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El Museo Arqueológico Municipal de Jerez es, posiblemente, la joya más valiosa de la ciudad, juntamente con su Biblioteca Central. El museo jerezano permite conocer realidades del mundo antiguo que nada tienen que ver con las películas de romanos de Hollywood. En la romana Asta Regia (hoy Mesas de Asta) existían empresas de pompas fúnebres (libitinarii), siendo el negocio de la muerte bastante beneficioso ya que daba trabajo a muchas personas.

Fuera de la ciudad se encontraba la industria de la muerte, como los collegia funeraticia y las empresas dedicadas a las pompas fúnebres. De hecho, la sociedad romana de Asta Regia solía ahorrar dinero para formar parte de estos collegia y asegurarse recibir una sepultura digna.

Los delincuentes ejecutados de Asta Regia eran enterrados en fosas comunes directamente sin honras, los pobres aspiraban a ser miembros de los collegia funeraticia, una especie de mutua que aseguraba tras una cuota mensual que se cumplirían los ritos funerarios tras la muerte de sus socios y se les confirmaba un lugar en el columbarium.

Los numerosos empleados funerarios en Asta Regia, tenían funciones diferentes: los pollinctores preparaban el cadáver para su exposición; los vespillones transportaban y colocaban el ataúd en la pira, o a la fosa de cadaveressi si era de una familia pobre; los dissignatores, que en los grandes funerales ordenaban y dirigían las paradas del cortejo fúnebre; los ustores se encargaban de las incineraciones; los fosores eran los encargados de cavar las fosas, y por último completaban el gremio los oficiales constructores del monumento funerario, que también velaban por su mantenimiento.

Tanto los funerales humildes (funus plebeium) como el de los niños (funus acerbum o immaturum) eran rápidos, no tenían relieve social y se realizaban discretamente por la noche. El féretro consistía en una simple caja de madera conocida como sandapila. Los pobres eran recogidos de las calles de la ciudad y eran llevados por cuatro porteadores en una sandapila de alquiler por la noche. A menudo eran arrojados en las fosas comunes fuera de las ciudades para dejarlos pudrir y posteriormente eran incinerados. Cuando se desarrollaba en la oscuridad, era preciso iluminar el paso del cortejo fúnebre. La palabra funeral procede de las antorchas de estopada o junco, conocidas como funalia o funales candelae, que se utilizaban para alumbrar el camino.

Muchos de los sarcófagos, lechos funerarios y adornos de mausoleos que circulaban por las ciudades mediterráneas desde tiempos remotos provenían de saqueos y botines de guerra, siendo un lucrativo negocio.

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Eduardo Arboleda Ballén

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