Rocío, la verdadera leyenda del tiempo

Más allá de esa íntima relación con sus paisanos Rocío Jurado ha sido quien mejor ha contado y ha cantado el sentimiento más noble de nuestros corazones: el amor

Monumento a Rocío Jurado en Chipiona.

Acostumbrado como estoy a llenar este espacio semanal de trivialidades sociales y rituales políticos reiterados esta semana me topé con la noticia de que el Ayuntamiento de Chipiona, junto a entidades culturales y empresariales de la localidad, va a celebrar el 75 aniversario del nacimiento de Rocío Jurado con una semana cultural. Bonito gesto, primero por lo que tiene de gratitud hacia quien siempre llevó a gala su pueblo por todos los rincones del mundo hasta el punto de convertir en inseparable el binomio Chipiona-Rocío, y en segundo lugar por celebrar el aniversario de su nacimiento en lugar del de su terrible pérdida porque por aquel 18 de septiembre merece dar gracias a la vida.

Hoy, tantos años después, y más allá de los múltiples mitos que han rodeado su vida artística es justo reconocer que Rocío es la verdadera leyenda del tiempo, aquella que cantara Camarón con su “ayer y mañana comen oscuras flores de duelo”. Más allá de su éxito artístico innegable, más allá de su arrolladora personalidad, nadie como ella ha impregnado la vida de su pueblo de la leyenda del tiempo para la eternidad.

Pero más allá de esa íntima relación con sus paisanos Rocío Jurado ha sido quien mejor ha contado y ha cantado el sentimiento más noble de nuestros corazones: el amor. Más allá de su enorme voz y de su sorprendente capacidad para interpretar sobre un escenario, más allá de su versatilidad que le podía llevar de la copla al jazz, pasando por los palos más difíciles del flamenco y la dulzura de las baladas románticas, Rocío nos ha mostrado a través de sus canciones la alegría y la felicidad del amor pero también su cara oculta, la de la soledad, la ausencia, las lagrimas y el desgarro doloroso de la ruptura.

Si Como en una ola muestra la fuerza del amor que llega capaz de hacerle quedar prendida en su tormenta y perder el timón que no es sino la razón nublada por el sentimiento, y todo ello en una bella metáfora marina que recuerda determinados aspectos de la poesía romanticista, también la pérdida de ese amor se refleja con dramática fortaleza casi feminista en Se nos rompió el amor donde una vez más la intensidad existencialista a la hora de disfrutarlo queda de manifiesto con ese “de tanto usarlo, de tanto loco abrazo sin medidas, de darnos por completo a cada paso”, haciéndonos sentir la belleza dramática de la ruptura tanto o más que su llegada como pone de manifiesto el que “jamás duró una flor dos primaveras”, alejándose de cualquier interpretación fatalista.

El amor también más fuerte que la convención social en su magistral Señora, el amor por encima de las reglas de lo bien visto, el amor compartido más allá del engaño, con la misma intensidad y fuerza de aquella ola que le enamoró,  pero con una rotunda reivindicación de la fuerza del sentimiento con ese “ahora nadie puede apartarlo de mí”.

La llegada del amor, la ruptura, el amor compartido y disputado pero también el dolor de la soledad que provoca la ausencia. Esto último es lo que aflora en su En el punto de partida crónica descarnada de la soledad, de la imposibilidad del reencuentro, de la vuelta permanente a ese punto de partida donde el sentimiento muere.

Por todo ello Rocío, la juglar de Andalucía como ella misma cantaba, ahora más que nunca, en este setenta y cinco aniversario de su nacimiento, sigue siendo en nuestros corazones la Señora que como una ola nos lleva a todos al punto de partida aunque alguna vez se nos rompiera el amor. Feliz aniversario.