Camilo, el cura guerrillero.
Camilo, el cura guerrillero.

Cantaba el uruguayo Daniel Viglietti que a Camilo Torres (1929-1966) lo habían clavado “con balas en una cruz” y que lo habían llamado bandido, igual que a Jesucristo. El tema, Cruz de luz, pertenecía al álbum Canciones para el hombre nuevo, editado en 1968, el año en el que lo imposible parecía posible en todo el mundo. Viglietti homenajeaba así a un icono continental de la izquierda latinoamericana, en el que las convicciones revolucionarias hallaban fundamento en una profunda fe religiosa.

Hijo de una acomodada familia de clase media, Camilo Torres empezó a estudiar Derecho en la Universidad Nacional Colombia, donde hizo amistades con las que compartió la pasión por la poesía. Uno de sus condiscípulos fue Gabriel García Márquez, el futuro novelista. No eran simples aficionados puesto que el periódico La Razón, de tendencia liberal, les cedió una página de periodicidad semanal, el suplemento La Vida Universitaria. Allí dieron a conocer sus inquietudes y García Márquez publicó algunos versos.

Al poco tiempo, sin embargo, Camilo lo dejó todo, sus estudios y a su novia, para entrar en el Seminario Conciliar de Bogotá el 24 de agosto de 1947. Sus amigos quisieron convencerle de que no siguiera adelante, pero él les aseguró que su vocación era profunda e irrevocable. Será, en efecto, ordenado sacerdote en 1954.

Este primer Camilo se identifica a fondo con la Iglesia oficial, que defiende a capa y espada. Empezará a tomar distancia con esta forma de entender el cristianismo, basada solo en la dimensión espiritual, cuando descubra en la Universidad de Lovaina, donde cursa ciencias políticas, los problemas sociales. Procurará entonces comprenderlos a la luz de las disciplinas humanísticas, esforzándose para que los católicos no queden al margen de este tipo de cuestiones. Entiende que su papel, como creyentes, ha de consistir en ejercer un amor eficaz, atento a ejercer la caridad en toda su dimensión colectiva. Fruto de este tipo de preocupaciones es su memoria de licenciatura, Aproximación estadística a la realidad socieconómica de la ciudad de Bogotá.

El mundo vive entonces en plena guerra fría. Camilo observa con agudeza que cada uno de los bloques es justo lo contrario de lo que dice representar. Los países capitalistas, que presumen de representar los valores espirituales, se entregan al imperialismo económico. En cambio, la Unión Soviética, pese a sus convicciones materialistas, se dedica a fortalecer su imperialismo ideológico. América Latina, en concreto, aparece como víctima de la depredación del capitalismo. Los países más fuertes solo desean beneficiarse de sus materias primas, adquiridas a precios ridículos, y de su mano de obra barata. El sistema es, por ello, todo lo contrario de un instrumento de emancipación.

El cristianismo, tal como lo entiende nuestro hombre, no se identifica con ningún modelo socieconómico, pero sí que plantea una exigencia muy clara a todos ellos: la dignidad de la persona debe estar por encima de cualquier otra consideración. Si se alcanza una mejora de las condiciones materiales, ese cambio llevará aparejado, también, un progreso espiritual. El ser humano necesita desarrollarse en circunstancias idóneas porque, de otro modo, la opresión puede llegar a coartar su libre albedrío. Por eso mismo, Camilo admira la obra que realiza en Francia el abbé Pierre, en favor de los que carecen de un techo. Esta lucha por la justicia es un primer paso para llegar a una cristianización efectiva.

De regreso a Colombia, desempeñará una intensa actividad a muchos niveles. Capellán auxiliar de la Universidad Nacional de Colombia, ejerce como profesor del Departamento de Sociología de la Facultad de Ciencias Económicas. Entre tanto, atento también por la formación humana de los estudiantes, promueve el Muniproc (Movimiento Universitario para Promoción Comunal). Este organismo, a semejanza de lo que hacía el SUT (Servicio Universitario del Trabajo) en España, trata de que los jóvenes universitarios conozcan de primera mano el mundo de los pobres en una época marcada por cambios profundos. El país experimenta una intensa emigración desde el campo hacia las ciudades.

En 1959 se rencuentra con su amigo García Márquez, con el que almuerza muchas veces en el su apartamento. Un día le llevó allí a un ladrón de casas para procurarle un refugio: cada vez que salía de la cárcel, la policía le quitaba sus pertenencias y lo encerraba de nuevo aunque no hubiera cometido un nuevo delito. Camilo, preocupado por su futuro, consiguió encontrarle un trabajo. No esperaba en esos momentos tener que correr con los gastos de su entierro, que fue lo que tuvo que hacer cuando la policía dio muerte a su amigo. La historia de este pobre diablo, según García Márquez, resultó determinante en su evolución hacia posiciones revolucionarias.

A la vez que profundiza su compromiso con el cristianismo social, Camilo se encuentra más incómodo en su relación con la jerarquía de la Iglesia, dominada por los valores anticomunistas propios de la guerra fría. Está claro donde se encuentran sus aliados y no es en el interior de la institución: recibe múltiples invitaciones de organizaciones políticas, sindicatos y universidades para exponer sus principios. En octubre de 1964, agrupa a diversos intelectuales, pertenecientes a distintas tendencias, con vistas a elaborar el programa de un movimiento izquierdista capaz de aglutinar fuerzas. Este será el origen del Frente Unido del Pueblo. Camilo trabaja incansablemente para entenderlo por pueblos y ciudades, con la creación de comités locales. También contribuye a fundar un semanario homónimo, destinado a ser el portavoz de aquella plataforma ante la opinión pública. La publicación irrumpe con un éxito espectacular: los 45.000 ejemplares de su primer número se agotan el mismo día de su aparición.

¿Cómo explicar que un miembro del clero apueste por la lucha revolucionaria? Camilo afirmó que había escogido este camino en tanto colombiano, sociólogo, cristiano y sacerdote. Como colombiano no podía dar la espalda a la lucha de su pueblo. Como sociólogo, poseía una visión científica de la realidad que le hacían creer que la revolución era un indispensable para promover un cambio sustancial en el país. Como cristiano y sacerdote, sueña con una Iglesia desprovista de complicidades con los poderosos del mundo. Quiere purificarla y es por eso que se pronuncia a favor de la expropiación de sus propiedades, con revolución de por medio o sin ella.

El arzobispo de Bogotá, que contempla con disgusto esta evolución, le critica en público por no sujetarse al magisterio de la Iglesia. Camilo pide una aclaración. ¿En qué puntos sus ideas se alejan de la ortodoxia? No obtiene respuesta. El problema de fondo no son sus convicciones sino el hecho de que un cura se involucre en política.

Llega un momento en que nuestro joven sacerdote no puede más y solicita, el 24 de julio de 1965, su reducción al estado laical. Es esta una decisión dolorosa, pero para él está en juego la fidelidad a su ministerio religioso. Puesto que no le dejan ejercerlo dentro de la estructura eclesiástica, su deber es continuar con su lucha aunque sea al precio de no celebrar la Eucaristía. Ahora tendrá, por fin, más libertad para dedicarse al combate político, un combate que considera indisociable de lo más profundo de su fe.

Ha escogido el camino difícil, como puede comprobar a la vista de la multiplicación de los problemas. El Frente Unido, tras una breve etapa inicial, se ve carcomido por las disensiones internas. La burocracia de la izquierda tradicional desconfía de Camilo, al que encontramos cada vez más aislado. Su futuro se presenta lleno de incertidumbre, por lo que debe tomar una decisión. Puede marcharse otra vez a Lovaina, a continuar con sus estudios académicos, o permanecer en el país. En este caso, se arriesga a ser víctima de un asesinato político.

Cada vez más radicalizado, Camilo opta por la lucha armada en las filas de ELN (Ejército de Liberación Nacional), al que se incorpora en octubre de 1965. Dará a conocer esta decisión en enero del año siguiente, a través de una proclama dirigida a sus compatriotas. El ELN era un movimiento de reciente creación, conocido tras la toma de Simacota. Unirse a sus fuerzas supone, para nuestro protagonista, cumplir una obligación de coherencia. Él, que siempre había dicho que la mejor forma de enseñar es el ejemplo, se aplica ahora a sí mismo sus palabras. Un cristiano no debe limitarse a teorizar: tiene que pasar a los hechos.

Pero su vida como guerrillero fue muy breve: el 15 de febrero de 1966 muere durante su primer combate, en el municipio de San Vicente de Chucurí. El hombre deja así paso a la leyenda, convirtiéndose en un referente para cristianos avanzados de todo el mundo. Pocos años después, su madre, Isabel Restrepo, para escapar de la represión política, se estableció en Cuba como ferviente defensora del régimen socialista. Decía que sus tres amores eran su hijo Camilo, el Che y Fidel.   

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