Una historia no oficial de Jerez de la Frontera (y II)

A night in Jerez (s. XIX), de Daniel Vierge.
A night in Jerez (s. XIX), de Daniel Vierge.

Finalizamos nuestro recorrido por las vidas y obras de aquellos personajes que velaron por Jerez y por el mundo desde el aparente anonimato o, aún peor, la tapadera de la fama mundana.

 

III- Siglos XVI-XIX: Francisco Pacheco. Pedro P. Zuñiga. Tomás de Morla. José Barberán.

 

"Murió este año á 10 de Octubre Don Francisco Pacheco, Canónigo de nuestra Santa Iglesia, Capellan mayor de la Capilla de los Reyes, varón digno de honrar un siglo".

Diego Ortiz de Zuñiga, Anales eclesiásticos y seculares  de la muy noble y muy leal ciudad de Sevilla, vol. IV.

 

En el siglo XV comienza a construirse la Cartuja de Santa María de la Defensión a las afueras de Jerez. Es fama que el proyecto incluía una serie de túneles secretos que conducían a la barriada de los Albarizones, o tal vez a través de la ciudad hasta la Catedral. Se instala en ella un esquivo grupo de cartujos dedicados a cultivar el silencio durante cinco siglos. Qué secretos callaban y qué era lo que “defendían” arrojaría, estoy seguro, una importante luz sobre nuestras investigaciones.

En 1535 aparece otro personaje que, pese a la modestia aparente de su vida y obras, recibirá los más exaltados panegíricos. Se llamaba Francisco Pacheco, aunque su nombre puede confundirse con el de su sobrino, maestro de Velázquez. Se trasladó a Sevilla cuando era joven y allí desempeñó como humanista, poeta y erudito. Recibiría los elogios de Arias Montano (uno de los principales candidatos de la época al título de Iniciado) y muchos otros, que casi lo elevan a santo. Sin embargo, su presunto beaterío contrasta con cierto episodio que le ganaría el repudio de los poderes públicos durante años: al parecer, robó algunos libros, en número sin especificar, de la Biblioteca Capitular de Sevilla. De qué libros se trataba y por qué arriesgó su reputación y frenó su ascenso social por ellos, nos es incógnito hasta el día de hoy. Si el acceso a la biblioteca no le estaba vedado, ¿por qué necesitaba llevárselos? ¿Qué utilidad quería darles más allá de consultarlos en la sala? A partir de ese momento, menguaron sus encargos, se retiró a la melancolía poética y sólo al final de su vida ganó de nuevo una cierta aprobación. Una pena que parecería desmedida en caso de haber tomado prestados unos libros ortodoxos… Dedicó sus últimos años a una “historia eclesiástica” de Sevilla, que supuestamente dejó inconclusa.

David Roberts. 'The monastery of Cartuja at Jerez' (1848).

 

Quizás su mayor aportación de cara a la Historia fue que instó a su sobrino, futuro pintor, a mudarse a Sevilla y le abrió los círculos humanistas del momento. Sin ese movimiento clave no habría existido el maestro de Velázquez, Francisco Pacheco. Por lo demás, contrasta la escasa trascendencia de su memoria con los halagos que recibió de sus contemporáneos, inclusive de autores posteriores, que además de ensalzar sus virtudes de carácter aprovechaban la distancia histórica para calibrar que gracias a él “se regeneraban las artes y las letras en la nación”.[1] ¿Se referirá a las repercusiones de sus decisiones en la formación de Velázquez?

En cuanto a esos libros sustraídos de la biblioteca, ¿contendrían rituales, fórmulas o plegarias que sólo podían ser ejecutados en privado? ¿Qué otra explicación nos queda para su temerario hurto? También cabe preguntarse qué le motivó a elaborar una magna “historia eclesiástica” de Sevilla, pues quien profundice de veras en las instituciones clericales de la ciudad acabará topándose con el más efervescente movimiento alquímico de la Península (sólo igualado por el compostelano), que pervive, cuanto menos, hasta el siglo XX de Fulcanelli.[2]

Es de sospechar que esa “historia eclesiástica” sí fue concluida, o bien es una alusión velada a otra clase de investigación. Todo ello nos hace sospechar que Francisco Pacheco sabía más de lo mucho que ya se creía que sabía, como quizás lo supo Tomás Morla, conde de Cartaojal, el siguiente jerezano que actuó en posible beneficio de los designios del Círculo que preservaba la memoria de Atlantis. Nacido en 1748, su educación militar le condujo a viajar por toda Europa, obedeciendo a una pauta para mí indescifrable. Tras esos inciertos años de formación, su mayor gloria radica en la lucha contra los franceses, cuyo éxito táctico le concedió el título de Gobernador de Cádiz en el cambio de siglo. En 1808, como quien no quiere la cosa, funda los “Voluntarios Honrados de Cádiz”. Este cuerpo fue esencial para la victoria en Bailén, primera capitulación en campo abierto de la historia del ejército napoleónico, dada la caudalosa presencia de voluntarios españoles, y punto de inflexión de su derrota en España. Sólo unos días antes se había librado la primera derrota marítima del invasor, la batalla de la poza de Santa Isabel, comandada por Tomás Morla y Ruíz de Apodaca en alianza con el inglés Collingwood.

Quién diría que, tras tantas hazañas gloriosas, tendríamos de nuevo una etapa final de decadencia y soledad. Morla acabará entregándose a Napoleón, considerando imposible la defensa de Madrid, y el pueblo lo llamará cobarde. Algunos lo consideran un afrancesado, otros, un patriota que consiguió librar a la nación de una pérdida peor. Es posible, sin embargo, que se tratase de un plan urdido para escapar de la luz pública. Como en efecto hizo don Tomás durante el resto de su vida, tras haber participado en las batallas más decisivas, en el plano moral, de cuantas vio la Guerra de Independencia.

Otro personaje interesante, aunque mucho más recóndito, es el Corregidor de Jerez en tiempos de 1675. Que un corregidor sea o no imprescindible para el devenir de la ciudad es siempre cosa muy subjetiva, pero una faceta nos hace pensar que este, si bien no se le conocen grandes hazañas manifiestas, pudo haberlas realizado en un plano más soterrado. Su nombre es Pedro Pacheco Zúñiga. Es curioso que se llame casi igual que el célebre –y en apariencia más trascendental- alcalde de los primeros treinta años de democracia.

Pero no se trata de una casualidad. El apellido aparece en todas las semblanzas que hemos trazado desde la Reconquista. Juan Fernández Pacheco (conocido habitualmente como "Juan Pacheco”). Francisco Pacheco. Tomás de Morla Pacheco. Pedro Pacheco Zúñiga...

No es mi intención trazar una línea sucesoria en función del apellido, pues ni siquiera sabemos si eran en efecto descendientes de quienes en público decían serlo. Como señalábamos en la primera parte, la palabra para “regidor” de un supuesto lenguaje atlante podría sonar como pa’asik, de donde la derivación hacia Pacheco resulta palmaria. Quizás tuviera que ver con la turbulenta historia del militar Morla Pacheco un tal José Rueda Pacheco (¿familiar? ¿cómplice?) que aparece como agarrotado por los franceses en el Jerez de 1812.

Sobre Pedro Pacheco Zúñiga, se sabe que fue regidor durante un tiempo en Murcia, de donde provenía su familia oficial. Se tiene constancia de su existencia porque Gregorio de Mercado y Mendoza le dedicó a este "Señor de los dos mundos" unas odas al rey Carlos II en 1676. Al no hallar demasiados datos sobre su gestión en el Jerez de entonces, investigué sus movimientos y creí encontrarlo en un archivo como Corregidor en Indias, lo que explica la continuidad de su “estirpe” en Ocaña, Colombia. Qué fue realmente a hacer allí tampoco ha pasado a la Historia.

No será el último alcalde con el insigne apellido. El título completo del alcalde Pedro Pacheco Zúñiga era Regidor a Perpetuidad de la ciudad de Jerez, como lo era el de Juan Fernández Pacheco en el siglo XV. Nada más acertado, pues en 1873, año de la abdicación de Amadeo I, lideraba el Cabildo jerezano José Barberán Pacheco, primer alcalde de la República.  Poco más sé de él, salvo que casualmente estaba ahí en un momento histórico sin precedentes. Ciento seis años después, en 1979, Pedro Pacheco Herrera, su oculto descendiente (de sangre o espiritual), era el primer alcalde de la democracia.

De nuevo el hombre idóneo para el momento justo de transición…

 

IV- Siglo XX: Pedro Pacheco Herrera. Francisco Pacheco.   

 

"Pacheco representa el tótem de nuestro folclore, el arquetipo final, la raíz de todos nosotros que vive oculta en los versos que no escribo y perdí."    

Daniel Vila, 'Don Pedro bien merece una misa'.

 

Los llamados Pacheclones, de la campaña andaluza de 2004.

 

En todas las tradiciones budistas se habla de 'Iluminados silenciosos', aquellos que han alcanzado el más alto grado de la gnosis pero no comparten con el mundo su descubrimiento, guardándose para siempre el secreto. Es la clase de seres iluminados que no sienta una escuela, filosofía o religión, sino que disfruta de la beatitud del Despertar en una vida de discreción y aislamiento, “vagando en la soledad del rinoceronte”. Pueden ayudar a sus contemporáneos, de forma pública u oculta, pueden trabajar para su bienestar e incluso impartirles alguna lección moral o espiritual, pero el conocimiento supremo que atesoran nunca brotará de sus labios. En la lengua pali, la de los textos budistas más antiguos, se los denomina paccekabuddha (pronunciado: “pacheca-budha”).

De momento, el último Pacheco-Buda ha sido el más notorio de esta saga que se pierde en la noche de los tiempos. Pero ya antes de Tartessos tuvo que haber surgido alguno, en esos tiempos convulsos en los que enflaquecía la voluntad de orden. Desde entonces pueden haber sido cientos los Pachecos que han debido de pasar por este mundo en silencioso frenesí, posiblemente en algún sótano subterráneo al que se accede por la “Poza” Belén, donde una madrugada solitaria creí descubrir al que entonces era alcalde adentrándose entre unas ruinas. Algunos se dieron a conocer manteniendo secretas sus intenciones y actividades: la doble naturaleza de la que se acusó a Ibn Rifa'a, Juan Pacheco, Francisco Pacheco, Tomás Morla Pacheco... Otros tuvieron un rol mucho más activo y público, como el actual Pacheco y su homónimo del siglo XVII.

¿He mencionado que en el Concilio de Trento participó un cardenal Pedro Pacheco, obispo de Jaén? ¿Y que su segundo apellido era "de Villena", como el infame marquesado del regidor Juan Pacheco? La casualidad es la causalidad que se nos escapa...

La Misión del último Pedro Pacheco, si se me apura, no parece del todo impenetrable, al menos en su faceta local: salvar a la ciudad de la gran crisis vitivinícola y conseguir una fuente de financiación que compensara la agraviante avaricia regional, gracias a su envidiable trabajo en la Caja de Ahorros; amén de trasladarla sana y salva a la democracia. Sobra decir que la consiguió, en base a unos complejísimos cálculos que sus sucesores no han sido capaces de emular.

La gran pregunta es si la situación económica actual, a todas luces insostenible, se puede considerar otra crisis arquetípica. Hemos visto que los Pacheco-Budas, descendientes del rey de Atlantis, solían terminar sus carreras fuera de los focos de la luz pública, con frecuencia tras una calculada caída en la deshonra (Ibn “Bakr” Rifa’a retorna sin éxito de la corte de Al- Manṣūr, Francisco Pacheco roba los libros, Tomás Morla Pacheco es acusado de traición…). Quizás nosotros, fariseos, estemos hoy inhabilitando a nuestra única salvación y, lo que es peor, a la salvación de nuestros nietos y biznietos. Puede que Jerez, ciudad que siempre ha requerido un control externo, una vigilancia silenciosa, no vuelva nunca a levantar cabeza. ¿Dónde quedan los límites de la justicia subjetiva humana? ¿Qué fue del Regidor a Perpetuidad?

Pedro Pacheco desaparece súbitamente de los focos en 2007, y ya conocemos los acontecimientos mundiales que comenzaron aquel año. El presagio es ya obviedad... Acaso siempre que el pueblo ignorante se subleva contra el Linaje desaparece misteriosamente el Pendón de la ciudad, muy anterior a Alfonso X, que en el siguiente ciclo el próximo Elegido, el Pacheco-Buda del Futuro (Maitreya), recuperará como símbolo de su Reino...

Sólo espero que, en lugar de uno solo, habiten en los claustros de la Ciudad Subterránea varios Pachecos simultáneos que permitan continuar la progenie. Eso explicaría por qué aquel a quien unánimemente se le atribuye la autoría intelectual del circuito de alta velocidad de Jerez -una de las ideas, aparte de las de Don Pedro, que ha rendido beneficios a la ciudad y no un desventajoso incremento de la deuda- se llamaba Francisco Pacheco, propietario del antiguo taller Casa Pacheco, donde se veía entrar al alcalde, con quien, hasta donde se me alcanza, no compartía vínculos familiares, con mucha más frecuencia de la que su cargo obligaba.   El alcalde de la ciudad que hospedaba el célebre circuito era invitado a premios de todo el mundo, como el de Estados Unidos o el de Malasia. Quizá fue en alguno de estos países donde, desvinculándose de la corte y la pompa de la diplomacia, fue a finalizar la misión que llevaba toda una vida calculando…

Dos cosas hacían famoso, para quien de verdad lo conocía, al exalcalde. La primera era su biblioteca, la segunda, su bodeguita privada. Aunque habrá quien todavía se asombre al saberlo, pocos políticos de este país pueden presumir de una fracción de los intereses que avivaban el espíritu inquieto de don Pedro. Y ninguno va, como él iba, a su librería local predilecta (La Luna Nueva) a diario. Fue allí donde se encontraba, entre buitre y buitre, con sus amigos, algunos de los cuales -sospecho ahora- sólo eran como nosotros en apariencia… Cuando quiso regalarme un libro de su legendario harén (con su exlibris “PPH” ribeteado no sé cómo en cuatro páginas diferentes) escogió French Theory: Foucault, Derrida, Deleuze & Cía. y las mutaciones de la vida intelectual en Estados Unidos, de François Cusset. Dentro había recortes de una semblanza, por parte de La Vanguardia, de Jacques Derrida, personaje sobre el que conversamos un rato. Ahí fue donde me di cuenta de que su interés por la filosofía, la literatura y la historia no tenían que ver con el esnobismo cultural de otros políticos. Pero aún no divisaba ni la sombra de los depositarios del saber de Atlantis...

Nunca, desgraciadamente, tuve ocasión de pisar su subterránea bodeguita privada, pero siempre oí maravillas de aquella cueva de Alí Babá.  La reiteración del nombre “Pedro” en nuestra saga familiar podría explicar, más que la manida apelación al narcisismo, por qué el hoy exalcalde mostraba predilección por el burdeos Petrus (“Pedro” en latín), referido quizá a algún antepasado de la Galia conquistada que ejerciera de delegado en la vieja Seritium. Su conocimiento del vino jerezano (en su caso el ex profeso Fino Cabeza, “cosecha de 1982”) le viene de la prehistoria. En la Introducción postulamos que los primigenios Atlantes, raíz de la Humanidad y origen de todos sus panteones, realizaban incursiones al interior para conseguir los productos que el clima o la orografía de la isla impedían cultivar. Pensábamos en esas variantes de la uva que sólo se dan en nuestra provincia, y que están en el origen, más antiguo de lo que se cree, del oloroso, el amontillado o la manzanilla.

No en vano los griegos, los romanos y otros pueblos históricamente cercanos al núcleo atlante, cuando querían representarse la alimentación de los habitantes del Olimpo, recordaban que había vino y racimos de uvas por alguna parte.

 

 

 

[1] Diego Ignacio Parada y Barreto, Hombres ilustres de la ciudad de Jerez de la Frontera; precedidos de un resumen histórico de la misma población, Jerez, 1875, p. LXVI

[2] Por lo que hemos oído decir, el verdadero Fulcanelli fue un párroco sevillano especialista en la obra de Valdés Leal y autoproclamado habitante de “Heliópolis”, que en sus últimos años citaba a sus discípulos en las inmediaciones de la moderna urbanización que hoy porta ese nombre (la mayoría personal de la vecina facultad de Química). Algunas fechas señaladas realizaban un peregrinaje simbólico desde la Puerta del Osario a la Puerta de la Carne, para finalizar en la Torre del Oro.

Sobre el autor:

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Óscar Carrera

Estudió filosofía, estética e indología en las universidades de Sevilla, París y Leiden. Autor de 'Malas hierbas: historia del rock experimental' (2014), 'La prisión evanescente' (2014), 'El dios sin nombre: símbolos y leyendas del Camino de Santiago' (2018), 'El Palmar de Troya: historia del cisma español' (2019), 'Mitología humana' (2019) y la novela 'Los ecos de la luz' (2020). oscar.carrera@hotmail.es

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