'Faeneros': la viña en invierno

Una visita a la finca Calderín del Obispo, en la carretera de Rota, donde se trabaja el terreno para que las uvas broten a inicios de verano, una labor que cada vez es más mecánica y menos rentable

Un podador. / JUAN CARLOS TORO.
Un podador. / JUAN CARLOS TORO.

El cielo está nublado aunque la lluvia no termina de aparecer. Hasta que no lo haga, la actividad no cesa en la viña Calderín del obispo, que colinda con la A-2078, la carretera de Rota, donde se puede ver a una docena de trabajadores, tijeras en mano, podando las cepas. Juan Cabrera es uno de los más veteranos. Juanín, como lo conocen el resto de sus compañeros, lleva dedicado a esta tarea desde 1993. “Lo aprendí con dos veteranos, uno a mi derecha y otro a mi izquierda, me decían: corta el palillo y deja el verde”, recuerda. Él es uno de los doce podadores de la cuadrilla, que acumula unos 70 jornales por año. Antes eran más, pero cada vez se hacen menos tareas manuales y se mecaniza más el cuidado de la viña. “Hace unos años nos juntábamos 70 personas para hacer la vendimia, y ahora seremos diez”, dice Juanín, que mientras habla no para de abrir y cerrar las tijeras, cortando ramas que luego recogen, con rastrillos, otra cuadrilla de trabajadores.

Diego, junto a los montones de sarmiento, a la espera de ser quemados. / JUAN CARLOS TORO.

Una es Juana Vazquez, quien lleva desde 2006 dedicándose a las faenas que da la viña. Eso sí, con el paso del tiempo va perdiendo peonadas. “Antes estaba nueve meses sin parar, el año pasado estuve 38 días, lo justo para que me den el subsidio durante seis meses”, dice. “La faena que hago es esta, el resto del año no trabajo, no hay nada”. La temporada de poda le coincide con otras campañas agrícolas, cuenta, y en su Espera natal pocas opciones tiene de encontrar un empleo. Aun así, se considera una privilegiada. “Menos mal que tengo esto, porque amigas mías están deseando que haya un hueco para acumular peonadas”, agrega. Este año espera llegar, al menos, a la cifra del anterior.

Las 45 hectáreas que abarca esta viña dan para criar tres tipos de uva, tintilla de Rota, tempranillo y palomino, aunque es ésta última la que predomina. “La tintilla es buena, pero más cara y da menos rendimiento”, explica Diego Vázquez, hermano de Juana, podador y encargado de la cuadrilla, quien ha convertido la viña en su pasión. “Todos los días aprendes cosas nuevas”, dice, “vas formando nuevas cepas y es muy bonito formar una viña desde que empieza el injerto hasta que es una cepa”. Su padre fue quien le introdujo en el mundillo, “cuando la rama general se vino abajo”, y desde entonces no ha parado de progresar en un entorno que ya conoce al dedillo. “Sabía que llovería desde hace días, cuando se escuchan los aviones de la Base (de Rota), viene agua”, dice convencido, repitiendo uno de los trucos que ha aprendido de los más veteranos.

La poda de la viña es un trabajo muy técnico que se aprende entre jornaleros en el propio campo. / JUAN CARLOS TORO.

La casa de viña se encuentra encima de una loma desde la que se divisa media provincia. Al este, Jerez y la Sierra; al sur, la Bahía. El edificio fue construido en el siglo XVIII y perteneció, en sus inicios, a los dominicos, de los que se mantiene su legado en forma de arte, cuadros sobre todo, y una capilla que la familia Guerrero conserva en perfectas condiciones. Francisco, uno de los hermanos que gestiona la finca, cuenta que fue su abuelo quien comenzó a explotar unos terrenos donde llegó a haber hasta una escuela para que aprendieran a leer y escribir los hijos de los trabajadores, una pequeña bodega y la residencia de sus antepasados, que luego pasó a ser del capataz de la viña y que ahora apenas tiene uso.

“Había pensado en organizar alguna actividad para fomentar el enoturismo, pero ya con la edad que tengo…”, señala Francisco Guerrero, viticultor y presidente de Asevi-Asaja, la asociación de viñistas independientes. “Cada vez se va mecanizando más la viña porque la mano de obra hay que abaratarla”, explica, ya que “el vino no se vende al precio que debería”, lo que provoca un efecto cascada que obliga a los viticultores a reducir costes. Y enumera las faenas que se han ido perdiendo con el paso del tiempo: “Ya no se pela la cepa para quitarle la cáscara y limpiarla de insectos; ni se pintan los cortes de poda con sulfato de hierro y ácido cítrico; también se ha cambiado el tipo de poda, de vara y pulgar a doble cordón, que se puede mecanizar más”.

Detalle de una de las yemas podadas que dará su fruto en la próxima cosecha. / JUAN CARLOS TORO.

Guerrero proviene de un familia que lleva décadas ligadas al mundo del vino. Su abuelo, sin ir más lejos, fue el fundador de Bodegas Soto, que comercializaba el ponche del mismo nombre. Él fue quien le puso el apellido “del obispo” a la finca que ahora cuidan sus nietos, porque así llamaban a un buen amigo suyo, relata Francisco, que se queja de que “cada vez hay menos oficiales de viña, está envejeciendo el viticultor”. La viña, en el Marco de Jerez, cuenta Guerrero, “tiene más trabajo" que en otras zonas de España "porque el tipo de poda es más costoso”, lo que unido al bajo precio del kilo de uva —en La Rioja pagan casi dos euros por kilo y, en Jerez, apenas 0,35 euros—, hace que los beneficios para los viticultores sea cadan más estrechos. “No compensa, estamos cubriendo gastos”, apunta el propietario de la viña Calderín del Obispo, quien agrega que “no se nos pagan las calidades que ofrecemos y los sacrificios que hacemos”.

Las faenas de poda, que comenzaron en diciembre, están llegando a su fin. La cuadrilla de podadores cambiarán las tijeras por otras labores menos físicas, pero igual de importantes. Pronto tocará bajar los alambres para dejar brotar la planta y volver a subirlos dentro de unas semanas, para permitir que se mantenga erguida y, hacia principios del verano, las uvas broten con normalidad. Aunque para eso todavía quedan unos meses. Juanín es uno de los supervivientes. “Éramos 20 podadores y apenas quedamos diez o doce”, dice, para dejar caer poco después que está deseando jubilarse. Poco años le faltan, pero tendrá que aguantar hasta los 65, ya que “en el campo no hay prejubilación”. Cuando él y el resto de compañeros se retiren, ¿quién hará estas faenas?

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Francisco Romero

Licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Antes de terminar la carrera, empecé mi trayectoria, primero como becario y luego en plantilla, en Diario de Jerez. Con 25 años participé en la fundación de un periódico, El Independiente de Cádiz, que a pesar de su corta trayectoria obtuvo el Premio Andalucía de Periodismo en 2014 por la gran calidad de su suplemento dominical. Desde 2014 escribo en lavozdelsur.es, un periódico digital andaluz del que formé parte de su fundación, en el que ahora ejerzo de subdirector. En 2019 obtuve una mención especial del Premio Cádiz de Periodismo, y en 2023 un accésit del Premio Nacional de Periodismo Juan Andrés García de la Asociación de la Prensa de Jerez.

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