Nos hemos olvidado de Aylan

Foto Francisco Romero copia

Licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Antes de terminar la carrera, empecé mi trayectoria, primero como becario y luego en plantilla, en Diario de Jerez. Con 25 años participé en la fundación de un periódico, El Independiente de Cádiz, que a pesar de su corta trayectoria obtuvo el Premio Andalucía de Periodismo en 2014 por la gran calidad de su suplemento dominical. Desde 2014 escribo en lavozdelsur.es, un periódico digital andaluz del que formé parte de su fundación, en el que ahora ejerzo de subdirector. En 2019 obtuve una mención especial del Premio Cádiz de Periodismo, y en 2023 un accésit del Premio Nacional de Periodismo Juan Andrés García de la Asociación de la Prensa de Jerez.

IMAGEN: ROBERT SHARP
IMAGEN: ROBERT SHARP

La imagen dio la vuelta al mundo. Vestido con una camiseta roja, pantalones azules y zapatos oscuros, el cuerpo del pequeño Aylan, de tres años, ya sin vida, yacía en las costas de Turquía, en una fotografía que hizo la reportera Nilufer Demir y que mostró a un continente, el europeo, la dureza del drama migratorio. Un tortazo de realidad que fue fugaz, fiel a la era de las redes sociales y la sobreinformación. Desde 2014 y hasta el tercer aniversario de esta imagen, en agosto de 2018, habían muerto al menos 640 niños migrantes y refugiados en el Mediterráneo, según contabilizaba Save the Children gracias a los datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Ahora habrá que sumarles unas decenas o cientos más. Hay ocho muertes diarias de media en el Mediterráneo y, entre ellas, muchas víctimas son niños. Pero es un tema que no interesa.

“Ahora no hay testigos”, dice Óscar Camps, director de la ONG Proactiva Open Arms. Y es una triste realidad. Ellos eran los ojos que los veían y las manos a las que se agarraban muchos de los inmigrantes y refugiados que se juegan la vida montándose en una embarcación, a veces casi de juguete, invirtiendo sus ahorros en un todo o nada que muchas veces acaba en nada. Es decir, en muerte. Incontables desde que el buque de Open Arms está bloqueado en el puerto de Barcelona, hace ahora dos meses. ¿Por qué? Camps lo tiene claro: por las convocatorias electorales que están a punto de celebrarse. Nadie quiere responsabilizarse de las muertes en el Mediterráneo. Lo duro y triste del asunto es que no dan votos. Por eso no se actúa, ni se deja actuar. “Las razones son puramente políticas, las mismas que tuvo Italia en enero y febrero de 2018, porque tenía elecciones en marzo”, señala Camps en el programa La Cafetera de Radiocable.

“Es una guerra contra el más pobre todavía”, dice el director del buque en una acertada reflexión. Es un tema que no interesa, que no copa portadas de periódicos, ni tertulias televisivas, más que ocasionalmente. Para eso están las pancartas, las ideas disparatadas (e irrealizables) que no hacen más que aportar ruido y, desde ya, las encuestas. ¿El quid de la cuestión? Puede ser. No es un tema que aporte votos. Más bien, los quita. Mostrarse solidarios con este drama mosquea a mucha gente, incluidos hipotéticos votantes. La crisis nos ha hecho más egoístas, más individualistas. Sálvese quién pueda, y si es español, mejor. No es xenofobia, es aporofobia.

Cuando en los años precrisis los inmigrantes hacían los trabajos que nadie quería (y cobraban una miseria por ellos, mucho menos que sus compañeros españoles), eran pocas las veces que se quejaban. Ahora, entre mucha clase trabajadora está muy extendida la idea de “invasión”, que “vienen a quitarnos el trabajo” y que “cobran ayudas de miles de euros antes que españoles”. Sin datos, sin pruebas, sin más argumentos que haberlo oído de algún amigo, vecino o conocido. Hemos llegado hasta aquí por la ruin utilización de la precarización del mercado laboral. Ya hay medios que se dedican en exclusiva a desmentir estos bulos, pero ya se sabe, donde llega una mentira, no lo hace una verdad.

“Nos quieren aquí parados y callados”, insiste Camps en el programa de Fernando Berlín, emitido desde la cubierta del Open Arms, un barco que ha rescatado a más de 60.000 personas desde su fundación en 2015. Mientras, en el Mediterráneo, “el corredor humanitario mas mortífero del mundo”, siguen ahogándose anhelos y esperanzas de personas que buscaban un futuro mejor y que se dieron de bruces con su trágico presente. “Nos tendrán bloqueados hasta que el coste político sea más alto que el de liberarnos”, añade. Las aguas del Mare Nostrum siendo el cementerio acuático de estas personas sin que a nadie parezca importarle. Puede que hasta que pasen los procesos electorales. O hasta que haya un nuevo ‘caso Aylan’ y nos escandalicemos todos, al menos durante unos minutos.

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