El pulso vital del rock moderno no será objeto de consideración en nuestro artículo de hoy en Gypsy. De hecho vamos a tratar el post-rock. Y valga lo dicho que, aunque no entonemos con el canto generacional que nos rodea, no son pocas las indagaciones realizadas en un desierto tan gigantesco como desafortunadamente árido. Hablamos de centenares, sino de miles de bandas que de alguna forma u otras aparecen en los famosos playlist del género, a pesar de no tener en absoluto una esencia comercial que justifique tal expansión sonora. No vamos a recurrir a los críticos tópicos que aluden la superficialidad o la simpleza de las composiciones post-punk. Vamos a presentarles algunas bandas, varias conocidas y otras no tanto, que le pueden ser de utilidad si como nosotros, pretende descender a las entrañas de la neomodernidad. En muchas ocasiones nos hemos preguntado qué es exactamente el post-punk y en qué se diferencia de otros movimientos emergentes, y más específicamente del punk o el indie. Bien, considerar que el post-punk no es más que el sosiego del rock de finales de los 70, sería quedarnos en la superficie. El post-punk comparte unos preceptos muy similares en la forma (que no en el contenido) al punk de toda la vida. Es cómo todo género, una reivindicación de la cultura y estética, que sirva de unión a un grupo predominante en escena. El término post-punk se usa para designar a una corriente que tiene su inspiración en el exiguo sonido de una generación que se quedó a un paso de ser protagonista. No estuvieron en la explosión cultural europea y americana de los 60, tampoco se les esperó en los 70 ni en los 80. Aparecieron cuando todo estaba dicho. Y ellos parecen cantarle a la menudencia de su existencia musical. Esa nimiedad en los que todos sin excepción parecen estar invitados. Ni el rock progresivo, ni el heavy metal contaron con tantos discípulos entre sus filas, a pesar de que ellos sí contaron con un respaldo comercial que justificó su apogeo. A los siniestros del post-punk, eso no parece importarles en absoluto. Saltaron al acto sin saberse el papel, quizás ni siquiera sabían dónde ubicarse, ni que se representaba. En ese sentido parecen surgir de la revolución del silencio o con el devenir de la necedad. Pero si uno considera la capitulación de Europa, y la revolución de los 60 le parece un bonito epílogo, estos jóvenes atenuadamente vitales también forman parte del final de esta novela, allí dónde únicamente llegan los avezados lectores, aunque sólo sea por apego a la ficción.
1- Bedroom
Desde Nashville (Tennesse) nos llega este proyecto en solitario de Noah Kittinger. Con algunas canciones publicadas en las principales redes sociales, este prometedor artista ejemplifica de forma evidente la comunión entre su generación y música. Sonidos ligeros, suaves y absorbentes (casi pegadizos) que sitúan entre dream pop y el ambient. Os dejamos con la que sin duda es su canción estrella:

2- Spissy
Spissy es un extraño e incuestionable dúo formado por Aaron Denton y Ben Lumsdaine de Bloomington (Indiana). Evidentemente encajan y se complementan bastante bien, su apareamiento creativo parece casi inevitable. Su habilidad para crear un encantador y memorable entorno junto a la exquisitez melódica, crean un producto mil veces escuchado pero igualmente apetecible. Una de esa bandas en la dinámica de Flyte que pueden dar el salto a un panorama más amplio, calidad no les falta y originalidad no les sobra.

3- Blondie Tongues
De Australia nos llega esta formación con el enigmático Cal a la cabeza. Una banda de orientación ambient con éxito razonable que parece encabezar el movimiento en la isla-continente. Garantes de del eco social, emergen con fuerza para reiterar su condición escolástica. No hacen nada nuevo, pero conservan el trance lo-fi que tanto gusta a los conservadores del género, nada que envidiarle a otras bandas como God is an Astronaut. Os dejamos con su canción más conocida "Hey Good Lookin".

4- Long Beard
Para terminar, otra banda de los Estados Unidos, más concretamente de New Jersey. Con la misteriosa voz de Leslie, de origines asiáticos, se presenta esta intensa formación. Por su líricas comprendemos que viven en tierra de nadie. Bajo un alud de nostalgia, sus canciones giran en torno a la posmedernidad onírica que tan bien conocen. Son un claro reflejo social, sus ritmos constantes dejan el peso a una dicción adormecida y quejumbrosa que nunca termina de despertar. Aun así, crean un ambiente íntimo como nadie.

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Carlos Domínguez Rico

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