El pasado impostor

La excusa empleada para esta decisión es la procedencia no del todo clara de sus ancestros maternos y algunos lienzos de la época en los que la monarca es retratada con la nariz ancha y los labios grueso

Antonia Nogales

Periodista & docente. Enseño en Universidad de Zaragoza. Doctora por la Universidad de Sevilla. Presido Laboratorio de Estudios en Comunicación de la Universidad de Sevilla. Investigo en Grupo de Investigación en Comunicación e Información Digital de la Universidad de Zaragoza.

Un fotograma de 'Los Bridgerton'
Un fotograma de 'Los Bridgerton'

Los psicólogos hablan de una figura que me parece fascinante: la del pasado impostor. Consiste, aproximadamente, en un autoengaño generado en la mente cuando no podemos soportar algo de nuestro pasado. También funciona con los recuerdos felices, ya sea para exagerarlos, para alargar su recorrido en el tiempo o para rellenar huecos incómodos y negativos. Esa especie de reescritura de nuestra trayectoria vital puede tener algún que otro fin terapéutico y liberador, aunque no parezca muy sano eso de no asumir la realidad. Observo desde hace algún tiempo que ese fenómeno de reinvención se está trasladando de las historias particulares a la Historia. 

El más reciente de los ejemplos nos lo está brindando una de las gallinas de los huevos de oro de la todopoderosa Netflix. Los Bridgerton se convirtió en tiempo récord en la serie más vista de la plataforma en su primer fin de semana de estreno gracias a su segunda temporada. Ahora la plataforma nos trae una precuela bajo el título de La reina Carlota.

El personaje protagonista es una de las pocas figuras históricas reales que incluye la serie, junto con el Rey Jorge III y el príncipe Federico de Prusia. Carlota de Mecklemburgo-Strelitz (1744-1818) era hija de Carlos Luis Federico, duque de Mecklemburgo-Strelitz. Siendo muy joven fue escogida para casarse con el Rey Jorge III de Gran Bretaña, al que no conocía. Carlota nació en Mirow, en la actual Alemania, en el siglo XVIII y era hija de un noble. Sin embargo, ninguna de esas características distintivas le iba a empañar a Netflix una buena reescritura. La actriz escogida para encarnar a la joven reina germana es afroamericana.

La excusa empleada para esta decisión es la procedencia no del todo clara de sus ancestros maternos y algunos lienzos de la época en los que la monarca es retratada con la nariz ancha y los labios gruesos. Algunas inexactitudes históricas que han permitido a Chris Van Dusen, el creador de la serie, alimentar lo que él llama “el debate de la representación”, un debate que espera que se extienda al reflejo cinematográfico actual de otros personajes históricos.

Algo similar ha ocurrido con la serie documental Reinas de África, en la que Jada Pinkett Smith eligió a una actriz negra británica, Adele James, para interpretar a la icónica Cleopatra en el proyecto que ella narra y produce. Numerosos historiadores montaron en cólera afirmando que la mítica reina de Egipto tenía orígenes griegos y macedonios, no africanos, y que esto era fácilmente comprobable. Sin embargo, “la historia de Cleopatra trata menos de ella que de quiénes somos”, argumentan las creadoras de la serie. Aplicando la figura del pasado impostor, es posible que la historia trate más de quiénes nos habría gustado ser, pero el episodio se llama Cleopatra.

Por más que nos disguste que otrora las cosas no fueran como ahora, lo cierto es que el hijo biológico de un matrimonio británico de finales del siglo XIX no podía ser latino; que en el País de Nunca Jamás que creó J. M. Barrie para Peter Pan no podía haber niñas perdidas porque la figura femenina era demasiado poderosa para el personaje del niño eterno —la temía demasiado, la anhelaba demasiado—; que las nobles alemanas del siglo XVIII que llegaban a reinas no eran mulatas; y que Cleopatra no era negra. 

El “cualquier tiempo pasado fue peor” tiene sus peligros, el peligro del pasado impostor. Ese peligro que no nos deja saber quiénes fuimos, para poder ser conscientes del peligro de volver a serlo. El peligro de no entender nada en una obra literaria de comienzos del XX porque no se ajusta al patrón tipo que tranquiliza las conciencias del XXI. El peligro de no entender que el arte es hijo de su tiempo. Y permanece en el tiempo libre de impostores.

Archivado en:

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído