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Es un conjunto de prácticas destinadas a compartir palabras, acciones y objetos en  movimiento que sostienen una verdad indemostrable, como la de los locos. 

Los nombres nunca mienten. Ellos dicen honestamente lo que es cada cosa. El problema es que, a veces, no es fácil entenderlos ni definirlos. Es el caso del sustantivo “folclore”. La RAE lo describe como un anglicismo usado para designar un “conjunto de costumbres, creencias, artesanías, canciones, y otras cosas semejantes de carácter tradicional y popular”. Personalmente, encuentro muy divertida esta definición por la ambigüedad de la expresión “otras cosas semejantes”, que presupone que existen similitudes entre los elementos de ese conjunto disparatado donde encontramos “creencias” al lado de “artesanías”.  

Además, respecto a los responsables de tal conjunto, los académicos de la RAE aportan muy poca precisión al indicar, simplemente, que se trata de cosas de “carácter tradicional y popular”. Pues por un lado,  sabemos que las “tradiciones” no son necesariamente populares. Y, por otro lado, lo “popular” remite a un conjunto vago de cosas que denominamos “pueblo”, el cual, según la RAE misma, puede ser una “ciudad o villa”, o una “población de menor categoría” (sic), o un “conjunto de personas de un lugar, región o país”, o, más concretamente, “la gente común y humilde de una población” o incluso, en fin, “un país con gobierno independiente”... Algunos diccionarios consultados añaden algunas precisiones interesantes, sobre las que conviene detenerse.

La Wikipedia se arriesga bastante más que la RAE, al incluir en esa lista de “cosas semejantes”, además de artesanías y costumbres, “bailes, chistes, cuentos, historias orales, leyendas, música, proverbios y supersticiones”, configurando una especie de catálogo imposible, al estilo borgiano, y un extraño atlas formado por “poblaciones concretas” donde, según esa misma fuente, todos esos elementos diferentes se encontrarían reunidos.

El diccionario inglés de Oxford aporta un dato importante acerca del modo de difusión, al definir el folclore como las “creencias, costumbres e historias tradicionales de una comunidad que se transmiten de generación en generación por el boca a boca”. Esta idea de la transmisión oral la encontramos también en el diccionario italiano Treccani, que añade al catálogo imposible del folclore las “prácticas religiosas o mágicas”, además de “todo lo que es transmitido por tradición oral”. Me parece significativo que este detalle del carácter oral del folclore esté ausente en la RAE… El diccionario francés Larousse dice que el folclore son “prácticas culturales” (entre las que incluye “ritos” y “cultos”) de “las sociedades tradicionales”. Me gusta término de prácticas, que implica las nociones de experiencia y de habilidad, pero me cuesta imaginar que existan sociedades no tradicionales donde no habría folclore.

El diccionario Merriam Webster, por su parte, incorpora los “refranes” al conjunto de elementos que agrupa distintas “formas de arte conservadas en un pueblo”. Interesa destacar de esta definición la idea de “preservación”, ausente en los demás diccionarios consultados, y que está en el corazón de la exposición que tiene lugar en el Centro Andaluz de Flamenco de nuestra ciudad en estos días, bajo el título de Navidades flamencas.

Las vitrinas de esta interesante exposición muestran artefactos diversos que funcionan como pistas, como surcos que, en sociedades como la nuestra, permiten descubrir a los excluidos y comprender los procesos de exclusión. El folclore no es un saber sino, en todo caso, huellas de un no-saber. Se parece al tabú en la medida en que cuenta, de distintas maneras y con diferentes códigos, lo que no se debe decir, lo que no se tiene derecho a decir, lo que no se puede decir en cualquier circunstancia. El folclore transmite mensajes de lucha frente a sistemas dominantes. Es un conjunto de prácticas destinadas a compartir palabras, acciones y objetos en  movimiento que sostienen una verdad indemostrable, como la de los locos. Institucionalizar el folclore, como hoy se hace con las zambombas y con los villancicos, es una forma de combatir su extraña (y por eso temible) verdad.

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