Sorpresa generalizada, y eso que Cádiz, por ese entonces, ya era difícil de que se extrañase de algo. A mediados del siglo XVII, la capital y su Bahía ya estaban curtidas en misiones comerciales de ultramar, en extranjeros de diversas naciones asentados como vecinos, en pomposas visitas de embajadores y en mercancías raras y variopintas. Pero lo que ocurrió el 14 de diciembre de 1667 —el 4 de diciembre para el calendario juliano— trascendió lo previsto. En el horizonte, un buque apareció con unos viajeros tan exóticos para España como inesperados para Cádiz: el corpulento general Piotr Potemkin y su comitiva de 64 personas llegaron en la que fue la primera misión diplomática de Rusia en España. Una primera toma de contacto en la que El Puerto acabó convirtiéndose en pieza clave del posterior viaje del embajador por el país.

Olvidada en la noche de los tiempos, la visita ha sido rescatada de los libros de Historia gracias al acto de homenaje que el pasado martes protagonizó el actual embajador ruso Yuri Korchagin, y el alcalde de El Puerto, David de la Encina. Ambos descubrieron un monolito, en las inmediaciones del Castillo de San Marcos y ante la presencia de emigrantes rusos en el país, para recordar el primer nexo diplomático que unió a dos países que, hasta entonces, apenas se habían tratado de forma puntual. Como nación en pleno despegue como potencia internacional, el zar Alejo I dispuso, a mediados del siglo XVII, iniciar misiones diplomáticas en las principales capitales europeas, entre ellas, Madrid. Y esa fue justo la tarea que le correspondió a Potemkin, afamado y eficaz jefe del ejército ruso.

Potemkin salió de Arcángel, el puerto ruso más importante, a finales de agosto y llegó a Cádiz el 14 de diciembre. Cuatro años antes, en 1663, Rusia acordó con el rey Felipe IV (1605-1665) realizar la citada visita diplomática, pero las escasas relaciones entre ambas naciones jugaron una mala pasada. “En Cádiz no esperaban la visita. Además, Potemkin llevaba cartas dirigidas a Felipe IV cuando éste ya había fallecido sin que Rusia se enterase. Fue una sorpresa para ambas partes”, rememora Miguel Ángel Caballero, director del Museo Municipal de El Puerto.

Fue el gobernador de Cádiz, Martín de Zayas, quien les dio la bienvenida a bordo del propio buque ruso. La visión del general no debió decepcionar a De Zayas: un hombre corpulento, de gesto duro, barba larga y ropajes de estilo oriental, tal y como le presentó Juan Carrero de Miranda en un cuadro hoy conservado en el Museo del Prado. En el momento de la llegada, ni el duque de Medinaceli y la sazón capitán general de Andalucía, Luis de la Cerda, estaba al tanto de la visita.

Y debió costarle asimilarlo y organizarlo todo porque pasaron dos días hasta que la embajada es recibida en El Puerto con salvas de cañones a su entrada por el río el Guadalete. La primera duda del duque se hizo evidente: ¿quién se haría cargo de los abultados gastos de su estancia? El director del Museo de El Puerto recuerda la respuesta llegada desde la capital del reino: “La Corona dio orden de que, mientras se organizaba su llegada a Madrid se les tratase de una forma que no se advirtiese debilidad española. Además, se decía que portaban valiosos regalos como pieles, caviar o especias”.

Un embajador de carácter

Los moscovitas se topan con una ciudad pujante, gracias al comercio, “con más de 16.000 habitantes y una extensión importante que iba desde las actuales calles Los Moros al Monasterio de la Victoria”, como rememora Caballero. Hoy en día se sabe que, para el alojamiento de la comitiva se alquilan las propiedades del comerciante holandés Bergnadi, en la calle de La Palma. Y no tuvo que ser fácil alojarles, como representante del zar en España, la delegación no reparó en personal y material. Como rememora el historiador del CSIC, Francisco Fernández Izquierdo, en su artículo Las embajadas rusas a la corte de Carlos II, Potemkin iba acompañado de su hijo, un canciller, 16 nobles, dos sacerdotes, 22 pajes y otros 22 lacayos y cocineros.

La broma no salió barata. Por la correspondencia, hoy se sabe que la estancia en la ciudad le costó 31.440 reales que la Corona debió abonar a los Medinaceli. Eso por no hablar de las disensiones que aparecieron, mientras esperaban que Madrid lo dispusiese todo para la visita. Fernández Izquierdo recuerda cómo en el Consejo de Estado se trató el carácter “impaciente” y la preocupación del embajador porque no se menoscabara la autoridad de su zar. “Le chocó la cuestión económica porque los rusos se hacían cargo de todos los gastos de las visitas. Él quería que se cumpliesen las reglas, ya que estaba representando al Gran Ducado de Moscú”, detalla Caballero.

Y así lo hizo saber con claridad cuando ya todo estuvo dispuesto para el traslado. “Fueron necesarios cuatro coches de camino, tres literas, seis galeras, 42 mulas”, enumera Fernández Izquierdo en referencia a un viaje de El Puerto a Madrid que costó 30.055 reales de vellón. Para cuando el 19 de enero de 1668 la comitiva estaba lista, Potemkin se negó a partir hasta que no le buscasen un carruaje de acuerdo a su rango. “Hubo de comprársele al embajador en Carmona, ante sus exigencias y tras permanecer discutiendo un día hasta las nueve de la noche porque no quiso entrar en otro de inferior categoría”, apunta el historiador del CSIC.

Superada la discusión, la comitiva puso rumbo a Sanlúcar para tomar el río Guadalquivir y llegar a Sevilla. De ahí a Toledo y Madrid. Tal era la falta de referencias que tenían en la Corte que tuvieron  que tirar del modelo de protocolo de la visita de un representante del Gran Turco en 1649. Sin embargo, a Potemkin no debió disgustarle demasiado el trato español, regresó en 1681 y fue el primero de tres embajadores más que llegaron a España en el lapso de dos décadas.

Fue el inicio de una relación cultural y política de la que hoy la Universidad de Cádiz recoge el testigo. Hoy acoge en sus instalaciones, desde el pasado mes de marzo, al primer Instituto Pushkin, el equivalente ruso al Instituto Cervantes, como detalla Natalia Shatalova, especialista del Instituto Pushkin en Cádiz. Se trata del primer instituto que el gobierno ruso decide abrir en una universidad hispanohablante. El paso fue posible gracias a que el Aula Universitaria Hispano-Rusa de la UCA, es líder iberoamericana por número de socios, proyectos, movilidad académica y lectorados de español en Rusia y el Espacio Postsoviético.

Por eso, Vladímir Vediushkin en el Aula tienen previsto organizar el próximo 14 de diciembre una coferencia del especialista en Potemkin, Vladímir Vediushkin. Además, la institución de la UCA que dirige Andrés Santana Arribas ha organizado por el mismo motivo la exposición Rusia en litografías del artista plástico Andrey Gladkov que ya se puede contemplar en el Museo ‘Hospitalito’. Todo para no olvidar, como apostilla Santanta, que “las relaciones entre España y el país más extenso del mundo nacieran justo en Cádiz”.

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Jesús A. Cañas Carrillo

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