Pidiendo chupitos gratis y mezclando imágenes de marihuana y fentanilo: las increíbles historias de @idancausa

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Profesor de la EASP. Médico especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública y Doctor en Medicina por la Universidad Autónoma de Barcelona.

Me llamaron el otro día de Todo es mentira, de Cuatro TV para hablar de marihuana y fentanilo. Todo es mentira es un programa que en los momentos duros de la pandemia tuve el honor y la suerte de poder ser entrevistado bastantes veces por Risto Mejide y por Marta Flich. Siempre me he sentido muy bien tratado tanto por los periodistas que preparan por la mañana la entrevista como por parte de los presentadores. Y también por parte de los que le dan un toque de humor al programa e incluso también por los invitados habituales.

La semana pasada me llamaron para hablar de Ignacio Dancausa, presidente de nuevas generaciones del PP y de sus declaraciones donde ponía como ejemplo de lo que pasaba o podría pasar con las drogas en España, lo que estaba pasando con la marihuana en EEUU. Me quedé de piedra. Cómo se puede confundir los efectos de la marihuana con el fentanilo!!

El tema del fentanilo lo conozco desde hace años. Lo había hablado con “mis” heroinómanos del PEPSA y naturalmente con mi profesor en el ámbito de la drogodependencias, Manolo Romero.

¿Qué sabemos del fentanilo y de cómo se ha ocasionado la crisis en EEUU?

La historia de cómo Estados Unidos se enganchó al fentanilo empezó a mediados de los noventa, cuando farmacéuticas como Purdue revolucionaron a base de agresividad las reglas del marketing médico para inundar consultas y botiquines de todo el país con unas revolucionarias pastillas llamadas Oxycontin. No solo venían a acabar de una vez por todas con el dolor, sino que no enganchaban, dijeron.

El problema apareció cuando se empezaron a recetar para dolores no oncológicos crónicos (debido a la política de EEUU y de las farmacéuticas) donde se generaba dependencia y tolerancia y desencadenó conductas adictivas en un sector de la población. Se sabe que el uso de los opioides para dolor oncológico, terminal, o postquirúrgico a corto plazo tienen buenos resultados pero su uso en dolor crónico no oncológico tiene insuficiente evidencia científica de efectividad a largo plazo y en cambio tiene potenciales efectos adversos y aumento progresivo de la adicción.

Cuando aquella sensacional oferta decayó, un conjunto de adictos se lanzó a las calles con una demanda: buscaban heroína, más barata y también más peligrosa. Hacia mediados de la década pasada, la epidemia de los opiáceos ya era una crisis sin precedentes cuando la historia registró un nuevo inesperado giro con la entrada en escena de una poderosísima droga de la que pocos fuera de un quirófano habían oído hablar hasta entonces. El fentanilo arrasó con todos los hábitos anteriores; en 2022, provocó en torno a las tres cuartas partes de las muertes por sobredosis, que, según han anunciado las autoridades estadounidenses esta semana y a falta de la cuenta definitiva, se espera que marquen un nuevo récord, con cerca de 110.000 bajas. Esto es: más de 2.000 por semana.

El padre del fentanilo es un químico belga llamado Paul Janssen. Su invento (más efectivo y menos oneroso que la morfina) se empezó a usar en cirugías cardiacas y revolucionó la medicina. En 1985, Janssen abrió el primer laboratorio occidental en China para fabricar fentanilo. Y sabemos que lejos de la supervisión de un anestesiólogo, resulta una sustancia altamente mortífera.

La segunda embestida llegó hacia 2014 y nada pudo pararla. Los camellos empezaron a cortar otras sustancias, como la cocaína o la metanfetamina, con fentanilo, mucho más barato, “de modo que miles de personas, las que no morían por una sobredosis accidental, acabaron enganchadas a algo que ni siquiera sabían que estaban tomando”. Ese fue uno de los motivos que contribuyó a que la droga derribara barreras raciales.

La primera oleada de la crisis de los opiáceos, la de las pastillas con receta, se llevó por delante a una población mayoritariamente blanca (tanto como un 90%). Con el fentanilo fue distinto: se extendió como una especie invasora por las esquinas de las ciudades de todo el país hasta arrasar con la heroína y otras sustancias, del mismo modo que prendió en las comunidades afroamericanas e hispanas.

El primer negro que murió en la ciudad de Akron (Ohio) se llamaba Mikey Tanner, luchó durante 10 años contra la adicción a la cocaína, pero solo duró un par de meses cuando el fentanilo entró en escena. Su historia recuerda a la de las primeras sobredosis en España. Al principio, fueron noticias de portada. Con el tiempo, sus muertos no tenían asegurado ni siquiera un lugar en la página de las esquelas.

En 2020, las muertes por sobredosis crecieron un 20%, hasta los 91.799 casos. En 2021, se registraron 106.699, según el Instituto Nacional de Abuso de Drogas, un 16% más. Y en 2022, la DEA (siglas en inglés de la agencia antidrogas) se incautó de 50,6 millones de píldoras falsas y de 4.500 kilos de polvo de fentanilo, el equivalente a “más de 379 millones de dosis potencialmente mortales”; más que de sobra, por tanto, para acabar con toda la población estadounidense.

San Francisco se ha convertido en el gran símbolo: allí ha muerto desde 2020 el doble de personas por sobredosis (unas 2.000) que a causa de la pandemia. El fentanilo se convirtió ya se ha convertido en la droga más potente de la historia. Cualquiera que se dedicara al negocio sabía que si no la ofrecía se iba a quedar rápidamente sin clientes. Los camellos no se atrevían a no mezclarla con otras. Pronto, se volvió una herramienta de expansión de mercado.

Este es el origen de la crisis del fentanilo en EEUU, que tiene una situación a las antípodas de España, gracias a una política de drogas y a una política de medicamentos que en nada se parece a la de EEUU. El otro día Claudio Vidal decía que en España ellos no han encontrado consumidores de fentanilo, lo cual me alegra. Podemos afirmar que no existen evidencias suficientes como para afirmar la llegada del fentanilo a los mercados de drogas en nuestro país. En otras palabras, ninguno de los indicadores disponibles avalan esta hipótesis.

Y que la opinión pública se forme una imagen distorsionada de este fenómeno, debido a la comparación con la situación de Estados Unidos y la difusión de imágenes estigmatizadoras de grupos concretos de población, tiene sus riesgos.

El fentanilo, una droga sintética desarrollada hace más de medio siglo, ha pasado de los quirófanos a las calles provocando una crisis de salud pública en Estados Unidos y un sinfín de interrogantes sobre su producción y tráfico ilegal. El fentanilo es un opioide sintético que es hasta 50 veces más fuerte que la heroína y 100 veces más fuerte que la morfina. Es un importante factor contribuyente a las sobredosis mortales y no mortales en los EE. UU.

El fentanilo y otros opioides sintéticos son las drogas más frecuentemente involucradas en las muertes por sobredosis. Puede ser mortal hasta en pequeñas dosis. Que el fentanilo sea un “opioide sintético” significa que, a diferencia de la morfina o la heroína (que vienen del opio), se produce sin opio, de forma sintética en un laboratorio, de manera mucho más rápida y con rigurosos controles de calidad.

El uso del fentanilo se utiliza en España bajo gran seguridad. El opioide necesita un visado especial en algunas de sus presentaciones, como las ultrarrápidas que pueden aliviar un dolor fortísimo en pocos segundos y dejar a quien lo toma en un agradable estado de euforia y bienestar durante un par de horas.

Solo en 2022, los fallecimientos por sobredosis en el país fueron de 107.000 personas, 30.000 más que en 2019. Se estima que dos terceras partes de esa cifra estaban relacionadas con el consumo de opioides sintéticos, como el fentanilo.

El reconocimiento de los signos de una sobredosis por opioides puede salvar una vida. Estas son algunas de las cosas que se deben observar:

• Pupilas pequeñas, contraídas, como de punta de alfiler
• Quedarse dormido o perder el conocimiento
• Respiración lenta, débil o sin respiración
• Sonidos de atragantamiento o gorjeos
• Cuerpo flácido
• Piel fría o húmeda y pegajosa
• Manchas en la piel (especialmente en los labios y las uñas)

Como analgésico, se utiliza para bloquear dolores crónicos muy fuertes, como los que sufren pacientes oncológicos. Sin embargo, también se corre el riesgo de generar una fuerte adicción, por eso en España en la actualidad solo se receta a pacientes con cáncer o con dolores extremos y se sigue un estricto control, con dosis muy medidas. En los casos más extremos del consumo en calle, el exceso de esta sustancia produce la muerte por sobredosis, en la que el consumidor sufre una depresión respiratoria y se asfixia sin darse cuenta. De todas formas, también hay que decir que es un fármaco segurísimo a nivel de anestesia y además muy eficaz.

El viaje del fentanilo en el cuerpo humano comienza inmediatamente después de su aplicación. Como todos los opioides, el fentanilo se distribuye por el torrente sanguíneo y alcanza el sistema nervioso central en busca de su objetivo: los receptores opiáceos, elementos de las neuronas a los que se unen, ralentizando su actividad y disminuyendo las señales que transmiten el dolor. Al interactuar con el receptor opiáceo, el fentanilo modula el dolor. Entre otras cosas, produce desentendimiento, sedación, aletargamiento y una sensación de bienestar. El Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas de Estados Unidos (NIDA) también caracteriza a la euforia, felicidad extrema y confusión como efectos propios del fentanilo. Sin embargo, la misma potencia que supone una ventaja sobre otros opioides para su uso médico, se traduce en un riesgo mortal para los consumidores del mercado ilegal.

Sabemos que tan solo el 2% de la población española entre 15 y 64 años lo habría consumido alguna vez en la vida, en la práctica mayoría de casos por indicación médica.

De todas formas, la comparación constante con Estados Unidos y Canadá es desafortunada. España está mejor preparada que muchos otros países para hacer frente a una posible entrada de fentanilo en los mercados de drogas. Es muy importante evitar la difusión de bulos relacionados con el fentanilo. El uso de imágenes estigmatizantes de personas bajo los efectos de sustancias psicoactivas debería evitarse por completo. Debe evitarse además, denominar “droga zombi” al fentanilo.

Del fetanilo a la confusión con el cannabis. ¿Qué sabemos del cannabis?

Mientras tanto, para Dancausa, el cannabis nos da las imágenes de EEUU. Error. Grave error.

Se estima que alrededor de 16 millones de jóvenes europeos (de 15 a 34 años), es decir, alrededor del 15 % de este grupo de edad, consumieron cannabis el año pasado, y esta cifra aumentó hasta aproximadamente el 20 % en el grupo de 15 a 24 años. Sin embargo, los niveles de consumo notificados varían considerablemente de un país a otro, y las tasas de prevalencia entre los adultos jóvenes suelen oscilar entre el 3 % y aproximadamente el 22 %.

A menudo, el consumo de cannabis es experimental, y normalmente se produce únicamente durante un período de tiempo reducido de la edad adulta temprana. Sin embargo, una minoría de personas sí desarrolla pautas de consumo más persistentes y problemáticas, y estos problemas se asocian al consumo regular, a largo plazo y en dosis altas de cannabis. Entre estos problemas se incluyen:

• Salud física deficiente (por ejemplo, síntomas respiratorios crónicos);
• Problemas de salud mental (por ejemplo, dependencia del cannabis y síntomas psicóticos);
• Problemas sociales y económicos derivados de un rendimiento escolar deficiente, del fracaso escolar, el deterioro del rendimiento laboral o la implicación en el sistema de justicia penal; y
• Posibles efectos adversos para el feto cuando se consume durante el embarazo.

Estos resultados en materia de salud mental y social y económica son más probables si el consumo regular comienza en la adolescencia, mientras el cerebro sigue desarrollándose. Los riesgos pueden aumentar con el consumo de productos de cannabis de mayor potencia, especialmente aquellos con altas concentraciones del principal componente psicoactivo, el tetrahidrocannabinol (THC).

En Europa, el método más común de consumo de cannabis sigue siendo fumarlo mezclado con tabaco. Esto conlleva riesgos adicionales para la salud, dado que la dependencia asociada a la nicotina, incluso puede hacer más difícil el tratamiento. Además, apunta hacia la necesidad de un enfoque más holístico a la hora de analizarlas políticas y las respuestas relacionadas con el cannabis y el tabaco.

Cabe destacar su efecto analgésico, específicamente en el dolor neuropático, por el cual se ha aprobado el uso en varios países, siendo utilizado en algunas enfermedades como esclerosis múltiple ya que disminuye también la espasticidad.

Se ha demostrado el gran potencial de los cannabinoides como sustancias terapéuticas más allá de su uso analgésico o antiemético, esto es, en enfermedades neurodegenerativas en las que pueden no solo disminuir los síntomas, sino frenar el proceso de la enfermedad. Otra posible aplicación puede ser en el campo oncológico, siendo particularmente intensa la actividad investigadora realizada en los últimos 15 años.

En los últimos años se ha demostrado el gran potencial de las sustancias cannabinoides en aplicaciones terapéuticas más allá de su uso analgésico o antiemético, esto es, en enfermedades neurodegenerativas en las que pueden disminuir los síntomas como mínimo. También se puede usar para el tratamiento de la espasticidad y el dolor neuropático que pueden acompañar la esclerosis múltiple, combina el THC con cannabidiol (CBD). En Estados Unidos se está probando un medicamento líquido a base de CBD llamado Epidiolex para el tratamiento de dos formas graves de epilepsia infantil. Existe una influencia del cannabis medicinal en los síntomas más prevalentes y debilitantes en cáncer, incluyendo el dolor, las náuseas y los vómitos inducidos por quimioterapia, la neuropatía periférica inducida por quimioterapia, y la anorexia y la pérdida de apetito.

Numerosas publicaciones estudian la existencia de consecuencias de la regulación y legislación del cannabis, en EE.UU. principalmente, reportándose:

a) que no existe un aumento general en la probabilidad de consumo de cannabis relacionado con el cambio de política (Choo et al., 2014), sin embargo, en Estados Unidos las leyes médicas sobre el cannabis parecen haber contribuido a aumentar la prevalencia del consumo ilícito de cannabis y los trastornos por su consumo (Hasin et al., 2017);

b) que las políticas de cannabis medicinal se asociaron significativamente con la reducción de las hospitalizaciones vinculadas al uso de analgésicos opioides en Estados Unidos (Shi, 2017);

c) que hubo una reducción en muertes por accidentes de tránsito, especialmente en la población entre 25 y 44 años (Santaella-Tenorio et al., 2017), sin embargo, la relación negativa entre la legalización y las muertes en el tráfico relacionadas con el alcohol no implica necesariamente que conducir bajo la influencia del cannabis sea más seguro que conducir bajo la influencia del alcohol (Mark-Anderson, Hansen, & Rees, 2013);

d) que se asocia con una tasa más baja de mortalidad por sobredosis (Bachhuber, Saloner, Cunningham, & Barry, 2014);

e) que no se encuentra asociación estadísticamente significativa entre las políticas de cannabis medicinal y el riesgo de suicidio (Grucza et al., 2015; Rylander, Valdez, & Nussbaum, 2014). Sin embargo, un estudio realizado en Estados Unidos concluye que los suicidios entre hombres de 20 a 39 años disminuyeron luego de la legalización del cannabis medicinal en comparación con aquellos estados que no lo legalizaron. La relación negativa entre la legalización y los suicidios entre los hombres jóvenes es consistente con la hipótesis de que el cannabis se puede usar para enfrentar eventos estresantes de la vida (Sevigny, Pacula, & Heaton, 2014);

f) que las leyes de cannabis medicinal tampoco tienen impacto perceptible en el comportamiento de consumo de alcohol entre las personas de 12 a 20 años, ni en el uso de otras sustancias psicoactivas en ninguno de los grupos de edad (Hasin et al., 2015; Wen, Hockenberry, & Cummings, 2015);

g) que en los estados que han aprobado las leyes de uso de cannabis aumentó después de la promulgación entre las personas de 26 años o más, no así, entre las edades de 12 a 25 años (Mauro et al., 2017); y

h) que se encontró una nueva aparición de ingestas no intencionales de cannabis por parte de niños pequeños después de la modificación de las leyes de control de drogas para la posesión de cannabis en Colorado (Wang, Roosevelt, & Heard, 2013).

En resumen, la tendencia sobre el CBD son muy prometedores y sugieren que este compuesto puede ser una herramienta valiosa para mejorar la salud y el bienestar de las personas. Sin embargo, es importante destacar que la investigación sobre el CBD sigue siendo limitada y que es necesario continuar investigando para comprender plenamente sus aplicaciones y su seguridad a largo plazo.

En definitiva, menos decir lo que no es y más informarse de forma correcta de lo que son las drogas.

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