La manifestación del 8M en Jerez. FOTO: MANU GARCÍA.
La manifestación del 8M en Jerez. FOTO: MANU GARCÍA.

El instrumento principal y más poderoso que utiliza el patriarcado, que es el machismo, no concibe otra realidad que aquella donde la figura del hombre es hegemónica, cuando mejor se ha camuflado ha sido bajo la trampa del estado del bienestar.

Con él llegaron los reconocimientos formales, las bonitas declaraciones, y los derechos consagrados, que no sobrarían, sino escondiesen la verdad de una desigualdad real, que a pesar de la presencia de un cuerpo normativo con tendencias igualitarias, seguía existiendo.

El neoliberalismo recortó y pretendió suprimir estos derechos formales, no fuese que la mujer se lo creyese, y llegase a ser realidad. En esas estábamos cuando el neo-machismo, la versión 3.0 del patriarcado, apareció sin complejos, ni engaños, y comenzó a decir lo que todos sabíamos que pensaban, pero que la democracia se encargaba de silenciar y apaciguar.

Ahora el machismo se muestra tal como es, y en nada le importa que le afeen sus barbaridades, o les llamen fascistas, o nazis, porque saben que hay gente a la que el consumismo socializó y vacío el cerebro, que no ha leído en su vida un libro y carece de criterio, que les da la razón, o ve con buenos ojos, y aplaude esa ideología totalitaria que viene a terminar con todos estos inventos de la izquierda y el feminismo radical. Esta cultura la hemos normalizado de tal forma, que vivimos instalados en ella, sin ver, ni ser conscientes de las discriminaciones, violencias, e injusticias en las que se fundamenta, sobre todo si nos referimos a mujer y hombre.

Porque el machismo se esconde tras las religiones, con su marginación y humillación de la mujer, las empresas que siguen sin admitirla en sus órganos de decisión, y la explota con salarios desiguales, y empleos mayoritariamente marginales, las estructuras de los partidos y sindicatos, llenas de testosterona, la universidad copada por rectores y catedráticos, el mundo de la medicina, la ciencia, la literatura, que las ignora, el fútbol y los deportes de masas, destinados a ocupar el tiempo libre del hombre, ese del que no disponen ellas. Todo está contaminado por la masculinidad. Aprovechando una mano de obra gratis, barata o mal remunerada, y unas tareas imprescindibles para la vida, la atención de los afectos y los cuidados.

Pero además el patriarcado, a través de su ideología y de sus estructuras, estado, religión, educación, familia, medios, ha creado una cultura, donde el hombre es el sujeto, y la mujer el objeto, la satisfacción del placer, y la responsable de todos los males, en una sociedad que permite su compra, explotación, y la negación de sus derechos, presentándola como un producto más en su mercado de usar y tirar.

La violencia que justificamos como una consecuencia “natural”. Los agentes socializadores que nos educan en una cultura del conflicto, que al sistema le interesa para su supervivencia. La individualidad, la inutilidad de lo colectivo, el egoísmo, la competencia y la competitividad. Las guerras no son casualidad, ni obedecen a simples disputas entre pueblos, o aventuras de locos y descerebrados. La agresividad es el hombre, está en sus comportamientos, en su forma de relacionarse, y acercarse a la disidencia, es nuestra marca de identidad en esta sociedad.

Existen las desigualdades sociales, porque existe un poder y una cultura que las crea y legitima. Hay un mundo rico y uno pobre, discriminaciones por raza, sexo, creencias o religión, violencias y explotación. Nada de esto es normal ni natural, responde a una ideología dominante donde el hombre es la medida de todas las cosas, que rentabiliza sus beneficios, y que aceptamos sin pestañear.

Patriarcado y machismo están detrás, la figura masculina omnipresente, y por eso es trascendental que en esta tarea, no olvidemos todas estas trampas, y combatamos los desequilibrios en todos los espacios, y bajo las diversas formas que se presentan. Una sociedad justa e igualitaria es el único escenario posible para una igualdad real, y en ella no cabe la exclusividad ni la visión hegemónica de la masculinidad.

La incorporación de la mujer, su perspectiva de la realidad, y de las relaciones. Se demanda el cambio de los hombres, la presencia de nuevos modelos de masculinidad. La igualdad también pasa por nosotros, pongamos de nuestra parte.

 

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