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Chesterton dijo que la mediocridad, posiblemente, consiste en estar delante de la grandeza y no darse cuenta. 

En su poema Áspero mundo de 1956, Ángel González escribe:  «[...] yo no soy más que el resultado, el fruto,/ lo que queda, podrido, entre los restos;/ esto que veis aquí,/ tan sólo esto:/ un escombro tenaz, que se resiste/ a su ruina, que lucha contra el viento,/ que avanza por caminos que no llevan/ a ningún sitio. El éxito/ de todos los fracasos. La enloquecida/ fuerza del desaliento…»

Toda ambición se forja en una derrota que duele. Al igual sucede con las cosas hermosas que florecen desde los rescoldos del rencor, de la marginalidad y sus márgenes.  A un caballero sólo le interesan las causas perdidas (pero sin exagerar). Nada conforta más un discurso que hablar desde la legitimidad que da el fracaso. Hay una cierta lírica del perdedor. Ni que decir tiene de lo perdido. John Milton tituló su gran poema épico como El Paraíso perdido. No existe proselitismo alguno. Miren a izquierda y a derecha y pregúntense cuántos supervivientes quedan.

Chesterton dijo que la mediocridad, posiblemente, consiste en estar delante de la grandeza y no darse cuenta. En medio de este melodrama, lo único decente es intentar ser consecuente. Resistir, no agachar la cabeza.

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Daniel Vila

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