¿Unidad sin igualdad? Un momento de una concentración contra la Ley de Amnistía.
¿Unidad sin igualdad? Un momento de una concentración contra la Ley de Amnistía.

Estamos saliendo desde que el independentismo catalán propuso y se lanzó a la labor de un referéndum de autodeterminación. Este fue el primer acto. El segundo, las elecciones que llevaron al Congreso la posibilidad de elegir una Gobierno de coalición y dio por finalizado el turno político de Cánovas y Sagasta. Turno que había quedado instaurado por el tardo franquismo de Fraga y en el que vive empeñado el PP/Vox. El tercer acto, la renovación del Gobierno de coalición amparada en el reconocimiento de los excesos del Estado, que serán reparados con la Ley de amnistía.

Es lenta esta salida de un siglo que duró nada menos que 175 años, exactamente hasta el 20 de noviembre de 1975-6 de diciembre de 1978. Las derechas españolas siguen atadas a su raíz franquista y torpedean cualquier intento de normalización en una sociedad que tiene varios conflictos que resolver para poder vivir en el presente. El conflicto territorial es uno de ellos y es central. Viene provocando malestar desde hace trescientos años, aunque se niegue, desde la guerra de sucesión y la llegada de los Borbones. El prolongado siglo XIX fue la prolongación de esos conflictos y del malestar en la patria común.

Qué triste, decía a varios amigos argentinos y mexicanos, que en España no se pueda decir patria como se dice en Latinoamérica desde las izquierdas también. El franquismo y el posfranquismo se quedaron con ella. Sin duda, ese pecado de las derechas nos ha llevado a muchøs a abrazar la matria, algo mucho mejor sin duda.

El problema de las patrias es que se erigen como edificios, con estructuras rígidas, fijas, inamovibles, y todo esto es contrario a la vida humana, que es un devenir entre siempre nuevas situaciones. La vida humana es el vivir, adaptándose a lo que la misma vida nos trae. Los grandes conflictos humanos suelen tener su origen en esa terquedad inamovible que desea contener el océano y parar el viento. No es posible, y las elites conservadoras siempre se dan cuenta demasiado tarde, cuando la patria se les cae de la mano hecha jirones.

Rajoy, del PP, apoya sin ambages a nada menos que a Javier Milei en la Argentina; por cierto, junto a Vargas Llosa. Con datos independientes en la mano, nadie podrá decir que el peronismo kirchnerista dejó más jirones que el macrismo que ahora, después de la farsa de abandonar a su propia candidata a la presidencia de la república, apoya a Milei.

En Argentina, sin embargo, amplias bases macristas y dirigentes en número importante y creciente abjuran de Mauricio Macri y llaman a votar al candidato peronista Sergio Massa en nombre de la patria. Las derechas llaman a defender la patria votando todo lo contrario que a la derecha. A defender la patria democrática, la patria del respeto al Derecho. Esa es la patria, parece, en la Argentina del siglo XXI.

En España no pocos reviven el tipismo que los viajeros atribuían a los indígenas primitivos que vivían en cuevas, habitaban en las supersticiones y comían lo que podían. Es como si un sector de la población española desearía más ese tipismo que la modernidad que ya conoce un gran número de españoles. Y son las derechas las que cultivan ese tipismo de los toros, de la caña dominguera y todo lo demás. Las derechas cultivan el siglo XIX; la mayoría del Congreso de los Diputados desea el siglo XXI.

La Ley de amnistía no puede ser enjuiciada hasta que no sea conocida y entre en vigor. Todo lo otro es irregular. Sacar a la población contra algo que no se conoce es populismo y cultivo de la superstición. Miedo a lo desconocido e impedimento para conocer lo que puede ser conocido. La campaña para el voto de la Constitución de 1978 implicó el reparto por todos los buzones de España de un ejemplar de la Constitución para que las personas la leyeran. Con la Ley de amnistía se pretende volver a la prohibición de leer y comprender con los propios ojos. Ni siquiera se espera a que se publique el proyecto de Ley. Es el regreso a la España eclesiástica del XIX y la prohibición de leer. Y es la negación del debate legítimo democrático. Todo es revisable, todo es discutible. Claro, con los dogmas el trato es otro. Dogmas son siglo XIX. El último, el de la Inmaculada Concepción, 8 de diciembre de 1854.

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