Libertad y silencio

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'Baile de autor', cuyo estreno ha tenido lugar en la segunda jornada del XXII Festival de Jerez, consagra a Manuel Liñán como creador e intérprete absoluto.

Una nueva ola del baile flamenco cabalga Manuel Liñán, último Premio Nacional de Danza. Decía Rivette, maestro de la Nouvelle Vague, y al que cita Barzin en un ensayo sobre la autoría, que autor es aquel que habla en primera persona. Liñán no solo desarrolla un culto estético en torno a su yo creador, sino que da pasajes a sus acompañantes para que vuelen con él en un proceso aparentemente experimental, pero que se revela calculado hasta en su mínima expresión. Si ya había dejado huella con sus anteriores trabajos que pudieron verse en el Festival, Tauro (2012) y Reversible (2016), Baile de autor, cuyo estreno absoluto ha tenido lugar en la segunda jornada de la XXII edición de la muestra jerezana de baile flamenco y danza española, es la consagración definitiva de un intérprete-creador integral.

Virtuoso pero espontáneo; contenido pero explosivo; desprejuiciado e iconoclasta, pero yendo y viniendo a las raíces; con un abundante caudal de conocimiento (no solo técnico), pero con hambre de seguir aprendiendo; tan clásico y ortodoxo, como rabiosamente contemporáneo; tan ferozmente viril, como sutilmente femenino. Aun así, si algo se palpa, es que Liñán es flamenco. Muy flamenco. Y una vez más vuelve a evidenciarlo en esta hora y veinte de obra maestra que pasa por delante del público como un chasquido de dedos. Abres los ojos, y ves una cosa; pestañeas, y te has perdido otras. Como cuando uno se levanta de un sueño con ideas vagas y borrosas de lo que en él ha ocurrido.

Para lograr esta nueva vuelta de tuerca en su carrera, concebida nuevamente casi como un juego infantil que tiene lugar en su cabeza mientras duerme, es impagable la complicidad que establece con sus dos únicos acompañantes en escena: el cante rancio a más no poder, mezclado con la elegancia extrema, en la voz de David Carpio; y la guitarra superdotada de Manuel Valencia. Es la letra que paladea el cante y ese hablar en sueños que alumbran las seis cuerdas lo que va dando pie a este baile en el precipicio que arroja Liñán (solo hay que ver el juego de las sillas, con el bailaor en equilibrio zapateando sobre ellas) y a un espectáculo primorosamente confeccionado, con cabeza, pies y manos artesanales que respira riesgo y sorpresa (Gracias).El bailaor entra en trance, como en una autohipnosis, con el escenario desnudo, aún con las varas  de focos a baja altura y sin cortinas ni telón de fondo. Concluida la cuenta atrás, Liñán va en caída libre directo al territorio de los sueños, con una varita mágica de prestidigitador que nos pone donde quiere. A partir de aquí, lo mismo se encadenan diálogos de sus pies con la guitarra de Valencia —donde nos trae a la cabeza la planta de Andrés Marín—, que trepa a la silla para hacerse compás en equilibrio después de una malagueña, que desarma con ángel con la mariana. Todo hasta llegar a ese momento en el que Carpio, a pecho descubierto, pone la coda a su carcelera con un pedazo de la toná grande de Mairena, “y aquél que se va, va diciendo en el silencio, qué grande es la libertad”. Elogiar a la libertad. Una constante en el itinerario artístico que propone este verso suelto que sigue la estela de la última renovación del baile flamenco que emprendieron otros maestros ya fuera de su generación como Marín, Galván, Yerbabuena, Molina....

Una obra, además, que con el estallido del despertador y los dos cubos de agua que le lanzan al bailaor esa especie de guardianes de Morfeo, despierta también una metáfora visual que invita a reflexionar sobre la sociedad del ruido que sufrimos. Aceleración, movimientos descompasados, estrés entre los charcos y una martilleante contaminación acústica.. Todo lo contrario de lo que instantes antes ‘soñaba’ Liñán: una pieza de orfebrería en cuatro partes para volver a exhibir, sin aspavientos ni sacar pecho, que es difícil que, mujer u hombre, muevan con la gracia y la naturalidad con la que él lo hace la bata de cola, el mantón, un abanico y hasta un bastón. Por alegrías, romeras, cantiñas del Pinini… y por lo que le echen. Capaz de dejar a solas por seguiriyas a Valencia para que su música te ancle en la butaca; de alcanzar una conexión sobrenatural con Carpio en Mis tres puñales, coplas por bulerías de Solano y De León; y de abandonar la escena como llegó a ella, en la penumbra de la duermevela, con cantaor y guitarrista acunándolo con una nana que se transforma en una cuenta atrás hacia quién sabe dónde.

Teatro Villamarta. Sábado 24 de febrero. 21 horas. Aforo: Lleno con las entradas agotadas. Baile: Manuel Liñan; cante: David Carpio; guitarra: Manuel Valencia; diseño de iluminación: Olga Garcia A.a.i.; sonido: Kike Cabañas; vestuario: Felype de Lima; realización de vestuario: Gabi Besa.