Teatro Villamarta, Jerez de la Frontera, 11 de febrero de 2016; Concierto  de la Sección de Cuerdas de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla; Éric Crambes (solista de violín y director musical). 

Una muy feliz idea la de contrastar las Cuatro estaciones de dos autores tan distintos como Vivaldi y Piazzolla. Dos universos musicales separados en el tiempo, el estilo, las formas musicales y las intenciones programáticas de las obras. Este juego comparativo ha sido uno de los atractivos fundamentales del concierto del 11 de febrero en el teatro Villamarta, ya que ha permitido ofrecer bajo un prisma más original y sugerente la tantas veces oída composición de Vivaldi, además de volver a escuchar al desafortunadamente menos frecuentado Piazzolla.

Antonio Vivaldi era un virtuoso del violín y por ello, de sus quinientos conciertos, doscientos veinte fueron dedicados a este instrumento. Es lo que sucede en Le Quattro Stagioni, en realidad cuatro conciertos para violín independientes, integrados en Il cimento dell'armonia e dell'inventione, reunidos en 1725 en el opus 8 y que el tiempo ha convertido en una de las obras más célebres del barroco. Estamos ante piezas programáticas, antes de que esto fuese más habitual a partir del Romanticismo, que pretenden describir el ámbito rural durante distintas épocas del año. Las cuatro están estructuradas en tres movimientos, rápido el primero, lento el segundo y nuevamente ágil el tercero (Allegro - Adagio o Largo - Allegro o Presto). Es decir, que frente a la obra de formato muy libre de Piazzolla, la de Vivaldi responde al esquema cerrado del concierto barroco, lo que muestra al oyente un interesante contraste.

Astor Piazzolla es uno de los compositores argentinos más importantes de la historia. Eleva el tango a la categoría de la sala de conciertos, del mismo modo que George Gershwin hizo con el jazz en los Estados Unidos, o los múltiples compositores nacionalistas europeos con las músicas populares de sus respectivos países. Igual que ocurre con las Cuatro estaciones de Vivaldi, no fueron compuestas a la vez ni con la intención de que siempre se interpretaran juntas. El Verano es de 1964, el Invierno de 1969, y la Primavera y el Otoño de 1970. En pocas ocasiones Piazzolla las interpretó a la vez, como si se tratara de una obra única, y es importante tener esto en cuenta para comprender las notables diferencias entre las cuatro.

Sin lugar a dudas, estas piezas compuestas originariamente para un quinteto instrumental formado por bandoneón, violín, piano, guitarra eléctrica y contrabajo (sólo en el Invierno se incluía inicialmente una viola en vez de un violín) son una de las obras cumbre de su autor, donde su estilo se expresa de forma más plena, alternando solos y 'tutti' que permiten el lucimiento de todos los instrumentistas. La respetuosa adaptación para violín solo y orquesta de cuerdas que se escuchó en el concierto del Teatro Villamarta se debe al compositor ucraniano Leonid Desyatnikov, que trabajó también en otras obras de Piazzolla como María de Buenos Aires.

Como decíamos, ha sido una excelente idea la de contrastar a estos dos compositores tan distintos y que, sin embargo, buscaron inspiración en un mismo motivo: los cíclicos cambios anuales en la naturaleza. Muy oportuno el que se haya optado, además, por mezclar las piezas en vez de interpretar primero a Vivaldi y luego a Piazzolla. Así, se comenzó y finalizó con la Primavera, como si de una rueda temporal infinita se tratara, siguiendo esta secuencia: Primavera (Vivaldi), Verano (Piazzolla / Vivaldi), Otoño (Piazzolla / Vivaldi), Invierno (Piazzolla / Vivaldi) y Primavera (Piazzolla).

La Sección de Cuerdas de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla logró un sonido transparente, una perfecta atención a las dinámicas y una muy notable adecuación estilística en los dos compositores. Buena parte de los óptimos resultados se debieron a la excelente labor de dirección de Éric Crambes, que, asimismo, se mostró brillante como violín solista, logrando un sonido redondo, preciso y limpio, atento a los cambios de estilo y al expresivo contenido de cada página.

En la propuesta de contrastes planteada por los intérpretes en el concierto pudo observarse el mundo rural de Vivaldi frente al urbano de Piazzolla, la descripción de los fenómenos climáticos del compositor veneciano frente al retrato anímico humano del argentino, las formas cerradas del barroco ante las libres de las piezas 'porteñas'. Fue, desde luego, un ejercicio muy interesante.

Como se mencionaba antes, la Primavera de Vivaldi abrió el programa mostrando las virtudes que los intérpretes exhibirían durante el concierto, con aciertos como la notable siciliana, con las cuerdas graves tocando a imitación de la zanfoña. El Verano porteño de Piazzolla fue abordado con algunas dudas iniciales, que pronto fueron resueltas dando paso a una cálida (nunca mejor dicho) y emocionante interpretación. La adaptación utilizada introduce algunos acordes que se emparentan con el barroco y que acercan a Piazzolla al universo vivaldiano, algo que, sin embargo, es difícil de percibir en la versión original. Las rápidas escalas que imitan una tormenta en el Verano de Vivaldi nos muestran otra concepción del estío, menos sensual que la del compositor argentino, pero más dinámica.

El Otoño porteño fue ejecutado con expresividad, con un cuidado minucioso del fraseo, hasta el punto de lograr aquí uno de los mejores momentos de la velada. La idea de despedida y la reflexión sobre la fugacidad del paso del tiempo propuestas por Piazzolla fueron mostradas de forma elocuente por el conjunto instrumental, con unas excelentes prestaciones de Éric Crambes (violín solista y director) y Dirk Vanhuyse (violonchelo solista). El Otoño de Vivaldi fue menos melancólico y más lírico, por la especial atención a la línea melódica, con momentos muy bellos en el Adagio molto.

El doliente Invierno porteño, en el que se construye un profundo retrato de la soledad, fue fraseado con adecuada expresividad y aquí se alcanzó otro de los puntos álgidos del concierto. Al final de la pieza encontramos nuevamente unas páginas que establecen parentescos lejanos con el barroco, por el uso, entre otros recursos, del 'pizzicato', que son producto de la adaptación al conjunto de cuerdas y que no se hayan en el original. Las armonías disonantes del Invierno de Vivaldi, que pretenden expresar el frío, fueron servidas de modo preciso, y las dinámicas se atendieron nítidamente.

Por último, la muy emocional Primavera porteña dio la oportunidad de lucimiento a varios de los instrumentistas solistas, en una composición de gran riqueza cromática en la que se narra la sensación ante el primer amor, con la consiguiente seducción y un paseo por el parque. Para cerrar el círculo, la versión empleada introduce una cita al final del tema de arranque de la Primavera de Vivaldi, justo la obra con la que se había dado comienzo.

En definitiva, un excelente retrato del comportamiento de la naturaleza en el transcurso del año, con viaje en el espacio, de Venecia a Buenos Aires, y en el tiempo, del setecientos al novecientos.

Sobre el autor:

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Joaquín Piñeiro Blanca

Profesor Titular de la Universidad de Cádiz. Departamento de Historia Moderna, Contemporánea, de América y del Arte.

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