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En una finca próxima a La Barca, en el término municipal de Jerez, Hortícola Flora ha cultivado 27 hectáreas de la llamada papa dulce que posteriormente se exporta a países europeos como Reino Unido.

A finales de los años noventa, según cuentan los agricultores de la zona, muchas más mujeres se incorporaron al duro trabajo en el campo cuando los hombres lo abandonaron por la construcción. En una finca arrendada de 27 hectáreas ubicada en el término municipal de Jerez, 110 personas, el 30% mujeres, recolectan boniato. Si se cumplen las previsiones serán un total de 1.200 toneladas. “Las ayudamos si es necesario, pero no hace falta, ellas tiran más que nosotros”, reconoce uno de los trabajadores.

Con las pieles tostadas por el sol de otoño se dan prisa porque anuncian lluvias para los próximos días. La llamada papa dulce está animando la economía familiar de muchas familias, incluida la del empresario Manuel Ayllón, responsable de la explotación: “A los aventureros nos gustan las aventuras y por eso siembro boniato”. Lo peor es que en la agricultura, dice, “dos más dos no son cuatro”, y todo depende de muchos factores como el meteorológico.

Actualmente, el boniato es muy demandado por otros países europeos. Los clientes contactan con Ayllón, la oferta no es muy grande puesto que no todo el mundo se puede permitir sembrarlo, supone una inversión muy arriesgada. “Recolectar una hectárea cuesta en torno a los 8.000 euros. Hay mucha demanda y poca oferta porque el riesgo que implica es muy alto”, explica, pero se decanta por el boniato porque hoy día la remolacha, el maíz o el algodón dejan poco margen de beneficio, algunas veces pierde dinero.

“Recolectar una hectárea cuesta en torno a los 8.000 euros. Hay mucha demanda y poca oferta porque el riesgo que implica es muy alto”

“Cuando yo era un crío el boniato y la patata se sacaban con una yunta”, rememora Manuel Ayllón padre, de 78 años de edad. La metodología ha variado bastante. Ahora la maquinaria lo desentierra de los lomos de la tierra. Sin embargo, la mano de obra sigue resultando imprescindible. La recolecta deben hacerla los jornaleros y jornaleras con el máximo cuidado posible para no dañar la piel del boniato, para lo cual han de estar muy bien organizados. Por parejas recorren cada hilera colocando uno a uno los boniatos en palés. Para la gran mayoría de los hombres –antes jardineros, ferrallas o albañiles-  este trabajo no es una alternativa. “Es lo que hay. Esto es lo último. A las dos horas tienes los riñones partidos”, resume uno de ellos. Todos coinciden en que este es el trabajo más duro en el que han estado nunca y ahora, pese a que tienen un buen sueldo, es menor dado el aumento de personas que con la crisis han vuelto al campo.

Por el contrario, para las mujeres jornaleras, sus compañeras, es un buen trabajo por diferentes motivos. “Lo pagan bien, ganamos el mismo dinero que los hombres, y los días de lluvia los aprovechamos para adelantar las tareas de la casa y como estamos en regla, tenemos desempleo”, explica María José, de 38 años, 20 de ellos cotizados a la Seguridad Social y madre de dos hijos. Su marido trabaja en una oficina y no le agrada que ella trabaje en el campo. “Pero cuando no se llega, no se llega”, reitera risueña. Durante las dos décadas de su vida laboral María José ha trabajado en las naves donde se clasifica lo recolectado y en el campo, de campaña en campaña, y lo tiene claro: con indiferencia del gran esfuerzo físico que requiere prefiere el trabajo al aire libre. “Aquí hay compañerismo, podemos hablar, es duro, pero lo pasamos bien. En la nave estás de pie y no puedes ni chistar”. ¿Y existe machismo? “Para nada, de todos lo que hay aquí sólo uno se niega a trabajar con una mujer, el único”, asegura esta jornalera.

Los agricultores no dudan en afirmar que la mujer hoy día suele dar más el callo que el hombre y “si es buena – afirma uno de ellos- no les falta el trabajo, las llaman de una finca y luego de otra”. Y no sólo recolectando con esmero el boniato, también se ve en esta misma explotación a una mujer al volante de una ferwin con la que traslada los palés hasta los camiones que, posteriormente se encargan de transportarlos a la nave de manipulado ubicada en Benalup.

En las instalaciones de la nave cada pieza es calibrada y clasificada. Si el boniato es apto será vendido fresco en el mercado; el que es muy gordo es adquirido por las industrias a un precio más bajo; y si está dañado se desecha. Todo está calculado. Seis meses antes de sembrarlo la empresa de Ayllón, Hortícola Flora, ajusta las previsiones con un programa de ventas. La papa dulce sembrada en la campiña de Jerez tiene como destino final Francia, Alemania o Inglaterra.

“Desde que nací me dedico al campo”, afirma Manuel Ayllón presumiendo de su pasión por la agricultura, aunque no es cierto. Estudió hasta los 19 años. A partir de ahí siguió los pasos de su padre. En la actualidad lucha por sacar adelante tres empresas, entre ellas Hortícola Flora destinada a la explotación agrícola en fincas arrendadas y a la comercialización de los productos obtenidos. También es responsable de otra empresa de agricultura ecológica. Recientemente ha ampliado las líneas de negocio con una empresa de patatas artesanas fritas en perol. Este empresario arcense disfruta con su trabajo, entre otras razones, porque “ningún día es igual”: viaja, se reúne con los clientes, sobre todo ahora aprovechando el dulce filón del boniato.

Sobre el autor:

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María Luisa Parra

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