La historia no es como nos gustaría que fuera

Es muy fácil ver la HOAC como un movimiento contestatario. Sin embargo, constituiría una distorsión de los hechos olvidar los aspectos tradicionales de sus inicios

Guillermo Rovirosa en una imagen de archivo.
Guillermo Rovirosa en una imagen de archivo.

La memoria histórica no es historia. El pasado no es como a nosotros nos hubiera gustado, sino como fue. La historia militante, sin embargo, confunde los deseos con la realidad y construye un relato a medida de las necesidades del presente. Nadie se libra de esta tentación: ni derecha ni izquierda. Tomemos ahora un ejemplo concreto. En los movimientos obreros cristianos, como la JOC (Juventud Obrera Cristiana) o la HOAC (Hermandad Obra de Acción Católica) se han mitificado sus comienzos, atribuyendo a esa etapa inicial un carácter progresista que no corresponde con la realidad. El fundador del hoacismo, el catalán Guillermo Rovirosa (1897-1964), fue un electricista que encontró la fe en 1933, tras permanecer alejado de ella en su juventud.   Pocos años después, en 1946, ponía los cimientos de la HOAC, un movimiento en el que dejará la huella de su fuerte personalidad. Según el teólogo Fernando Urbina, Rovirosa era “un místico, casi un visionario. De pensamiento concentrado, idealista, lindante a veces en lo utópico”. Vistas así las cosas, parece que estamos delante de un revolucionario, de una especie de Karl Marx que creyera en Dios. Veamos ahora algo de la tozuda realidad. 

En contra de la división tradicional de la Acción Católica, Rovirosa aspiraba a crear un único movimiento obrero cristiano que englobara tanto a adultos como a jóvenes. Como señala el historiador Emilio Ferrando, la HOAC nació con una gran indefinición. Mientras unos la concebían como una organización piadosa, anticomunista y sumisa a las directrices jerárquicas, otros la imaginaban como el embrión de un futuro partido o sindicato cristiano. 

En consonancia con la religiosidad triunfalista de los años cuarenta, el movimiento inició su andadura lastrado por una ideología mesiánica: los hoacistas iban a realizar una cruzada cristiana para reconquistar el mundo obrero. La HOAC era la última oportunidad de la Iglesia para reconquistar a los trabajadores para Cristo, la “única tabla de salvación para el mundo de hoy”, como decía Rovirosa con su característico entusiasmo y rotundidad. A su juicio, su movimiento contaba con 1.920 años de antigüedad, ya que lo había creado Jesús al incorporar a once obreros a su misión apostólica. Once, ya que el duodécimo -en clara alusión a Judas Iscariote- era de “profesión indefinida”. Esta “HOAC” había tomado diferentes formas a lo largo de la historia, hasta llegar a la actual, en 1946, por decisión de los obispos españoles.    

A la luz de la historia posterior, es muy fácil ver la HOAC como un movimiento contestatario. Sin embargo, constituiría una distorsión de los hechos olvidar los aspectos tradicionales de sus inicios. Entre ellos, una sumisión absoluta a los dictados de la jerarquía eclesiástica. Este es el sentido de expresiones como “en la HOAC los obreros tienen todas las palabras menos la última”. La última, por supuesto, correspondía a las autoridades de la Iglesia. Sin su consentimiento, nada debía hacerse, puesto que los obispos eran los arquitectos que diseñaban el edificio y los seglares los obreros que ejecutaban los planos, bajo su propia responsabilidad. Así lo manifiesta el propio Rovirosa: “Hay que procurarse la colaboración del Sr. Cura párroco, no en el sentido de que él vaya a ser el motor e impulsor de la Obra, sino para que él esté constantemente al corriente de lo que planean, y periódicamente autorice o desautorice la actuación del grupo”.   

En el ámbito político, el primer hoacismo destaca por su profunda oposición al comunismo, al que se presenta como una ideología disolvente y temible, a la que hay que combatir. Al mismo tiempo, sin embargo, la HOAC se presentaba como un movimiento independiente de los empresarios y, por tanto, auténticamente obrero, en contraste con las organizaciones amarillistas que había alentado la Iglesia en el pasado. Frente a las injusticias del mundo, lo que se pretende es edificar el reino de Dios en la tierra. ¿De qué forma? Construyendo una sociedad más justa. 

Nos encontramos ante una realidad ambivalente, tradicional y subversiva a la vez. Este tipo de cristianos sociales parece una mezcla extraña de Testigos de Jehová y teólogos de la liberación. En la actualidad han cambiado muchas cosas y ya es posible, por ejemplo, que un creyente milite en las filas del socialismo o del comunismo. Lo que no hay que hacer es confundir este presente con unos orígenes que se sitúan en coordenadas mentales muy distintas. Si la historia se convierte en una genealogía del presente, el resultado será, inevitablemente, una distorsión. Hay que comprender el pasado en función de sus propios términos, no de lo que ahora es importante para nosotros.  

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