La idea de España en Cervantes

Si el Siglo de Oro no existiera otra cosa que localismo, Cervantes no utilizaría la palabra "España" tantas veces, escogería "Castilla" o "Aragón"

Miguel de Cervantes, en un grabado.
Miguel de Cervantes, en un grabado.

La Historia va a modas. Ahora se dice que la conciencia nacional española, en el siglo XVI, estaba aún por desarrollar. La palabra “patria”, supuestamente, se referiría solo a la localidad de nacimiento. Es cierto que, en la época, la encontramos con mucha frecuencia con este significado. Pero sucede también que el término, como resulta evidente en la documentación, posee un valor polisémico. Unas veces alude a la patria “chica”. Otras, en cambio, a la “grande”, es decir, al conjunto del país. 

Tomemos, por ejemplo, en último libro de Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigismunda (RAE, 2017). En el inicio de la novela, uno de los personajes cuenta que, por una cuestión de buena suerte, nació “en España”. Dicho de otro modo: no solo sea autodefine como español, sino que, además, se siente muy afortunado por serlo. Poco después, nos dice también que tuvo que dejar su patria. ¿A qué lugar de nacimiento se refiere? A España. No a Valladolid, Zaragoza, La Coruña, Sevilla ni a ninguna otra urbe. 

No se trata, ni mucho menos, de una excepción. Juan Luis Vives, en una dedicatoria al futuro Felipe II, habla del “mejor servicio a España, esto es, mi patria”. Eso mismo, ser útil a su país, es lo que pretende Quevedo en España defendida, una obra en la que, ante las calumnias contra su patria, toma la pluma para responder por ella. Como “hijo de España”, su intención no es otra que escribir sus glorias. 

Si el Siglo de Oro no existiera otra cosa que localismo, Cervantes no utilizaría la palabra “España” tantas veces. Escogería “Castilla” o “Aragón”. En sus relatos, uno va a “España” o se marcha de ella. A medida que avanzamos en la lectura del Persiles, esta impresión se confirma. Una mujer, Cenotia, nos explica que es “natural de España”. Por la forma en que se expresa, los reinos de la época no parecen ser competidores de la nación, sino partes esenciales de la misma: “criada en Alhama, ciudad del reino de Granada, conocida por mi nombre en todos los de España”. Los reinos, pues, lo son de una entidad de carácter superior, a la que pertenecen. 

Se ha pontificado mucho sobre la inexistencia, en términos jurídicos, de “España”, puesto que los reyes lo eran de Castilla, de Aragón, y de otro millón de sitios. En la práctica, sin embargo, Cervantes utiliza con toda naturalidad la expresión “rey de España”. Y, como él, otros muchos.  

No solo existía un país con el mismo nombre que el nuestro, sino que había, con toda claridad, una identidad colectiva. Por eso se puede decir de algo que es “gloria de España”. Valencia, según el Persiles, es una de las ciudades más hermosas y ricas “no solo de España”. Mientras tanto, los españoles de la época se imaginan a sí mismos con rasgos de personalidad específicos, con los que tratan de diferenciarse de la gente de otras latitudes; “Español soy, que me obliga a ser cortés y a ser verdadero”. 

Un personaje cervantino nunca tendría inconveniente en decir “mi nación, España”, por mucho que un sector de la historiografía actual insista en que esos términos son anacrónicos -¿Cómo van a serlo, si nuestro autor ya los usaba?- y que la nación española, en el mejor de los casos, no aparece en la historia hasta 1812. Es cierto que el término “nación”, en diferentes contextos, posee significados distintos, pero… ¿A dónde queremos ir con esa obviedad? Una única definición nunca podrá aprisionar una realidad viva.

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