La zarzuela, tal y como hoy la entendemos, es un género que nace a mediados del siglo XIX, en pleno reinado de Isabel II, entroncando con la tonadilla escénica y la zarzuela barroca del siglo XVIII. Al ser un formato menos ambicioso que la ópera, llegaba a un público más amplio y popular, y era susceptible de ser utilizado para hacer crítica política y social envuelta en costumbrismo. En muchas obras del género se denunciaron preocupaciones y problemas vividos por el público asistente a estos estrenos, y no siempre en un tono amable. Por ejemplo, la situación de las oligarquías en el ámbito rural y sus prácticas caciquiles, los problemas de analfabetismo, o la corrupción política fueron denunciados a través de obras como Gigantes y Cabezudos (1898) de Manuel Fernández Caballero, La Tempranica (1900) de Jerónimo Giménez, La Alegría de la Huerta (1900) de Federico Chueca, El Puñao de Rosas (1902) de Ruperto Chapí, La Reina Mora (1903) de José Serrano o La Rosa del Azafrán (1930) de Jacinto Guerrero. Todo esto se pierde en un formato de espectáculo como el ofrecido en el Teatro Villamarta. No obstante, el atractivo incuestionable de las páginas musicales seleccionadas puede hacer atractiva una velada de este tipo.

A pesar de que la belleza de estas piezas es disfrutable de modo independiente, el descontextualizarlas de las zarzuelas de las que proceden les hacen perder buena parte de su significado dramático y musical por lo que, a mi juicio, no se le hace demasiado favor al género ofreciéndolo de modo fragmentario, más teniendo en cuenta que el programa no sigue ningún criterio cronológico o temático que dé alguna coherencia al espectáculo.

La compañía Antología de la Zarzuela, también denominada Amadeo Vives, sería fundada por José Tamayo en 1966 en un contexto en el que se estaba intentando revitalizar el género. Entre otras acciones, tras años de inactividad, se había restaurado el Teatro de la Zarzuela de Madrid, que recuperó sus temporadas estables a partir de octubre de 1956 (coincidiendo con el primer centenario del coliseo) y establecería un modelo de gestión para el resto del país. La presencia de jóvenes cantantes que pronto serían intérpretes de prestigio internacional (Alfredo Kraus, Pilar Lorengar, Teresa Berganza, Pedro Lavirgen o Manuel Ausensi), junto con otros más “domésticos” pero de grandes cualidades (Ana María Olaria, Toñy Rosado, Lily Berchman, Luis Sagi Vela, Ana María Iriarte, Lina Huarte o Carlos Munguía) lograron que el propósito tuviese éxito.

Asimismo, tuvo gran importancia para establecer cuál es el actual repertorio de zarzuelas la grabación de la parte musical de varios centenares de partituras por los sellos discográficos Alhambra, Montilla e Hispavox entre 1950 y 1980. Por ejemplo, en tan sólo algo más de seis años (1952-1958), el gran director de orquesta Ataúlfo Argenta registró unos ochenta títulos con una formación ocasional que usaba el nombre genérico de Gran Orquesta Sinfónica y cantantes de calidad como los antes señalados. Por otra parte, el cine y la televisión sirvieron para difundir estas obras más allá del estrecho marco de los teatros a través de producciones de Juan de Orduña o Benito Perojo.Estas actividades se desarrollaron en paralelo a las de la Antología de la Zarzuela de Tamayo de la que es heredera la que se ha tenido la oportunidad de ver y escuchar en el Teatro Villamarta. A grandes rasgos, el proyecto continúa con el esquema primigenio: una compañía itinerante en la que los intérpretes ofrecen fragmentos destacados de las obras más populares en un montaje enriquecido con coreografías en el que se utilizan procedimientos de la comedia musical estadounidense, no tanto los tradicionales del género, y que permite ofrecer espectáculos que se adaptan a diversos espacios y públicos.

La soprano Inmaculada Almeda exhibió un fraseo poco nítido y una voz de proyección limitada, que fue difícilmente audible en el registro grave, quizás porque el repertorio elegido era de mezzo-soprano y quedaba fuera de su registro natural. Esto se puso en evidencia en la canción Paloma de El barberillo de Lavapiés de Barbieri, en las Guajiras y en el dúo de La Revoltosa de Chapí, y en La tarántula e un bicho mu malo de La Tempranica de Giménez. Su mejor prestación estuvo en las Carceleras de Las hijas del Zebedeo de Chapí, página en la que es frecuente el tránsito por el registro agudo y el acompañamiento orquestal poco denso permitía escuchar mejor la voz.

El tenor Carlos Silva tiene una emisión nasal, con un caudal vocal más amplio que el de Inmaculada Almeda, aunque con un problemático registro agudo, como el mostrado en Costa la de Levante de Marina de Arrieta, y poca flexibilidad vocal en los adornos de la Entrada de Lamparilla y las Seguidillas de El barberillo de Lavapiés de Barbieri. Su intervención más acertada estuvo en la parte solista de la Jota de La Dolores de Bretón.

El barítono Javier Galán posee una voz de timbre claro, manejada con destreza en la Romanza de Pepe-Hillo de Pan y Toros de Barbieri, y en La luz abrasadora de Marina de Arrieta; y de modo menos afortunado en el Vals del Caballero de Gracia de La Gran Vía de Chueca. En el dúo de La Revoltosa hizo esfuerzos por equilibrarse con la soprano, y junto al tenor logró en el Brindis de Marina la que, desde mi punto de vista, fue la página mejor interpretada del concierto.

El Coro del Teatro Villamarta estuvo muy por debajo del alto nivel acostumbrado desde que Joan Cabero es su director. Los problemas de coordinación entre las cuerdas, las imprecisiones en la afinación y otros accidentes musicales empobrecieron su interpretación en casi todas las zarzuelas seleccionadas en el programa, que incluía la Calesera de El barberillo de Lavapiés originariamente destinada a las cuatro voces solistas de esta zarzuela.

La Orquesta Álvarez de Beigbeder, bajo la dirección de Pascual Osa, tampoco tuvo una feliz noche, con desajustes entre las distintas secciones, problemas de concertación con solistas y coro, y una elección de tempi más acelerados de lo habitual, que incluso dificultó que algunas líneas melódicas “respiraran” convenientemente. Las oportunidades de lucimiento que se presentaban en las páginas instrumentales de El barberillo de Lavapiés de Barbieri, El rey que rabió de Chapí, La Verbena de la Paloma de Bretón y La Revoltosa de Chapí, fueron desaprovechadas.

Las coreografías diseñadas por José Manuel Buzón siguieron la línea habitual  desarrollada desde la década de 1960 en estos espectáculos antológicos y en programas televisivos del mismo estilo, como los de Fernando García de la Vega en 1979 y 1980. Los bailarines ocuparon durante sus intervenciones la mayor parte del escenario, por lo que el coro fue desplazado al fondo, anulando sus posibilidades de movimiento escénico. El Ballet Filarmonía fue el encargado de ofrecer la “propina” del concierto, con el Intermedio de La boda de Luis Alonso de Giménez. En esta página, así como el Intermedio y Guajiras de La Revoltosa y la Jota de La Dolores, no se controló el exceso volumen sonoro de castañuelas y zapateados en relación a la orquesta.

La puesta en escena de Jesús Peñas apostaba principalmente por el colorido aportado por el vestuario de solistas y coro, ya que la escenografía consistía fundamentalmente en una proyección de imágenes no excesivamente efectivas. El cuadro más trabajado, tanto en iluminación como en movimiento de actores, fue el del Nocturno de El rey que rabió (que, por cierto, no se señalaba en el programa de mano).

Teatro Villamarta, Jerez de la Frontera, 24 de marzo de 2017. Antología de la Zarzuela (1º función). Inmaculada Almeda (soprano), Carlos Silva (tenor), Javier Galán (Barítono). Coro del Teatro Villamarta. Orquesta Álvarez Beigbeder. Director musical: Pascual Osa. Director de escena: Jesús Peñas. Ballet Filarmonía. Coreógrafo: José Manuel Buzón. Directora general: Paz Volpini. Presidente de Honor: Plácido Domingo.

Sobre el autor:

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Joaquín Piñeiro Blanca

Profesor Titular de la Universidad de Cádiz. Departamento de Historia Moderna, Contemporánea, de América y del Arte.

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