Un Consejo de Ministros de Adolfo Suárez, durante la Transición.
Un Consejo de Ministros de Adolfo Suárez, durante la Transición.

El autonomismo andaluz, combatido durante la llamada 'Transición' por partidos, sindicatos y otros grupos teóricamente de izquierda, lo mismo que el independentismo, compartido de forma permanente durante los últimos siete siglos, son considerados por el poder y las instituciones y medios influyentes mucho más peligroso que ningún otro. Y bien pensado resulta lógico. No sensato, pero lógico, sí. (Recuérdese antes de continuar que todavía hoy los títulos concretos de los reyes son: rey/na de Galicia, de León, de Castilla, de Navarra, de Aragón, de Badajoz, de Toledo, de Valencia, de Sevilla, de Córdoba, de Jaén, de Granada, de Algeciras, de Jerusalén, príncipe de Asturias, Señor de Vizcaya, conde de Barcelona, de Gerona y demás condados de Cataluña). Andalucía, la conquista más reciente para el todavía innato reino de España, desde siempre la más poblada de la península con grandísima diferencia, tierra variada y fértil de gente que supieron sacarle rendimiento sin agotarla y elaboraron una cultura puntera, exportable, ejemplo para todo el mundo, es comprensible que sea una presa deseada y que sus conquistadores se resistan a perderla.

El 'pecado' por el que se castiga a Andalucía ha sido protagonizar el mayor número de movimientos de liberación y progresistas contra la atrofia, la parálisis y la imposición del centro conquistador. Andalucía ha activado su rebeldía en numerosas ocasiones, de las que los movimientos protagonizados por Abén Humeya, el caballero El Halcón, las mujeres de Casares, Medina Sidonia-Ayamonte, Rafael Pérez del Álamo, Fermín Salvochea, las revoluciones campesinas y ciudadanas como La Gloriosa o el movimiento juntero, solamente son claros ejemplos de su rebeldía contra todos los abusos y de que se revuelve cuando siente una bota en el cuello.

Pero el gobierno, los gobiernos, incluso democráticos del Estado, han necesitado y necesitan una Andalucía sometida, sumisa, única forma de seguir explotando sus recursos naturales para favorecer el crecimiento de otras zonas incorporadas antes a la corona castellano-leonesa, más recientemente convertida en corona de España.

El poder, los poderes político, religioso, militar y económico han perseguido la mejor fórmula para obtener esa sumisión tan necesaria para sus intereses específicos y particulares. En su búsqueda dedujeron que la mejor arma para impedir revoluciones e incluso reclamaciones, era el hambre. Y decidieron ampliar la que ya venían provocando desde el momento mismo de la conquista. En aquel acto la tierra fue repartida entre la nobleza, órdenes militares e iglesia en grandes predios, la mayoría de los cuales quedaron yermos, lo que dejó a los campesinos sin su medio de sustento y a los convertidos en arrendatarios les mantuvo lo sucinto para no morir de hambre. Desde entonces en todo momento ha prevalecido la misma política, ampliada con cada amago de libertad proclamado desde Andalucía. Por esa razón, para castigar a los andaluces por su continuo rechazo de la esclavitud y para afianzar su dinámica de dominación, y porque esta fue la primera Comunidad peninsular en modernizarse, a partir del siglo XIX  se combatió la industria, la minería, la siderurgia, la banca y el comercio andaluz, hasta desmantelar todo su empuje económico y que, de ser la primera en producción de riqueza cediera el sitio hasta pasar a quedarse en uno de los últimos puestos.

En estas condiciones llegamos al siglo XXI, pasando por la negativa de Felipe González a que la empresa G.M. instalara una factoría, pero a si no era a condición de que no estuviera en Andalucía, como antes había hecho UCD con la FORD; a cerrar Hytasa e Intelhorce, a acabar con el floreciente textil andaluz y con el cultivo del algodón, con las fábricas de azúcar y con el cultivo de la remolacha, a llevarse Sevillana de Electricidad y desmantelar Nuinsa y varios miles de acciones similares para acabar con la economía y la iniciativa de los andaluces. Y si no acabaron con la industria aceitera no fue por deseo propio, sino por decisión de la UE para salvar los cultivos centroeuropeos, libres de insectos gracias a las aves que anidan en el olivar andaluz. Curioso ¿verdad? Ya contaremos también esto.

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