Manifestación 'Salvemos el centro histórico' de 2017. FOTO: MANU GARCÍA.
Manifestación 'Salvemos el centro histórico' de 2017. FOTO: MANU GARCÍA.

Lo cierto es que me encantaría ser de esas personas con la habilidad, que tienen otras personas, de poder ser capaz de mentir de forma consciente y luego mostrar un desahogo tal que llegue a poder transmitir dos cosas: o bien que el mentiroso consciente ha asumido esa mentira hasta el punto de haberla mutado en verdad o bien que el propio mentiroso consiga hacer creer a los demás que aquello, que él sabe que es mentira, sea la verdad de la historia en cuestión. Posiblemente viviría mejor de lo que vivo y, quién sabe, seguramente sería un puesto a dedo en la administración autonómica, en una de esas fundaciones fantasma para el fomento de algo que luego resulta que se funde millones de euros de dinero público en putas y drogas.

Total, teniendo esa capacidad, con negarlo todo públicamente y que yo me lo crea, conseguiría hacer que los demás también lo creyeran. Pero desgraciadamente para mí no soy así, qué le vamos a hacer. Por ello, cuando oigo mi nombre pronunciado en vano en medio de un pleno municipal para explicar de forma torticera, manipulada e interesada el porqué de la suspensión de una manifestación convocada por la conservación del patrimonio y la redacción inmediata de un plan de repoblación para el centro histórico, no me queda más remedio que contar lo que en realidad ocurrió con la desconvocatoria de una movilización que no iba contra nadie (se dijo por activa y por pasiva meses antes del 22 de noviembre, que era la fecha de la manifestación), pero que tengo claro que tenía a alguien en su contra, porque de otra forma no se encuentra explicación a lo que ocurrió y que paso a relatar a continuación.

El pasado 22 de noviembre seguramente haya sido el único día en el que los pronósticos meteorológicos acertaron y se tiró lloviendo todo el tiempo, aunque no con una gran intensidad. A pesar de ello, la organización de la manifestación (yo no convoco ninguna manifestación a título personal, sino que fue la Asociación de Vecinos del Centro Histórico la que, tras haberlo aprobado en asamblea general, la convoca. Obviamente en la solicitud a Subdelegación de Gobierno debe constar los datos del representante legal de la entidad que convoca, los míos en este caso) llevaba días avisando de que la marcha no se suspendería aunque cayese el diluvio universal y todo el mundo tenía asumido ese extremo. El inicio de la manifestación estaba previsto para las 19:30 desde plaza Belén.

Yo había quedado con un vecino a las 18:30 en el bar del Rubio, en la plaza del Mercado, para tomar café y luego tirar cuesta abajo hacia el punto de encuentro. Unos minutos antes de esa hora me sorprendo cuando, al subir por la propia plaza Belén, donde no había nadie a esa hora, como es lógico (no olvidemos que llovía y que todavía faltaba una hora para comenzar), observo cómo un coche de la Policía Local se encuentra parado sobre la acera en la esquina de la propia plaza con Benavente Alto. Me acerco y les pregunto porqué estaban tan pronto en la plaza, con más de una hora de antelación. La respuesta fue la siguiente pregunta: “La manifestación suspende porque está lloviendo, ¿no?” Yo les respondo que no, que no se había suspendido nada y que no había intención de suspender nada. Es en ese momento cuando me dicen que una nave se ha derrumbado en la Ronda Muleros y que todas las unidades están allí regulando el tráfico y que no iba a ser posible realizar el acompañamiento policial y los cortes de tráfico de la manifestación por ese motivo.

Obviamente, mi primera reacción fue preguntar si había víctimas o heridos por el derrumbe, cosa que no se sabía en aquel momento. Dentro del coche patrulla la agente de policía lee el recorrido de la manifestación para ver los cortes de tráfico que habría que realizar y me dijo que iban a consultar con un superior para ver qué se podía hacer. Como es lógico, máxime sin saber qué había sucedido con exactitud, les digo que se comprendía el motivo de la falta de policía. Hoy, con la cabeza fría, no pienso así: si lo que había ocurrido era tan grave que provocó que no hubiesen efectivos policiales suficientes para celebrar la manifestación, ¿qué hacía ese coche ahí parado a una hora vista del inicio de la misma? Seguramente sería casualidad, una de esas casualidades como la de tener un coche oficial que te recoja en tu casa para llevarte al trabajo, como un marqués, y que haya un colegio por ahí que pille justo en todo el medio del trayecto de la noble comitiva. Todo un alineamiento planetario de casualidades.

El caso es que en el bar del Mercado, mientras tomaba café, vimos subir el mismo coche patrulla. A todo esto, yo contándole a todo el que veía lo que me había pasado diez minutos antes. Antes de abandonar la plaza, me llama la misma agente para decirme que, efectivamente, no hay efectivos para realizar la manifestación. Tengo en el móvil el registro de la extensión desde la cual se efectuó una llamada que debió quedar grabada. Estamos a media hora del inicio y mucha gente habrá comenzado a movilizarse para acudir a la convocatoria, por lo que le digo que reuniremos a todos los asistentes para explicarles la suspensión y los motivos de la suspensión, que en ese momento también se estaba colgando en Facebook.

No hay concentración posible, máxime cuando la organización en ningún momento se ha planteado la suspensión de la manifestación, pero a la gente hay que darle los motivos, contarles la realidad de lo que ha pasado. Son las siete de la tarde y nos dirigimos al local de la asociación de vecinos para coger la pancarta y allí les vuelvo a transmitir a todos los presentes lo que había ocurrido, incluyendo a Raúl Ruiz-Berdejo, a quien nos encontramos bajando por Campanillas en dirección a plaza Belén. Llegamos allí y unas cien personas esperan, entre los que se encuentran representantes de todos los partidos políticos de la ciudad, menos uno, y miembros de varios medios de comunicación locales.

Todos reciben cumplida información en tiempo real (es muy importante recalcar esto para que no haya engaño posible) de lo ocurrido, muchos ni conocen lo del derrumbe en Ronda Muleros y todos se sorprenden por la escasez de efectivos policiales con los que cuenta una ciudad de más de 200.000 habitantes que no puede soportar la simultaneidad de una urgencia y otro evento más. Es más, en ningún momento apareció un solo policía desde que terminó la conversación telefónica anterior, corroborándose de esta forma la razón de la falta de agentes.

A partir de ahí, que un personaje que no estuvo en ningún momento allí diga en un pleno municipal que soy yo, como si fuese un lobo solitario (qué gran táctica esa utilizada por los mediocres de medio pelo, porque no llegan ni a mediocres completos, de desprestigiar a los demás cuando no se tienen argumentos) quien convoca y desconvoca por propio capricho, es una mentira como una catedral contra la que hay múltiples testigos presenciales que pueden rebatirla, aparte de poner en seria duda las razones que dio la Policía Local el mismo día 22 de noviembre para justificar la falta de efectivos y de las que yo en ningún momento tengo porqué dudar.

Como he dicho antes, es evidente que una manifestación que no iba contra nadie, que reivindica unas razones justas e innegables que todos los sectores implicados en la zona comprendieron, sí tenía a alguien en su contra. Pero fue torpe: podría haberse aprovechado de que la lluvia iba a mermar muchísimo la asistencia para soltar que no había gente y ese tipo de tonterías que se suelen decir en esos casos. Ese alguien no contaba con que la manifestación se va a hacer sí o sí (una expresión que conoce a la perfección) y que se hará una cada año, esté ese alguien o esté otro alguien. Reflejos de la torpeza política a la que estamos tan acostumbrados que ni nos extrañamos. Salvando las excepciones, que las hay y quiero creer que abundantes, parafraseando a Enrique Jardiel Poncela, el que no se atreve a ser inteligente, se hace político.

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