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Los científicos llaman “biomasa” a la cantidad total de materia viva presente en una comunidad o ecosistema. En nuestro planeta, los animales (incluidos los humanos) constituimos solo el 0,3% de la biomasa total. El 99,7% restante son plantas. Estos datos, que leí recientemente en un librito muy interesante sobre la inteligencia de las plantas (Mancuso & Viola: Brilliant Green, Island Press 2015), hablan de la pequeñez humana.

Esta pequeñez nos vuelve obstinados, de manera que no vemos fácilmente lo que no queremos ver: que la Tierra, aunque aparezca azul vista desde el espacio, es, en realidad, un planeta verde. Los expertos auguran que el siglo XXI será el siglo de la Biología, sobre todo en los ámbitos de la genética y de la biotecnología. ¿Pero seremos capaces de hacer frente a los desafíos éticos que plantean los avances en estas disciplinas?

Ojalá los biólogos del siglo XXI puedan conseguir hacernos comprender (y asumir) nuestra ínfima posición en la biomasa del planeta. Ojalá que puedan ayudarnos a convertirnos en humanos antes de que la ciencia nos convierta en dioses. Pero no puedo evitar un cierto optimismo respecto al futuro del pesimismo.

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