Toda convicción es una cárcel. Jamás sabremos si el antihéroe bajo el aguacero sigue sin mojarse. Nosotros, más secos que la mojama, pobres mortales acabaremos enero tratando de remontar su celebérrima cuesta. En la testa, la razón. En la cesta, el corazón. Chesterton dijo: la esperanza sólo resulta una fuerza cuando todo es desesperado. Eso explica por qué se ha puesto esperanza en celebrar la normalidad y despreciar la singularidad.

Cuando miras mucho tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti. Paseas por Jerez y te asalta el pánico, el miedo al vacío. ¿Quién velará por bendecir esta tierra? ¿Qué le sucede al artesano cuando no entrega su cerviz al poder establecido? ¿Y esas calles vacías? El centro está desolado. Al mismo tiempo, los que abrazamos esas calles sinuosas disfrutamos de una paz salvaje difícilmente descriptible. Ya saben, la belleza desnuda parece quimérica cuando se materializa.

Quien intenta cerrar los ojos a la muerte es un estúpido. Cada milésima de segundo nos morimos un poco. No debemos enmascarar ni, mucho menos, maquillar la pérdida. Preparar al forajido para un velamen digno es una celebración de eternidad infinita para el esoterismo sanativo. Porque en el laberinto eleusino cada alma hace suyo el umbral de salutación divina. Al final, la singladura es la mortaja perfumada para con la muñeca de sal perfumada de océano.

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Daniel Vila

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