Un lenguaje nada empático, de Juan Miguel Garrido.
Un lenguaje nada empático, de Juan Miguel Garrido.

A veces pienso que esta costumbre mía de ver desigualdades es como una obsesión, pero no es así, porque no se trata de un pensamiento que me asalte continuamente, sino de la percepción de una realidad diaria, que yo veo, y que la mayoría de los hombres, y de algunas mujeres, no ven. Y aunque lo comprendo, no acabo de aceptarlo.

Es cierto que hemos normalizado de tal manera las desigualdades que casi no las vemos, pero hay algunas que saltan tan a la vista, que no verlas es de una ceguera inaceptable. No me refiero a los grandes desequilibrios entre hombre y mujer, sino a aquellas que pensamos que son de menor entidad, pero que sin embargo tienen una poderosa influencia en la existencia del sistema de poder masculino.

Hace tiempo que el feminismo nos habló de la necesidad de nombrar, porque lo que no se nombra no existe, y de la importancia de utilizar no ya un lenguaje no sexista, sino sobre todo uno que incluyera y no excluyera. Sí se lo de la Real Academia Española de la lengua, pero la academia fue creada por hombres, y la mayoría de sus miembros aún hoy son siendo hombres. Qué va a decir.

Pero a pesar de los intentos de fomentar un  lenguaje democrático, la realidad es otra, y en las escuelas solo se emplea en las comunicaciones y documentos formales, donde abundan los desdobles con, padres, madres, niños, niñas, pero en las aulas las chicas, siguen siendo alumnos, y todos, y los conocimientos se transmiten envueltos en el perverso papel del masculino como neutro. Como padre asistí junto a otras madres y padres, a una tutoría de inicio del curso. La reunión fue on-line. En muchos aspectos pienso que la pandemia vino para quedarse y deshumanizarnos un poco más. En la reunión el docente, y aun siendo mayoría las alumnas de la clase, y las madres asistentes, solo se habló de alumnos, padres y profesores. Se trataba de un curso de segundo de bachiller. 

También una de mis hijas cuando memorizaba en voz alta un texto de filosofía nombraba al hombre y al ser humano, pero ni una sola vez a la mujer, e incluso en La Ventana de la cadena SER, programa que suelo escuchar, el sonido que llega a mis odios es  casi en exclusiva masculino, músicos, escritores, poetas, ministros...

Lo anterior viene a demostrar que seguimos viviendo en un mundo gobernado por la masculinidad, donde ser hombre es sinónimo de universal, perfección, y valor. No costaría tanto hablar con algo de empatía y que la lengua fuese el resultado de ponernos en el sitio de las mujeres, y no una demostración más de nuestro egoísmo.

El lenguaje importa mucho, primero porque no es solo un medio para la comunicación entre las personas, sino también una potente herramienta para percibir y conformar la realidad, y con la utilización de un lenguaje no inclusivo estamos reforzando el mensaje que dice que lo realmente importante es lo nuestro, lo del hombre, y que lo de ellas, las mujeres, lo femenino, es de escaso valor. Es hora pues de cambiar, está en está en nuestras manos. Bell Hooks, la gran pensadora feminista afroamericana, abogaba en uno de sus libros por una televisión feminista, no una televisión para mujeres, y quizás estaría bien que exista un día en el que un medio de comunicación, una cadena, o un programa, fuese valiente y se atreviese a hablarnos solo en femenino. Qué diríamos entonces los hombres. Sería interesante escucharnos.

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