maxresdefault.jpg
maxresdefault.jpg

El cartero ha dejado en mi buzón La palabra muda (Ediciones El Gallo de Oro, 2018), un nuevo título de Antonio Enrique (Granada, 1953). Hace el número 22 de sus libros de poesía y recoge precisamente 22 poemas, numerados por cada una de las letras del alfabeto hebreo, y un epílogo. En nota preliminar, el autor indica que esta numeración no es casual, pues cada uno de los poemas sigue el simbolismo de la letra que lo encabeza. El tema común de estos versos es el holocausto, un asunto que, según Enrique, aunque “pueda parecer superado por la Historia, sumido ya en el anecdotario del Terror, una vista a nuestro alrededor nos confirma que las raíces hoy perduran en la soberbia y la codicia de un planeta cada día más devastado por obra exclusiva del ser llamado humano”.

En su viaje al Horror, estos poemas son desoladores. El lenguaje directo, desgarrado, para nominar lo innombrable sacude el corazón del lector, que queda con la impresión de que el exterminio nazi fuera lo único que hubiera sucedido en la historia y que continuara sucediéndose hasta el final de los tiempos: “Los muertos, ahora, aquí. / Hechos sebo para lavar; / convertidos en jabón. Jabón / de vértebras e hígados / y de ojos triturados”. El infierno se hace presente en estas páginas: “No había Dios, y si lo había, / daba igual”. Están poseídas de un sentimiento muy verdadero, como si el poeta expresara, a través de una alegoría más que dantesca, su experiencia vital. Esto es así particularmente cuando reflejan la exaltación amorosa, aun en circunstancias de extrema atrocidad: “Lo que amo de ti / son tus ojos enfermos, / y es tu sangre, y son tus huesos / porque tú y yo vamos a morir, / pero tus huesos y los míos / seguirán amándose / y propagándose / más allá del humo y del mundo / y de la nada”.

Visiones de las más abominables pesadillas se suceden para referir la absoluta aniquilación, la despersonalización más profunda, en escenas de una crueldad tan perversa que alcanzan un significado estremecedor, como en el poema 16, correspondiente a la letra Ain, titulado El niño del trozo de pan. Refiere el asesinato de una madre, un padre y un hijo, la sangrienta profanación de lo más sagrado: “Cristo en una cruz torcida, / la cruz doblada y rota / de la esvástica. / Tres muertos en un día, / como en el calvario”.  En este simbolismo espeluznante no parece haber lugar para la esperanza: “Somos nosotros la sopa del exterminio”. Sólo para la devastación: “Condenado a la pena capital / de nunca haber vivido”.

Afortunadamente, Adentro y más adentro, el texto que constituye el epílogo, se compone de versos luminosos que encierran una cosmovisión, una visionaria concepción de la existencia que alivia después de esta inmersión terrible, la semilla que todo lo contiene. La edición, muy cuidada y bella, incluye una fotografía del poeta. Al contemplarla, he sentido cómo ha pasado el tiempo desde que Antonio Enrique impartiera clases de Literatura en un Instituto de Jerez, allá por los ochenta. Su poética ha evolucionado del lujo verbal y una asombrosa riqueza de imágenes a la expresión desnuda de su madurez. Ha cultivado además el ensayo y la crítica literaria.

Como narrador, obtuvo el año pasado el Premio Andalucía de la Crítica y en 2016 la Fundación Andrés Bello le concedió el premio a la Obra Narrativa Completa. Pertenece a la Academia de Buenas Letras de Granada y es presidente honorario del Instituto Iberoamericano de Estudios Andalusíes. En Guadix, dirige el aula Abentofail de poesía y pensamiento. Con La palabra muda viene a replicar —en el doble sentido de responder y repetir— aquella cuestión propiciada por el filósofo Adorno de si es posible escribir poesía después de Auswichtz.

 

Archivado en:

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído