Una mesa con las papeletas durante una jornada electoral.
Una mesa con las papeletas durante una jornada electoral.

Las elecciones municipales están a la vuelta de la esquina. El calendario es imparable y los actos públicos se irán multiplicando en los distintos municipios. Los ayuntamientos, diputaciones y comunidades autónomas son núcleos de poder decisivos para alcanzar la Moncloa.

Un alcalde no sólo es un cargo institucional votado por los vecinos. También es el responsable de arreglar pequeñas situaciones cotidianas. Es decir, la cercanía y el trato personal se imponen a la institucionalidad y al partidismo.

En estos momentos, la partida electoral se encuentra en plena disputa, con resultados por dirimir. Los dos grandes partidos se juegan la última batalla antes del asalto por la Moncloa. Asimismo, otras propuestas electorales se abren paso como alternativas locales y cuyo éxito depende únicamente de estas elecciones.

Sin embargo, estas disputas también encierran un lado oscuro. En estos días, los candidatos se afanan en hacer lo posible y lo indecible para acudir a todo tipo de actos y llegar a los habitantes de cualquier barriada o distrito. El “minuto de gloria” vale su peso en oro, aunque se haga el ridículo.

En definitiva, las elecciones municipales del mes de mayo no son un mero trámite por el que merezca la pena quedarse en casa. Elegimos a nuestros representantes políticos más cercanos. Y el mandato dura cuatro años y no puede basarse en meses de campaña. Tenemos la última palabra para ello.

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