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Le preguntan a Susana Díaz por qué sólo ha cumplido cuatro de las treinta grandes medidas acordadas con IU para “transformar Andalucía” y ella se recoloca discretamente en la silla, dibuja una media sonrisa de cajón y responde: “Mire, yo amo profundamente esta tierra”.

Le preguntan a Susana Díaz por qué sólo ha cumplido cuatro de las treinta grandes medidas acordadas con IU para “transformar Andalucía” y ella se recoloca discretamente en la silla, apenas un gesto leve de incomodidad bajo la luz pálida de juzgado o de quirófano que llena el plató de la tele de turno, dibuja una media sonrisa de cajón y responde: “Mire, yo amo profundamente esta tierra. Amo cada pueblo, amo cada barrio, cada casa humilde porque...” Los que ya peinamos canas (juré que jamás escribiría esto, porque además de manido es triste), reconocemos los tics del discurso, las maneras aprendidas, la misma forma de caracolear o de hacer la finta que tenía Felipe González cuando el tipo de enfrente, fuera quien fuera, se empeñaba en hablarle de problemas concretos que afectaban a personas concretas en contextos concretos, le afeaba algún dato irrebatible, o le plantaba en los hocicos las vergüenzas diagramadas de alguna estadística. Las del paro, por ejemplo, que ondean tanto y tan bonito que casi se merecen también un Estado propio.

A Felipe le preguntaban por los cinco millones de desempleados y él contestaba, muy serio, que por las carreteras españolas de los años 60 sólo circulaban reatas de mulos, pero que ya nadie parecía acordarse de aquello. En su casa chica, el albañil pobre que comía migas con leche y hacía pliegos de a veinte con las facturas del banco, le daba la razón al Telefunken y decía, por lo bajito: “Qué grande eres, Felipe”. Luego, como si fuera una plegaria, le pedía que no se fuera nunca.

A Susana le preguntan en directo por qué Andalucía sigue liderando en términos absolutos el ranking del desempleo (en términos relativos nos supera Melilla, sí, Melilla) y ella chasquea los labios y guiña un par de veces a cámara. Luego va y cuela tres quintales y medio de palabrería huera, frases hechas y tópicos asumidos que, casi siempre, terminan con un canto de alabanza a la aceituna de Jaén o a la melva canutera, a lo limpias que están las playas de Almería o a la paleta de colores con las que Dios pintó los ocasos andaluces. Y sí, también ahora, hordas de parados que consumen debates y pipas de calabaza en esas mesas camilla a las que ha vuelto el picón, le dan la razón a Susana porque es cierto, lo que viene siendo un Plan de Choque para que las Urgencias andaluzas no se parezcan a las de la honorable República Centroafricana, no hay, pero la muchacha habla con ganas y gracejo y energía y además, no sé si ustedes lo sabían, su padre era fontanero y de Triana, átense la estirpe y abróchense la identidad, que diría el viejo Giddens.  

En estas elecciones, gente de bien, se están vendiendo las payasadas al peso y se celebran los castillos en el aire, el atrevimiento sin lógica, y todo ya en Andalucía es una fiesta de caretas y serpentinas de colores donde el elector, que además es televidente, se fija más en cómo se expresa el candidato que en lo que el candidato expresa, como si los presupuestos y el BOJA no se hicieran con maña y leyes sino con imputs de márketing y oratoria vistosa, cartelitos a la cámara, inesperados giros de guión.

Susana Díaz insiste en que Podemos capitaliza la marca del populismo de saldo mientras apela a la vena más folclórica de los votantes, saca a pasear su discurso de tasca y llama al candidato del PP (lo de candidato es un decir) una y otra vez Moreno Bonilla, que no Juan Manuel, porque Susana sabe que Moreno Bonilla suena así como a zagal de colegio de pago, a chavalito con borlones en los calcetines que pide todo el rato que le pasen la pelota mientras sus compis de juego estudian la manera de sacarle los calzoncillos por detrás. Él, Moreno Bonilla, la boquita bien abierta, mira la estela de Susana desde lejos, y no se le ocurre otra cosa, con todos los atunes ya metidos en el copo y la trilla hecha, que recurrir al tono pasado de vueltas de Javier Arenas, el mismo soniquete sobreactuado de los Álvarez Quintero, el mismo aire a cliente habitual del casino del pueblo, de niño bien que se empeña en demostrarle a los pobres del barrio que entiende sus cuitas, mientras los pobres asienten sin escucharle y se palpan en el bolsillo la calderilla que les queda para coger el autobús.  

La apuesta de IU es un todo o nada por Antonio Maíllo, un hombre serio, maestro de latín, puesto en la tesitura constante de explicar que IU hizo lo que pudo por la izquierda andaluza con poco más del 10% de los votos, pero que se podría hacer mucho más, muchísimo más, si no hubiera fuga de descontentos a las siglas nuevas, a Teresa Rodríguez (que se está encontrando con las encuestas de cara aunque nadie sepa explicar tres medidas de su programa) y a Juan Marín, un señor de Sanlúcar que por lo visto es catalán aunque ni él mismo lo sabía. 

Maíllo dice, con sus palabras, que son más precisas que las mías, que los andaluces no deberían perdonarle a Susana Díaz que paralizara la ejecución de la Banca Pública, el Banco de Tierras, la Ley de Garantía de Suministros Básicos y otras medidas solidarias de indiscutible Marca Roja sólo porque a ella no le encajara la continuidad del Gobierno en su propio y maquiavélico calendario, en el capítulo piloto de la segunda temporada de sus intrigas palaciegas. Su principal problema (el de Maíllo, digo), es que el pueblo cada vez está más hecho a las consignas llanas (vengan de quien vengan) que a las explicaciones complejas, y por mucho que él y su equipo se empeñen en hacer pedagogía con el Tratado de Libre Comercio, por mucho que insistan en que en la base de todos los recortes hay un pacto PP/PSOE (artículo 135 se llama), la verdad siempre requiere explicaciones difíciles, y calan mejor las reatas de burros de Felipe González, el padre fontanero y de Triana, la Renta Básica de Barra Libre o lo limpitos que llegan a estos comicios UPyD y Ciudadanos, con el expediente sin mácula, aunque sólo sea porque todavía ni siquiera se han presentado al examen.

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Francisco Romero

Licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Antes de terminar la carrera, empecé mi trayectoria, primero como becario y luego en plantilla, en Diario de Jerez. Con 25 años participé en la fundación de un periódico, El Independiente de Cádiz, que a pesar de su corta trayectoria obtuvo el Premio Andalucía de Periodismo en 2014 por la gran calidad de su suplemento dominical. Desde 2014 escribo en lavozdelsur.es, un periódico digital andaluz del que formé parte de su fundación, en el que ahora ejerzo de subdirector. En 2019 obtuve una mención especial del Premio Cádiz de Periodismo, y en 2023 un accésit del Premio Nacional de Periodismo Juan Andrés García de la Asociación de la Prensa de Jerez.

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