La bolsa o la vida: El afán de ser (II)

El afán de ser es el esfuerzo que con voluntad, con garra, con ahínco, ponemos para alcanzar nuestros deseos y nuestras aspiraciones más profundas

Detalle de la portada de 'El hombre mediocre', editorial Losada.
Detalle de la portada de 'El hombre mediocre', editorial Losada.

       "Todo hombre es capaz de la más elevada grandeza de espíritu y de la más innoble bestialidad. La última contradicción, la última incoherencia moral que ha observado en mí, para su regodeo si es puritano, no es ni la única ni la más importante. Hay muchas más”.

 En la primera parte de La bolsa o la vida escribí sobre la ambición. Me inquietaba haber observado entre mis cercanos dos tipos de personas: las que vivían satisfechas y las que seguían la senda del éxito. Por eso me preguntaba sobre los rasgos de unas y otras. Hoy toca escribir a este aficionado diletante sobre el afán de ser, asunto complejo que hay que digerir despacito.

El afán de ser es el esfuerzo que con voluntad, con garra, con ahínco, ponemos para alcanzar nuestros deseos y nuestras aspiraciones más profundas. Algunas personas no se conforman con seguir las costumbres y las creencias vigentes; aspiran a ser dueñas de su destino. Porque todos estamos llamados a ser artistas, o al menos artesanos, de nuestra propia vida, para alcanzar la grandeza de espíritu, la excelencia moral.

Para esto, los seres humanos contamos con algunas cualidades: La voluntad que aporta la energía vital para tratar de alcanzar nuestros anhelos y ampliar nuestras ganas de vivir; la Inteligencia donde se ubica la conciencia: la capacidad de intuir, de pensar, de crear, de contemplar; el Amor que ofrece cordialidad, placer, armonía, belleza. “La alegría es el paso del ser humano de una menor a una mayor perfección”. (Ética, Baruch Spinoza).

A veces, nuestra vida se contrae, se limita. Nos domina el miedo que nos hace recortar nuestras aspiraciones, nuestras pretensiones más profundas y reduce nuestra capacidad de expresar con alegría nuestros sentimientos más sinceros y auténticos. Entonces, vivimos cohibidos, asustados. Y, sin embargo, nada justifica ese estancamiento interior.

Conocí a una mujer adulta que prefería a las personas con "la mente despejada". No la entendí en su día. ¿Qué es tener la mente despejada? “Despejar” en la segunda acepción del diccionario de la RAE significa: "aclarar, disipar lo que ofusca la claridad". Porque hay pensamientos oscuros, confusos, fantasmales, que ocupan un sitio en nuestra mente. Y hay que “desocuparlos” (primera acepción), sacarlos de nuestra mente, ampliando nuestro ser. Dejar libre nuestra mente de todo lo que constituye un estorbo, una obstrucción o un peligro. Aligerar la densidad, el peso de nuestra mente. Para que nuestra conciencia sea más libre y brillante. La alegría existencial equivale a la conciencia íntima de estar creciendo.

Las personas perseveramos en el “ser”. Solo he visto, con una pena infinita, cómo algunos mayores van desconectando progresivamente del mundo: rostro impasible, mirada perdida, oídos insensibles, pérdida de la atención; el mundo ya no va con ellos; para, poquito a poco, ausentarse hasta de sí mismos.       

José Ingenieros, médico psiquiatra, farmacéutico y filósofo, escribió en 1913 “El hombre mediocre”, una joyita de ensayo, de una creatividad extraordinaria, o al menos a mí me lo parece. Decía: “Muchos nacen; pocos viven. Los hombres sin personalidad son innumerables y vegetan moldeados por el medio, como cera fundida en el cuño social”. Y de este modo, construía una tipología de los hombres:

         • Rasgos del “hombre mediocre”: Hay personas que prefieren vivir en una “áurea mediocritas”, una “mediocridad dorada” cuyas características podrían ser: buen apetito, animal doméstico, nacido para consumir, ordenado, aferrado a sus costumbres, misoneísta (aversión a lo nuevo), respetuoso de toda autoridad; parlanchines, ocultadores de sus sentimientos e intenciones, activos por la senda del enchufismo; perezoso intelectual, desprovisto de fantasía, hombre con principios ligeros y opiniones volátiles.

         • Rasgos de los “hombres con ideales”: Los hombres con afán de ser dan vida, aumentan la vitalidad de los demás. Sus características serían: bondadosos, capacidad de acompañar, contagian confianza, buscan el bien, prestos a elogiar a los otros; testarudos y valientes; deseosos de autonomía, independientes, no rehúyen la soledad; inquietos, buscan la excelencia; innovadores, con imaginación creadora, críticos; armonía, paz interior.

         El hombre real combina normalmente rasgos de ambos tipos. No obstante, el hombre excelente es el que posee las luces del intelecto y la grandeza de corazón. Lo habitual en los hombres excelentes es brillar por alguna de estas aptitudes. Son escasos los talentos completos. Hemos conocido personas de una capacidad intelectual importante, que no destacan en virtud alguna, y hombres virtuosos que no asombran por sus dotes intelectuales.

Principios que orientan el afán de ser:

         • La generosidad: Es la actitud contraria de la ambición. Esta trata de acaparar. El generoso trata de soltar, de dar o compartir con los demás sin esperar recibir nada a cambio.  La generosidad tiene que ver con la riqueza del corazón, la tacañería con la riqueza del bolsillo. Ser generoso es estar abierto de cuerpo y alma.

         La generosidad es el término medio entre la prodigalidad (derroche, despilfarro) y la avaricia, exceso y defecto respectivamente. Son avaros los que se afanan por las riquezas más de lo debido. El avaro intenta sacar provecho de todas partes. Son pródigos los que gastan sin freno hasta el punto de poder arruinarse.

         La generosidad no consiste en la cantidad de lo que se da, sino en la disposición del que da. Puede ser más generoso el que da menos si su fortuna es menor.

         • La benevolencia: Significa “hablar bien” de las personas, alabarlas, enaltecerlas; desear a los otros: salud, larga vida, suerte, fortuna, felicidad. Al “bendecir” a los otros generamos energía y pensamientos llenos de luz, que, posteriormente, regresan a nosotros de muy distinta manera.

         • El criterio es firme, la opinión flexible: Muchas personas estamos siempre “rumiando” pensamientos, con un intenso diálogo interno cargado de representaciones, impulsos y pasiones. Esto nos impide pensar con serenidad y objetividad.

El criterio personal, el principio rector, la luz que ilumina la vida, reside en la Razón; pero para los clásicos, para la mayoría de los estoicos, la Razón no reside únicamente en la cabeza, sino también en el corazón, en el saber del corazón. Le llamaban la “divinidad interior” o el “habitante del pecho”, que nos acercaba a la verdad, la belleza y el bien.

El criterio se enriquece desde el silencio interior, desde la intuición silente, desde dentro hacia fuera, y nos ayuda a agudizar nuestra sensibilidad y hace que nuestros pensamientos sean más penetrantes y profundos.

         • El individualismo como actitud: El temperamento individualista niega el principio de autoridad, rechaza cualquier imposición, desprecia cualquier jerarquía que no se base en un mérito verificado. El temperamento individualista mantiene una postura crítica respecto de los dogmas y los falsos valores de las mediocracias.

         •Autarquía: Significa depender solo de sí mismo. Conseguir la independencia de cualquier cosa externa: solo aquel que a nada está ligado, a nada debe reverencia. Requiere la autosuficiencia económica y necesitar de la menor cantidad posible de requisitos para vivir la vida. Centrar el bienestar en la utilización de los propios recursos y en la práctica de la virtud.

         • Ataraxia: Es la ausencia de turbación en el alma. Se trata de disminuir la intensidad de las pasiones y deseos que puedan alterar el equilibrio mental y también de la fortaleza frente a la adversidad. Se trata de alcanzar la imperturbabilidad, la serenidad, reduciendo los miedos. Para los estoicos la ataraxia se aprende consiguiendo diferenciar entre las cosas que dependen de la propia persona de las cosas que no dependen de nosotros. El progreso hacia la serenidad solo es viable cuando los bienes por los que legítimamente nos inclinamos son “preferencias” y no “exigencias” que han de ser satisfechas por la realidad o por los demás.

         • La libertad interior y espiritual se antepone a la política. La felicidad humana, si bien está relacionada con las instituciones sociales, es un asunto básicamente de ética personal. No obstante, quien pretenda ser útil al ser humano no puede ignorar los procesos político-sociales.  

         • Recuperar la capacidad de ensoñación: Ensoñar, según el diccionario de la RAE significa: “Imaginar, generalmente con placer, una cosa que es improbable que suceda, que difiere notablemente de la realidad existente o que solo existe en la mente, pero que pese a ello se persigue o se anhela”.

¡Que pasen un buen día con su “honorable” mascota! Yo voy a dar un paseo con Caos.

"Cuando el ruido del mundo te sea extraño

y seas un extranjero entre los hombres,

escucha atentamente los acordes de tu vida,

la melodía que surge de tu propio espíritu».

          (Stefan Zweig, “Grandeza serena”)

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