La buena sintonía entre gobiernos empáticos y ciudadanía responsable frena más al virus

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Profesor de la EASP. Médico especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública y Doctor en Medicina por la Universidad Autónoma de Barcelona.

El coronavirus en el mundo, en una ilustración de Pixabay.
El coronavirus en el mundo, en una ilustración de Pixabay.

La pandemia de la covid-19 supera los 74 millones de casos y 1.650.000 muertos. Estas son cifras aproximadas y preliminares porque no hay un criterio unificado para contar enfermos y fallecidos en todo el mundo. Aún así, no hay duda de que unos países han tenido más éxito que otros en esta lucha desigual. Las razones son diversas y hay estrategias óptimas para un país que, sin embargo, no funcionan en otro.

Seis son los factores que algunos expertos plantean cómo claves para haber actuado de una mejor forma que otros: la unidad de acción, la rapidez en la respuesta inicial, el rastreo, la complicidad de la población, gobernantes empáticos y la tecnología. Vamos a repasar cada uno de ellos, poniendo ejemplos de países en los que ha funcionado.

1. Unidad: El consenso político, la unidad de acción de los distintos partidos políticos y la confianza de la población hacia sus gobernantes han sido clave para imponer medidas duras como el confinamiento. La falta de unidad de acción genera mortalidad como hemos dicho muchas veces. Para ello ha habido países que han contado con un amplio consenso político y, asimismo, con la confianza de una población muy responsable, que ha aceptado medidas duras como el confinamiento. Esta confianza entre gobernantes y gobernados es más fácil que se dé en países con una larga tradición socialdemócrata o Nueva Zelanda, además de las sociedades asiáticas donde la cultura comunitaria está mucho más desarrollada que en Occidente y donde se conserva muy viva la memoria de pandemias pasadas, como el SARS o el MERS. En países como Estados Unidos, por ejemplo, donde Trump ha negado la gravedad del problema, contradiciendo a los científicos y prescindiendo incluso de las mascarillas, la progresión de la pandemia ha sido imparable. Se acerca a los 17 millones de casos y a los más de 300.000 muertos, más que ningún otro país del mundo. La OMS, por su parte, destaca que países como Tailandia, Pakistán y Vietnam supieron poner en marcha amplios dispositivos contra la Covid-19. Por tanto, el individualismo y la desigualdad no son buenos para la buena gestión de la pandemia.

2. Rapidez: El virus se ha podido frenar allí donde las autoridades han reaccionado más rápido, con un despliegue masivo de medios y una excelente campaña de comunicación. El 3 de enero, Tailandia fue el segundo país después de China en confirmar un caso de Covid-19 y no perdió el tiempo. A partir de ese día se controló la temperatura de los viajeros en los aeropuertos. El 20 de marzo, con apenas 800 casos, se decretó el estado de alarma y un confinamiento que no se levantó hasta mayo. Al mismo tiempo, el Gobierno desplegó a un millón de voluntarios por todo el país para rastrear los contagios y reforzar el mensaje de que la mascarilla era obligatoria y que debían evitarse los lugares cerrados. En Vietnam, las autoridades actuaron con tanta rapidez y contundencia como en Tailandia. Cerraron la frontera con China y establecieron férreos controles sanitarios en los aeropuertos.

3. Rastreo: Tailandia, Pakistán y Vietnam han contado con amplios equipos para rastrear y orientar a la población. En Tailandia, un millón de voluntarios, dos terceras partes de los cuales han sido mujeres, han trabajado como rastreadores por todo el país, demostrando el gran compromiso social que ha habido. Al mismo tiempo, Vietnam organizó una vasta operación de rastreo, con decenas de miles de personas contratadas para ello. En un principio se pensó que el gobierno de Hanoi había sobrereaccionado, pero luego la pandemia ha demostrado que es mejor tomar medidas drásticas, aunque sean exageradas, que quedarse cortos.

4. Complicidad de la población: Centralizar o no la gestión no ha sido tan importante como conseguir la complicidad de la población. En ello, una comunicación fácil, sencilla, empática, cercana, concreta... ha favorecido el éxito. Dinamarca se ha beneficiado de una alta responsabilidad social y también lo ha hecho Alemania. El sistema federal alemán ha resistido las tensiones territoriales que ha ocasionado la Covid-19, y también lo ha hecho el regionalismo de Italia. No tanto lo ha conseguido España. La diferencia no estaría en el modelo territorial sino en la confianza de los ciudadanos en sus gobernantes y su predisposición a aceptar las normas. En Francia, donde la población mantiene un recelo histórico a la autoridad política, el centralismo, aunque sea para combatir la Covid-19 es difícil de aceptar y así hemos visto enfrentamientos con París, Marsella y otras ciudades por imponer medidas sin su consentimiento. Estas tensiones las hemos visto también en España cuando La Moncloa defendía una estrategia contraria a la de la comunidad de Madrid.

5. Gobernantes empáticos: Allí donde los gobernantes han sido más empáticos y transparentes a la hora de explicar el avance de la enfermedad y las medidas que se tomaban, las cosas han ido mejor. Nueva Zelanda es un ejemplo claro, igual que Alemania. La canciller Merkel tiene una formación científica y supo explicar muy bien los riesgos que entraña el crecimiento exponencial de una enfermedad con gran empatía en los momentos duros. Las poblaciones mejor informadas son las que mejor han actuado.

6. Tecnología: Las aplicaciones de rastreo con el móvil han sido esenciales para romper las cadenas de contagio. La tecnología de rastreo, finalmente, ha sido un gran aliado para romper las cadenas de infección. En algunos países como China o Singapur ha sido obligatorio disponer en el móvil de aplicaciones que permiten a las autoridades posicionar a los ciudadanos en todo momento. En Finlandia la aplicación Koronavilkku ha sido de uso voluntario, pero la gran mayoría de la población se la ha descargado. No sólo te avisa en caso de que hayas estado en contacto con un enfermo sino que te aconseja lo que debes hacer. Finlandia es uno de los países europeos que a lo largo de todo el año ha actuado con mayor eficacia. Apenas ha perdido a 415 personas a manos de la Covid-19. Pero aquí también, como en la mayoría de países, cabe destacar que ha sido la población por sí misma la que ha sabido sacar partido de las medidas acertadas que han dictado las autoridades políticas y sanitarias.  

Hay otros países que también lo han hecho bien: Taiwán, Corea del Sur, Japón Nueva Zelanda, Alemania, Finlandia, Islandia, los Emiratos Árabes Unidos, Canadá y Australia, además de otros estados insulares.

En muchos lugares de Asia, la memoria de virus pasados, como el SARS del 2003 o el MERS del 2015, condicionó la respuesta de la población. La mascarilla es una prenda muy común, que se utiliza para reducir los efectos de la contaminación. Mientras hay países como Nueva Zelanda, Corea del Sur y Taiwán, que han basado parte de su éxito en la realización de tests masivos, otros estados, como Tailandia, Pakistán y Vietnam, no los han necesitado. Allá donde la ciudadanía asume su responsabilidad y cumplen estrictamente con las medidas antivirus, los tests no son tan imprescindibles. Tailandia, por ejemplo ha hecho sólo el 40% de las pruebas que ha realizado Nueva Zelanda, a pesar de tener quince veces más habitantes.

El sentimiento de pertenencia al grupo en Asia está tan desarrollado que la responsabilidad social es más fácil de poner en práctica. En Europa, por ejemplo, ha habido una gran diferencia entre los países con un fuerte compromiso social y aquellos más inclinados a desconfiar de las autoridades. La falta de un criterio único en la Unión Europea también ha dificultado las campañas de comunicación y concienciación. La distancia social en Francia, por ejemplo, es de un metro, pero en Alemania es de metro y medio y en el Reino Unido es de dos metros. No está claro, tampoco, qué es una víctima de la Covid-19. Hay países, como Bélgica, que cuentan los fallecidos con síntomas de la enfermedad, aunque no se hubieran sometido a una prueba para certificar que tenían el virus. En otros países esto no pasa como en España. Hay países, incluso, con una fuerte disparidad entre regiones que son fronterizas, como pasa en Italia con el Véneto y la Lombardía. En la región de Venecia ha habido la mitad de casos que en la de Milán. Esta falta de uniformidad, en países europeos con fronteras comunes y hasta ahora invisibles, favorece el recelo de la población ante órdenes que limitan su libertad de movimientos y dañan sus negocios.

Las medidas para aplanar la curva de contagios durante la segunda ola en Europa han sido más difíciles de asumir y aplicar que durante la primera ola. A pesar de que los contagios han ido subiendo, el número de muertos se ha mantenido bajo, lo que ha llevado a muchos europeos a preguntarse si realmente era necesario seguir al pie de la letra las órdenes y recomendaciones de las autoridades. La presión política y social contra los Gobiernos europeos provoca que estos relajen las medidas por temor a las consecuencias sociales y políticas. En Bélgica, por ejemplo, durante el pasado verano era obligatorio llevar la mascarilla en el exterior, pero esta medida se relajó a partir de octubre, justo cuando llegaba la segunda ola. En Holanda ha sido al revés. La mascarilla no fue obligatoria durante el verano, pero ahora lo es en los espacios cerrados.

La centralización en una autocracia como China es más fácil que en una democracia europea. También lo es el control de una población muy acostumbrada a obedecer consignas. En Wuhan, once millones de habitantes y zona cero de la pandemia, sólo han muerto 3.869 personas. Después de intentar tapar el brote de "neumonía viral" que se detectó el pasado mes de diciembre, las autoridades chinas actuaron con rapidez. El 23 de enero, la ciudad de Wuhan, de once millones de habitantes, quedó completamente cerrada. El confinamiento, que impidió a muchos habitantes salir de casa incluso para ir a comprar, no se levantó hasta el 8 de abril. 
Los datos oficiales indican que en Wuhan ha habido 3.869 muertos y en toda China, un país de 1.400 millones de personas, sólo 4.634. Es muy posible que las cifras reales multipliquen a las oficiales por tres o cuatro. En todo caso, el modelo centralizado chino demuestra que evitar a toda costa el contacto social, aunque sea con medios muy drásticos, salva vidas.

En definitiva, necesitamos gobernantes más empáticos y ciudadanía mejor informada y responsable para conseguir que las cifras de este SARS-Cov-2 no se nos disparen. Son lecciones para estas Navidades, a las que algunos difícilmente llegarán. Es tiempo de cambio y mejora. Es tiempo de hacer las cosas con cabeza. Es tiempo de intentar conseguir que la empatía y la comunicación lleguen de mejor forma a una ciudadanía harta de tanta información que le produce infoxicación.

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