero publicado originalmente en 1964, plantea con claridad el meollo de la cuestión: si consideramos a la Iglesia como institución política, debemos concluir que escogió la política sensata a la vista de los riesgos potenciales. En cambio, si creemos que la Iglesia debe priorizar las razones morales por encima de los intereses institucionales, la cuestión cambia por completo. Friedländer señalaba que, sin la documentación custodiada en los archivos vaticanos, no había forma de saber si el papa Pacelli consideraba el drama de los judíos un angustioso dilema o un problema marginal. 

El caso es que la polémica no lleva camino de extinguirse. Pacelli cuenta con partidarios tan fervientes como Vicente Cárcel Ortí, historiador y sacerdote, que en su Pío XII (Sekotia, 2022) le presenta como el hombre providencial que defendió y salvó a los judíos. A su juicio, el pontífice hizo muy bien en rehuir una condena pública del nazismo. Pudo actuar de cara a la galería, pero supo que las palabras solmenes no beneficiarían a las víctimas de la persecución y no habrían salvado ni una sola vida. Todo lo contrario que una diplomacia callada que facilitó a los judíos los lugares que necesitaban para esconderse. La posteridad, sin embargo, no habría sido justa a la hora de reconocer esos esfuerzos. 

Una brutal campaña de difamación, según Cárcel Ortí, fabricó, contra toda evidencia, la imagen siniestra del “Papa de Hitler”. Además de no simpatizar con el Tercer Reich, estuvo en contacto con los generales que trataron de derrocar al Führer. Su postura, desde el principio, se distinguió por una lucha decidida en favor de la paz, tanto por su condena de la guerra como por su intento de alcanzar una mediación entre los contendientes. 

El historiador valenciano no acepta la menor crítica al pontífice, al que defiende sin fisuras. De ahí que se muestre contrario incluso a posiciones matizadas como la de David I.Kertzer, autor de The Pope at War (Random House, 2022), una estudio que se beneficia la apertura de los archivos ordenada en 2020 por el Papa Francisco. Pacelli, según Kertzer, intentó sobre todo proteger los intereses de la Iglesia en tanto que Institución. Por eso se esforzó en tener buenas relaciones con Hitler aunque, en realidad, no simpatizaba con su ideología y menos aún con el intento de recortar la influencia eclesiástica. Simplemente pensaba que, en una Europa dominada por los nazis, las circunstancias imponían el pragmatismo. Desde esta perspectiva, su gestión resultó un éxito porque los alemanes nunca invadieron el Vaticano. En cambio, como líder moral, el pontífice no habría acertado a encontrar el camino recto.   

¿Podemos llegar a alguna conclusión en medio de interpretaciones que parecen referirse a dos personas distintas? La posición de Pío XII fue, como mínimo, ambigua. Era un pastor de almas pero también un líder político que debía hacer frente a difíciles consideraciones geopolíticas. Si denunciaba a Hitler, se exponía a enemistarse con muchos católicos alemanes que apoyaban al Tercer Reich. Por otra parte, no puede decirse que desconociera lo que sucedía en la Europa ocupada. Contaba con los informes que le enviaban sus nuncios. Pero, por lo que parece, es muy posible que subordinara el tema del Holocausto a sus designios estratégicos anticomunistas. Temeroso de una Europa controlada por la URSS, especuló con la posibilidad de una alianza contra Stalin entre Estados Unidos, Gran Bretaña y Alemania. 

El debate se ha focalizado, demasiado, en la figura de Pacelli. Nina Valbousquet, en un artículo publicado en L’Histoire (septiembre de 2022), ofrece una mirada más amplia y constata la amplitud de los prejuicios antisemitas dentro de la curia vaticana, prejuicios que habrían llevado a minusvalorar los informes sobre las masacres como si fueran simples exageraciones. Aunque cierto que la Iglesia ayudó a los hebreos, tendió a privilegiar a los que se habían convertido al catolicismo y, aun así, desde la desconfianza. En ocasiones, pudo ocurrir que el mismo dignatario que ayudaba a unos refugiados judíos fuera, también, el que facilitaba la huida de los nazis a América Latina. Tras el fin de la Guerra, el impacto de las revelaciones sobre el Holocausto no sirvió para modificar el tradicional antisemitismo de los dirigentes de la Iglesia. 

¿Papa de los Judíos o Papa de Hitler? La realidad es más compleja de lo que sugieren los eslóganes de la militancia católica o del anticlericalismo beligerante. La Iglesia tuvo que enfrentarse a una situación complicada, por lo que trató de hacer equilibrios con los que contentar a todo el mundo. Existen argumentos perfectamente racionales para justificar su conducta, aunque, después de todo, ¿no hubiera sido mejor que, en este caso, la ética de los principios primara sobre la ética de la responsabilidad?

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