'París a través de la ventana', por Chagall (1913)
'París a través de la ventana', por Chagall (1913)

No recuerdo si fue el psiquiatra R. Neuburger quien decía que, en ocasiones, cuando una persona contacta con el psicólogo y pide ayuda para otro en realidad está expresando -también- la necesidad de ayuda para él mismo. Porque no sabe cómo gestionar su miedo ante el sufrimiento ajeno, o se siente culpable, o le pesa mucho la situación y quiere aliviar su carga en el psicólogo, o que se vaya consolidando un horizonte que dificulta sus proyectos personales… o un poco de todo.

En realidad, es un acto generoso que denota cuidado y preocupación pedir ayuda para otro. Pero una cosa adecuada y hecha con intención altruista puede tener un beneficio colateral para uno mismo. No es menoscabo ni menosprecio, sino estar atento a dos niveles del mensaje que se le hace llegar al psicólogo: el nivel pragmático (lo que realmente se quiere, aunque sea de un modo inconsciente) y el nivel verbal (lo que realmente se dice). A veces, son idénticos y, a veces, no.

Un padre que pide ayuda para su hijo adulto, una hermana que hace de madrecita de su hermana, una esposa que solicita ayuda para su marido, una hija que pide ayuda para su madre depresiva… a veces, están pidiendo ayuda para ellos mismos. 

En ocasiones pensamos que el problema es externo, ajeno a ti. Lo más probable es que sea externo…y también interno. Que la persona señalada (identificada) como la persona problemática solo sea una parte del problema. Y, seguramente, no sea ni siquiera lo que más te preocupe en este momento.

Relacionadas con esta circunstancia anterior, con frecuencia aparecen en la consulta algunas conductas que son significativas de la implicación de la persona que contactó con el psicólogo: llamadas para interesarse por el desarrollo de la terapia, solicitud de acompañar al paciente en las sesiones, ofrecimiento de información para que el psicólogo “comprenda mejor” el problema, mensajes de agradecimiento…etc. Desde luego que todas estas conductas son bienintencionadas y sinceras. Nadie lo duda. Pero también suponen un intento inconsciente de control de la terapia y del paciente identificado, en definitiva. Y un deseo de implicarse y no implicarse en el afrontamiento del problema.

Lo cual pone de relieve -una vez más- que los problemas psicológicos no son entidades autónomas que tienen vida propia y se originan “dentro” del paciente, sino que, por el contrario, constituyen relaciones disfuncionales entre elementos (presentes y/o ausentes) de un sistema familiar que afectan a todos ellos, aunque no en igual medida. 

La persona que expresa el sufrimiento que afecta a todo el sistema se le denomina “paciente identificado”. Efectivamente, es él el que manifiesta y expresa los “síntomas” patológicos. Y, por eso, llamamos al psicoterapeuta y le pedimos hora para que lo “arregle”, para que le pase una itv emocional, para que nos lo devuelva como nosotros necesitamos que esté, para que haga las cosas que nosotros esperamos de él. Para que sea la persona que yo necesito que sea.

Y si esto fuera así, entonces ¿quién necesitaría más ayuda?

Dar el paso para pedir ayuda para uno mismo es ya el primer paso de la curación. El sufrimiento ajeno es muy importante; y el mío propio, también.

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