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Allí donde un sistema se rompe, siempre hay una oportunidad para la regeneración y para la vida (sigue leyendo).

Desde los orígenes, los humanos hemos establecido una relación especial con las plantas, a la vez de dependencia, curiosidad y empatía. En cada civilización, en cada cultura, esta relación presenta rasgos particulares que se manifiestan en las distintas estrategias a la hora de cultivar los campos o de diseñar los jardines. Ni siquiera el actual desarrollo tecnológico impide que sigamos manteniendo un vínculo privilegiado con todo lo vivo, y en especial con aquellas especies domesticadas.

Las plantas nos aportan el oxígeno que necesitamos para respirar, nos sirven de alimento y nos proporcionan remedios para las enfermedades. El contacto con ellas alivia el estrés cotidiano de la vida urbana. Pero además las plantas nos enseñan muchas cosas.

La eficacia con que las asteráceas, como las de la foto, consiguen romper con sus delicadas yemas los suelos alquitranados de nuestras carreteras, o reproducirse en las grietas de las aceras, nos enseña el extraordinario poder de la fuerza no violenta.

Allí donde un sistema se rompe, siempre hay una oportunidad para la regeneración y para la vida.

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