Calle Nueva, entre la gloria y el olvido

La mítica arteria principal del flamenco barrio de Santiago, donde le partieron la camisa a Camarón o Poveda 'conoció' la bulería, se desangra por la degradación, el abandono, el paro y el despoblamiento

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La calle Nueva se debate entre la gloria de su pasado y la ruina de su presente. Entre los puntales que sujetan su historia, que se remonta en los padrones históricos a la segunda mitad del siglo XV, y los techos que se hunden entre los escombros. El naufragio de la icónica peña Los Juncales es el símbolo de la decadencia de una vía que hace unos años “era una sala de fiestas”. Es casi una broma de mal gusto que esta asociación cultural siga apareciendo en las guías de turismo de internet, sin mención explícita a sus techos desplomados y a la escombrera en la que se ha convertido. Si una vez el mediático Miguel Poveda se dio de bruces con la bulería en una juerga en Los Juncales gracias, entre otros, a vecinos de la calle como los Zambo, los Junquera y los Cantarote, hoy aquello es una sombra a medio caer de lo que un día fue.

El traqueteo monótono del motor en marcha de un camión se mezcla con el agresivo zumbido de una moto cruzando la calle a toda mecha. Suena electrolatino machacón, metálico, desde el altavoz de un teléfono móvil de última generación. Ni rastro de soleares o seguiriyas. No tiene por qué. Es mediodía. La gente sube y baja inmersa en la rutina del quehacer diario. Eso, el que tiene algo que hacer. Un hombre mayor, descamisado y gagá, con chanclas de andar por casa, regula el tránsito y vigila el paso a mitad de esta arteria que cruza el legendario barrio de Santiago. Unos jóvenes se quejan de que "no hay apoyo de nadie, estamos tirados". El paro se los come vivos.

Los bloques de pisos frente a las ruinas de la peña tampoco saben muy bien cómo siguen en pie. "Esto parece las 3.000 viviendas. ¿No le podéis decir al Ayuntamiento que haga algo? Esto no es una vergüenza, es una pena; esto es histórico", demanda uno de ellos envuelto en una nube de olor a hachís. El bloque está lleno de okupas, familias de etnia gitana llegadas de otros puntos de Andalucía: sus dejes y acentos son diferentes, sus miradas de desconfianza también. "Ya han pagado sus deudas, no tenemos problemas", asegura uno de los chavales, que relata que en esta zona de Nueva el trapicheo de drogas es constante. "Y más hoy que se ha cobrado el paro y vienen con dinerito". Desde una ventana del segundo, un vecino asoma la cabeza para espantarnos. "¿Esto para qué es?", vocifera, y bromea acto seguido: "Que yo soy de la Interpol". "Hazte una foto para el facebook, que son del periódico", le animan desde abajo.

El joven cantaor jerezano Ezequiel Benítez se fue siendo un bebé de la calle Nueva. Era lo habitual a principios de los 80 en Jerez. Nacían barriadas en el extrarradio como Las Torres, a donde se mudó su familia, y hubo un enorme éxodo de vecinos de barrios castizos como Santiago y San Miguel, cunas del arte jondo, que cambiaron la infravivienda y las corralas por otras comodidades residenciales. "Recuerdos de vivir en la calle Nueva no tengo, pero sí de haber ido muchísimas veces a visitar a amigos y familiares". La familia de Ezequiel era de las pocas cien por cien payas de toda la calle pero nunca jamás hubo problema alguno entre su padre Diego, su madre y sus nueve hijos. "Hasta mi abuela tenía apodo, la Quemá, como si fuera una gitana más", comenta orgulloso. "Todos vivían en hermandad, si a alguien le falta algo y otro lo tenía, se le daba sin más. Todos los recuerdos que tengo son buenos, de una calle muy humilde pero muy familiar; con hambre pero en la que se ayudaban unos a otros. En Jerez la integración entre gitanos y payos se ha dado de forma natural, en la vida diaria y en las reuniones; por eso no es raro que haya gachós en Jerez que canten flamenco mejor que muchos gitanos de otros puntos de España".

La visión nostálgica y entrañable de Ezequiel contrasta con la situación actual. Una calle que, junto a la Iglesia de Santiago, es un síntoma inequívoco de la metástasis que sufre el barrio. En Nueva hay viviendas con balcones tapiados, promociones abandonadas que son pasto de la maleza y los vertidos de basura; solares que esperan una rehabilitación concertada de la mano de las administraciones como si esperasen a Godot; bloques de pisos en buenas condiciones y otros en un estado deplorable; naves clausuradas; y hasta casas que lucen bien rehabilitadas. Quienes quedan de otra época asumen con resignación esta atmósfera incierta. Como José Domínguez, que solo lleva diez de sus 75 años viviendo en la calle Nueva pero que observa que "cada vez va a peor. Mucho paro, mucha hambre y de todo". "Aquí hay de todo, gente buena, mala y regular, como todos sitios. Pero sí es verdad que cada vez vive menos gente", replica dentro del almacén de Antonio Vaca un vecino que se ha mudado hace un mes al barrio tras divorciarse.

Donde Terremoto compraba una gorda de brillantina

Centrémonos en el almacenero: justo a la mitad de este afluente principal del barrio, testigo imperturbable del auge y caída de la calle Nueva. Enseña una primigenia licencia de apertura, del año 53 del siglo pasado, por la que su padre Juan pagó 8 pesetas. Su padre era hijo de un concejal republicano del Ayuntamiento de Jerez, su abuelo Juan Vaca Atienza, fusilado en El Puerto y de cuyos restos nunca más se supo. "A mi abuelo lo metieron en el penal y no se supo nada más de él. Lo fusilaron y el cuerpo no apareció", relata. El golpe franquista también dejó otra honda secuela en la familia del número 21. "En la casa de al lado, mi tío Rafael, que era presidente del partido socialista en Jerez en aquella época, se tiró más de 14 años escondido en un boquete como si fuera una tumba. Hecho en el suelo, con un mueble puesto encima por mi abuela. Salía por la noche, comía y otra vez al boquete, como si fuera una caja. No se liberó hasta que Franco dio el indulto". Antonio Vaca tiene ahora 61 años pero acumula recuerdos nítidos no solo de la historia de represión sufrida por su familia sino también de la evolución que ha vivido la calle en el último medio siglo.

En esta calle del arrabal de Santiago vivieron Tío José de Paula, Paco Laberinto, El Borrico, Fernando Terremoto, Manuel Morao, Manuel Soto Sordera... "Venía cada dos por tres Camarón. Los flamencos de Cádiz y Sevilla venían a los dichos y se pegaban unas fiestas... Eso ya se acabó", sentencia el tendero. Sentada en un banquito de madera en el interior de su tienda está Agustina Fernández, que a sus 75 años -60 de ellos en la calle Nueva-, le ayuda a reconstruir aquellos días de gloria. Le apena la degradación que sufre Los Juncales pero sigue viendo su calle "muy bien". "Cuando me casé me vine para aquí, mis siete hijos han nacido en la misma casa en la que nació mi marido, y por día estoy más contenta. Las fiestas y reuniones no se van a perder mientras que haya gente viviendo aquí". El problema, común al conjunto del casco antiguo, es que cada vez vive menos gente allí. "Es verdad que esto antes era una sala de fiestas y que ahora se ha perdido más de la mitad de la calle. En la casa Nueva éramos más de 50 vecinos, ahora queda la dueña nada más. Antes daba gloria esto. Las fiestas que había aquí...".

En esta calle del arrabal de Santiago vivieron Tío José de Paula, Paco Laberinto, El Borrico, Fernando Terremoto, Manuel Morao, Manuel Soto Sordera...

Las juergas y celebraciones gitanas se sucedían en la calle hace unas décadas. Cuenta Antonio, cuyo almacén llegó a ser como un enorme bazar chino actual en el que lo mismo se vendían búcaros, parches de bicicleta o mecha para los mecheros que se le despachaba una gorda de brillantina en la mano al mismísimo Terremoto, que ha llegado a tener su tienda toda la noche abierta cuando ha habido dichos o casamientos. "La niña de la loca empezó su boda un sábado y el lunes estaban todavía de fiesta. En la casa del cuchillero hubo una fiesta en la que el Capullo le partió la camisa a Camarón y le echó un cubo de vino por encima. Esto era un lejío de artistas. Vivía mucha, mucha gente". Hace décadas que el despoblamiento y el abandono desdibujaron aquella añorada calle. "Un montón de casas de vecinos se han caído. Han hecho bloques, pisos, la gente se ha vapuleado por ahí. En un bloque de ahora vive menos gente que en las casas de vecinos que había antes. Aquí no vive ya nadie comparado con lo que era esto", reflexiona en voz alta.

Presente y ¿futuro?

Frente por frente al almacén de Antonio, una familia está rascando las paredes en el interior de su casa. Otro patio de vecinos cuyos propietarios tratan de conservar abnegadamente para resistir al paso del tiempo y a la ausencia de habitantes. Manuel Carrasco, su mujer Paqui y su hija Juani se encuentran remozando su casa. Llevan toda la vida en la calle Nueva. Han nacido, se han criado, se han casado, han formado su familia y vivirán hasta el final de sus días en el alma de Santiago. A punto de cumplir 74 años, Manuel, cuyo hermano es el conocido flamenco Diego Carrasco, recuerda la alegría que se respiraba antes en la zona.

"Aquí vivían antes muchos flamencos, pero se liaron a hacer pisos y se fueron a los pisitos de por ahí. En verano nos poníamos al fresco en la puerta todos los días y estábamos hasta las 3 o las 4 de la mañana porque cuando no salía una cantando, salía otro". "Aquí se ha vivido siempre muy bien", ratifica su esposa. ¿El futuro? Tienen a su hijo Sebastián tocando la guitarra en Japón y "mi hija está harta de echar currículos". Pero guardan resquicio para la esperanza: "Tengo a una nieta que baila muy graciosa". "Hay que ver la de criaturitas que se han tenido que ir, y encima dice el embustero ese de Rajoy que el paro está bajando. Ese es un gachó malo". ¿Y el futuro del flamenco de Santiago? "Dijeron que iban a hacer viviendas para que los flamencos se volvieran para acá, pero el que se va ya no viene más", asevera, a unos metros de la casa de hermandad de La Buena Muerte.

La última parada es el número 25, la Casa Nueva. Como si fuese allí mismo donde empezó todo. El caserón intacto dos siglos después cuya propietaria es Antonia Cánevas. O Antonia de María Vega, "el nombrecito por el que me conoce la gente". Junto a una sobrina que la cuida, a Antonia le falta tiempo a sus 91 años para marcarse un amago de pataíta y sacar con toda la energía que aún conserva agua del pozo que preside el patio de la monumental corrala: "Mira que alegría de agua. Este pozo quita el sentío. Mira las piedras, están igual que hace 200 años, igualito que cómo hacen ahora las cosas". "Mi madre era la dueña de la casa y cuando algún gitano, todos del campo, dejaba a la novia embarazada le pedía un cuartito. Llegamos a vivir aquí 50 o 60 personas, todas buenas, así que figúrate las juergas y las fiestas tan buenas que hoy ya no las hay. Esto era una alegría... Había una alegría que no hay ahora porque ya no hay nadie. Solo quedo yo y mi hermano, que ahora está en Barcelona. Yo bailo y mi sobrina me toca las palmas, poco más".

Sin apenas visión, la niña de María Vega llegó hace 89 años al emblemático número 25 de la calle Nueva, donde nacieron leyendas como el tocaor Manuel Morao o donde Tía Anica La Piriñaca aún reaparece con la boca sabiéndole a sangre en plena fiesta en el patio. "¿No me irán a perjudicar con esto, no? Que luego me suben las contribuciones y esas cosas...", nos alerta. "En Jerez hay muy pocos patios como éste, otros más cuadrados, también antiguos, pero como este tan típico, con estos corredores y estas habitaciones... no hay. Nosotros no hemos echado cuenta de vender esto, pero el Ayuntamiento me dijo que si vendemos, ellos están los primeros". Con los balcones apuntalados pero con un estado decente de conservación, es casi un milagro que la casa de Antonia sea la que siga haciendo defensa numantina de esta historia de siglos. Una historia que no debería perderse pero que irremisiblemente se sigue perdiendo mientras lees este manojo de recuerdos.

Sobre el autor:

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Paco Sánchez Múgica

Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

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