Andalucía necesita ir por otra vía sin poder salirse de la que lleva

Juan Torres López

Doctor en Ciencias Económicas, catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Sevilla, autor de numerosos libros, entre ellos dos de poesía y un cuento, coleccionista de grafitis y -lo que es más valioso para él- padre de dos hijas (la mayor y la pequeña) y un hijo. 

Andalucía necesita ir por otra vía sin poder salirse de la que lleva. El presidente de la Junta, en una visita a Bruselas. Autor: Junta
Andalucía necesita ir por otra vía sin poder salirse de la que lleva. El presidente de la Junta, en una visita a Bruselas. Autor: Junta

Sé que lo que dice el título de este artículo puede resultar contradictorio, una cosa y al mismo la contraria. Sin embargo, yo creo que lo que es efectivamente imposible en la retórica sí que puede darse en la evolución de las economías y las sociedades. Trataré de explicarme con la brevedad que requiere un artículo de esta naturaleza.

Nadie puede negar que Andalucía ha cambiado muchísimo en los últimos cuarenta años. Basta ver nuestras ciudades, nuestros pueblos, la forma de vida de la gente, nuestros servicios públicos, el bienestar actual de la población comparado con el de nuestros padres o abuelos. Negarlo es negar la evidencia.

Sin embargo, todos los cambios tan positivos que hemos vivido no han sido capaces ni de modificar nuestra posición relativa entre las demás regiones o naciones que nos rodean, ni de alterar sustantivamente el papel subordinado de nuestra economía respecto a los centros de gravedad de la española o, desde que formamos parte de ella, de la Unión Europea. Nuestra economía sigue siendo dependiente, no ha dejado de estar especializada en el abastecimiento desigual de recursos y en su explotación intensiva y en actividades poco productivas. No se ha producido una acumulación de capital autóctono porque la mayor cantidad de nuestro valor añadido sale de nuestras fronteras, las clases sociales dirigentes siguen siendo predominantemente rentistas, quizá con la excepción de una parte de las propietarias de la tierra que sí la han capitalizado, aunque no precisamente en la senda que más haya podido beneficiar al conjunto de la economía y de la sociedad andaluzas. Además, nuestra histórica posición subalterna se ha agudizado porque la incorporación a la Unión Europea y luego al euro han acabado con la ya de por sí reducida capacidad de maniobra nacional y porque la unión monetaria europea incrementa, como cualquier otra, los desequilibrios primarios sin disponer de mecanismos de redistribución suficientes para evitarlos, como debe ocurrir en las que están bien diseñadas.

Andalucía ha recibido docenas de miles de millones de euros de ayudas que han permitido cambiar la semblanza de nuestra sociedad y mejorar el nivel de vida de los andaluces pero eso ha sido a costa de reforzar nuestro modelo económico (de hecho, ese es el fin que persiguen) porque han venido a menos las actividades con mayor capacidad de generar nuevo capital y renta, como ocurre paradigmáticamente con la industria o los servicios de alto valor añadido.

Expresándolo de una manera gráfica, podríamos decir que Andalucía ha tenido la fortuna de ser admitida en el convoy de la modernidad que representaba la Unión Europea y el euro, pero admitiendo que en él le correspondía ocupar un furgón de cola de donde, para colmo, es imposible salir. La alternativa tiene un indudable lado positivo, formar parte de ese convoy, pero también el enorme inconveniente de todo lo que deja sin resolver y de lo insostenible que puede llegar a ser la explotación de los recursos, el impacto de los shocks externos sin la debida protección (como ha ocurrido en las grandes crisis que ya hemos vivido ahí dentro) y, por supuesto, el deterioro social que produce el paro endémico, la pobreza y la exclusión social.

Yo defendí en su día y sigo defendiendo que la pertenencia a una unión monetaria diseñada como la del euro era perjudicial para España y en especial para Andalucía porque iba a aumentar la divergencia y porque iba a destruir nuestro ya de por sí escaso capital productivo, y así se ha ocurrido. En estos momentos, nuestro PIB per capita relativo sigue representando más o menos el mismo que en 1995, algo lógico si se tiene en cuenta que, en los últimos 15 años, ha aumentado sólo un 5% frente al 10% de toda España o del 21% de media para toda Europa. Y prácticamente lo mismo se podría decir si comparásemos nuestros niveles de empleo o salarios.

Seguir asumiendo que lo positivo para Andalucía es dejarse llevar por la inercia, correr lo más posible tras los demás por la vía de la globalización, de una unión monetaria diseñada para que el capital y los excedentes se concentren en el centro de Europa, en la de renunciar a las palancas que permiten corregir la deriva del ciclo en favor propio para dejarlas en manos de los más fuertes… con la vana esperanza de no perder distancia o incluso de acercarnos más algún día, es una quimera, una forma segura de mantenernos siempre supeditados y postergados y quizá, a partir de un determinado momento, de volver de nuevo a empobrecernos cada día más.

La mayoría de la gente no sabe, por ejemplo, que sí se puede salir de la Unión Europea, como ha hecho el Reino Unido, pero que es imposible hacerlo del euro porque esa posibilidad ni se contempla en los tratados

La realidad, sin embargo, es que no es posible salir de ese convoy a corto plazo. La mayoría de la gente no sabe, por ejemplo, que sí se puede salir de la Unión Europea, como ha hecho el Reino Unido, pero que es imposible hacerlo del euro porque esa posibilidad ni se contempla en los tratados. Posiblemente, la prueba más palmaria de que el euro es una trampa y el haber entrado en esas condiciones una ingenuidad (o una traición) de nuestros gobernantes: ¿quién, en su sano juicio, entraría a formar parte de una asociación, de un club cuyos estatutos no contemplaran la posibilidad de salir si le va mal perteneciendo a ellos?

Ahora mismo, a Andalucía, como a España, no le cabe otra a corto plazo que tratar de sacar el máximo provecho de nuestra pertenencia al euro y apoyar las reformas que permitan que la Unión Europea deje de ser el monstruo burocrático y servil en que se ha convertido. Por ejemplo, preparándose para utilizar de la forma más eficaz y transformadora posible las ayudas para la reconstrucción post-Covid que están por llegar. Pero el reto histórico de nuestra tierra es tratar de abrir, al mismo tiempo, otras vías de desarrollo que, aunque puedan parecer contradictorias con las lógicas dominantes en la Europa del euro, están realmente a nuestro alcance.

Es posible promover economías de cercanía, mercados vertebrados, sinergias, espacios más integrados, nuevos usos de la energía y los recursos naturales, negocios de nuevo tipo que vivan del mercado interno y se autoalimenten, formar de otro modo a nuestra mano de obra, no tratar de emular inútilmente a espacios productivos en los que no nos vamos a convertir nunca.

Sin necesidad de romper con nuestro entorno, porque ahora no es posible, Andalucía puede promover nuevas lógicas y vías de desarrollo que poco a poco vayan rompiendo con la inercia dominante. Para ello es preciso promover experiencias novedosas de producción que tenemos a nuestro alcance, extender otras formas de consumo, atreverse a crear canales alternativos de distribución y alterar la especialización espacial que se ha impuesto en los últimos decenios y que en lugar de integrar desertiza y empobrece territorios. Y, por supuesto, canalizar el ahorro andaluz para financiar estas nuevas formas de innovación y actividad económica.

Nada de esto está escrito, por supuesto, de antemano. Hay que inventarse la nueva Andalucía y anticipar el futuro en experiencias concretas que creen riqueza y al mismo tiempo movilización y poder ciudadano. Hasta ahora nos hemos dedicado a sacarle punta a un mismo tipo de lápiz durante decenios, un lápiz que se va gastando sin remedio. Se trata de empezar a escribir de otro modo y al dictado tan sólo de nuestros propios intereses.

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