Jesús, una figura histórica

Necesitamos estudios del fenómeno religioso desde una perspectiva laica, ni clerical ni anticlerical, para comprender mejor cómo se originó esta doctrina

Espectacular imagen del Cristo del descendimiento.
Espectacular imagen del Cristo del descendimiento. MANU GARCÍA

Hace unas semanas tuve una agria discusión en Twitter, todo por decir que, con independencia de nuestras creencias religiosas o de la falta de ellas, Jesucristo fue un personaje histórico en el mismo sentido que Alejandro Magno o Platón. Mi contrincante me acusó afirmar un disparate, como si acabara de proclamar a los cuatro vientos que la Tierra es plana. La realidad es que yo hablaba como historiador. Aunque los Evangelios no son crónicas periodísticas, sino testimonios de fe, eso no significan que carezcan de cualquier valor documental.

Jesús, seguramente, no se propuso fundar una nueva religión, sino purificar la que ya había, el judaísmo. Su predicación se dirigió, por eso mismo, contra sus dirigentes, a la vez que proponía un gran programa de tipo social. Aunque es famoso su dicho de “Bienaventurados los pobres”, en realidad no se refería a ellos si pensamos en aquellos que tienen suficiente para vivir, pero no disfrutan de lujos. Su mensaje, a quien realmente se dirigía, con todo radicalismo, era a los menesterosos. Serían ellos los que encontraran consuelo cuando se instaurara el reino de los cielos. Los ricos, en cambio, pagarían con sufrimiento todo su egoísmo. 

Lo más probable es que nos encontremos ante uno tantos profetas apocalípticos que pulularon por Palestina y que también acabaron ejecutados. En el mismo año de su nacimiento, el 4 a.C., un tal Atronges, pastor de oficio, se proclamó “rey de los judíos”. Los soldados romanos, como era de esperar, hicieron una carnicería con sus seguidores. Otros, sin embargo, corrieron la misma suerte, aunque no desafiaron a Roma. Ese fue el caso de otro supuesto mesías del que no sabemos su nombre, tan solo su apelativo: “El Samaritano”. 

En un mundo racionalista como el actual, el Nazareno puede resultar poco creíble en el sentido de que nadie espera que un ser humano sea capaz de hacer milagros. En su época, sin embargo, ni siquiera sus detractores cuestionaron su capacidad para hacer posible lo imposible. La creencia en la magia era moneda común, lo mismo que la multiplicación de exorcistas. La presencia de estos últimos resulta lógica si se partía de la premisa que eran los espíritus malignos los que causaban la enfermedad. Lo que cuestionaban los enemigos de Jesús no era el poder sobrenatural, sino la legitimidad de sus motivos. No obstante, él se diferenciaba de sus competidores en un detalle importante: no exigía dinero por unos prodigios que entendía como la manifestación de Dios en la Tierra. 

Al final, casi todo el mundo encuentra en el Mesías cristiano lo que quiere encontrar, puesto que los Evangelios ofrecen citas para sostener una posición y la contraria. ¿Era su protagonista un pacifista a ultranza o un hombre que no retrocedía ante los métodos violentos, cómo cuándo anima los que nada tienen a “comprar una espada”? ¿Pretendía convencer solo a los judíos o a toda la humanidad, sin que importara el origen étnico o religioso? ¿Proclama un reino de Dios que no era de este mundo o un reino terrenal que no se parecía ninguno hasta entonces conocido? 

Sobre su talante humano poco podemos decir con pruebas, aunque algo sí podemos afirmar. Parece claro que nos hallamos ante un personaje profundamente anticonvencional, al menos hasta cierto punto. Reunió alrededor suyo un nutrido grupo de discípulos, entre los que encontramos, también, mujeres. Sin embargo, el núcleo duro de su movimiento estaba integrado por apenas doce personas, hombres sin excepción, en los que depósito su mayor confianza.

El primer Evangelio, atribuido a Marcos, se escribió hacia el año 70 d.C. Después vendrían los de Mateo, Lucas y Juan, este último con apreciables diferencias respecto a los otros. Seguramente, estas cuatro versiones de la vida de Jesucristo se inspiraron en tradiciones orales, a la vez que elaboraban los hechos en clave teológica, como muestran las alusiones al Antiguo Testamento. Aunque, a primera vez vista, estas reconstrucciones parecen coincidir, si descendemos a los detalles observamos discordancias. Es por eso que los creyentes, a lo largo de la historia, han procurado armonizar estas diferencias. Es por eso que ahora recitamos el Padrenuestro según San Mateo, no el Padrenuestro según San Lucas. 

Si a los Evangelios canónicos añadimos los apócrifos, contamos con un fondo documental más que suficiente para rechazar la pretensión de que nos encontramos ante un personaje sin verdadera existencia histórica. Como señala John Dominic Crossan, uno de sus mejores estudiosos, un emperador como Tiberio no está mejor documentado: también sobre él se escribieron cuatro biografías, pero solo una, la de Veleyo Patérculo, es obra de uno de sus contemporáneos. 

Durante los primeros siglos del cristianismo existían diferentes libros sagrados, venerados como tales por diversas comunidades, pero no, todavía, el Nuevo Testamento. Hizo falta mucho tiempo para que se llegara a un acuerdo, mayoritario, que no unánime, para establecer el Canon. ¿Cómo se decidió, qué títulos entraban y qué títulos debían descartarse? El resultado fue el producto de una ardua lucha por la ortodoxia entre grupos muy variados, entre los que es posible encontrar doctrinas que en la actualidad pueden resultarnos chocantes. Algunos cristianos creían en un solo dios, otros en dos, en treinta e incluso en trescientos sesenta y cinco. Tampoco existía acuerdo sobre la naturaleza de Jesús. ¿Era el Mesías Dios y hombre al mismo tiempo? ¿Solo Dios? ¿Solo hombre? Según esta última posibilidad, Dios había adoptado como hijo a Jesús, un ser humano de carne y hueso. En cuanto a la muerte de Cristo, unos la consideraban imprescindible para la salvación, mientras otros consideraban que nada tenía que ver. Una tercera opción la planteaban aquellos que estaban convencidos de que Jesús, realidad, nunca había llegado a morir.

La actual ortodoxia católica es la que es, pero pudo ser otra si los acontecimientos se hubieran desarrollado de otro modo. Necesitamos estudios del fenómeno religioso desde una perspectiva laica, ni clerical ni anticlerical, para comprender mejor cómo se originó una doctrina que, en lo bueno y en lo malo, ha marcado el devenir de buena parte de la humanidad. 

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