img_7901.jpg
img_7901.jpg

El 26 de junio de 2016 se volvieron a reproducir las elecciones generales. ¿Acaso no es cierto? A las que yo me refiero sarcásticamente como “erecciones generales”.

—Nuestro español bosteza.
¿Es hambre? ¿sueño? ¿hastío?
Doctor, ¿tendrá el estómago vacío?
—El vacío es más bien en la cabeza.

Antonio Machado

¡Qué bello es el campo castellano! ¿Acaso no lo han sentido por estas fechas, todos aquellos que viven por aquellos territorios, o todos aquellos que lo han imaginado más al sur? El campo está en la cumbre de su razón. Está empezando a llenarse las alas de polvo y rudas piedras. El cereal también práctica el arte de volverse tan dorado como el brillo de una palpitación. Uno podría morir cantando en él, y aún feliz de haberse visto sin mayor dolor que partir temprano.

El campo castellano lo describió Azorín al pie de la letra, a principios del siglo pasado. Es decir, para recordarlo tendríamos que darnos la vuelta, en sentido contrario a las agujas del reloj, en busca de nuestros antepasados. Miguel Delibes también añadió su particular nota, ligada a la pérdida de la inocencia y del niño que va creciendo mientras la sombra del ciprés de va haciendo alargada, o algún incauto buscador de votos va a un pueblo perdido a intentar convencer al señor Cayo, único habitante sobre el que recae la responsabilidad del próximo gobierno.

Más recientemente Sergio del Molino publicó un excelente ensayo que contrapone la preeminencia de la urbe sobre el abandono de nuestros campos. Campos a los que se presuntamente se culpa de atraso, analfabetismo, aislamiento, dureza o delirios solitarios. Él lo denomina la España vacía, la que sobrevive más allá de nuestro imaginario y que nos previene de síntomas que están muy arraigados en la psicología del español de siempre.

La España vacía. Qué terrible. Qué dolor. Esos campos por donde corre el viento en busca de ortigas secas o de palillos sin dientes. Pueblos en los que las dovelas se caen porque no tienen otra cosa que hacer. Olvido. Melancolía. El perfecto abrevadero para los poetas románticos, y que Antonio Machado inmortalizó para siempre en sus “Campos de Castilla” sobre los que ya pesa el centenario de su publicación.

A los campos de Antonio Machado es a dónde quería llegar. Él nos dejó símbolos tan imperecederos como la simpleza de un camino, ese que se hace al andar y al que aguardar un caminante, porque al final todos los caminos llevan a la mar y allí nos hemos de encontrar todos, hasta el más pintado, ligero de equipaje.

Pero el poeta sevillano, tan enamorado de las soledades de Soria y de la amplitud de las llanuras, tan ajado con las sombras de los oteros y la triste gloria de tantas encinas, también se refirió a ciertos malestares del país por aquella época. Como buen entendido de la filosofía, asimismo nos dejó un buen puñado de proverbios de cantares, o de ciudadanos apócrifos que, del mismo modo que los desdoblamientos de Pessoa, hablaron a través de él y dejaron sentadas unas cuantas verdades que aún escuecen a muchos, porque cada verso es como el dedo que les metes en una llaga.

El 26 de junio de 2016 se volvieron a reproducir las elecciones generales. ¿Acaso no es cierto? A las que yo me refiero sarcásticamente como “erecciones generales”, valga la redundancia del adjetivo, porque este país me la pone dura, tan dura como una vara de avellano en las manos de un gañán. Con el resultado que todos conocemos. Una verdadera orgía de despropósitos. Una vuelta más de tuerca. El desdén de los desamparados. Como si nos les pesara la conciencia.

Entonces pensé. ¿De qué está vacía España? ¿De belleza? Imposible. Miren la envergadura de esos campos. La pulcritud de esas amapolas. La suavidad del cielo. La sinceridad de las espigas. Es imposible que España esté vacío de eso. Sería una pesadilla de las de órdago. De qué estará vacía entonces.

“El vacío es más bien en la cabeza”. Es la respuesta más congruente. Sin necesidad de inventármela porque parece que un poeta sevillano profetizó cien años antes, aquello de lo que más sufren y no son capaces de liberarse. Quieren cambios y no paran de parir lamentaciones. Los unos y los otros. Todos ellos. Por activa y por pasiva. Porque ya no hay ideologías, sino intereses. El asunto está bien claro: hay una corresponsabilidad obvia entre la situación que viven y los ciudadanos que disponen su voluntad en las urnas. Del mismo pan que cortan, tienen su miga.

Archivado en:

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído