A la hora de hablar de la situación de la mujer en el Renacimiento jerezano, debemos tener presente que escasas han sido las mujeres que han pasado a los libros de historia y ello se debe a que aquellos que han escrito la historia no han sido, precisamente, las mujeres. Debido a esta razón, no contamos con una documentación abundante para estudiar la historia de las mujeres y tampoco poseemos un número considerable de imágenes o de representaciones que nos hablen de la vida cotidiana de la mujer a lo largo del tiempo.

Buena parte de esta información la encontramos, durante los siglos XVI y XVII, en los libros de doctrina destinados a las mujeres, que distinguían cuatro estados para ellas: doncella, casada, viuda y monja. Los diferentes estados se configuraban en relación con la función que la mujer mantenía con respecto al hombre dentro del ámbito familiar. Es en este donde la mujer ha de desarrollar su vida y las funciones que socialmente le son asignadas. El matrimonio será el estado al que, por tanto, la mujer deberá tender, pues ha sido creado por el mismo Dios en el acto de su creación. Sólo dentro del matrimonio podía la mujer, según la doctrina de la época, alcanzar la paz, ya que su misión fundamental era servir al marido. El matrimonio, por tanto, era la razón fundamental de la existencia femenina, evitaba el pecado de la fornicación y mantenía, al mismo tiempo, diferentes funciones sociales y políticas.

El siglo XVI, con la introducción del Humanismo, supone un cambio radical en la concepción del hombre y de su relación con el universo, pero, sin embargo, el mundo femenino, aparentemente, continúa inalterable e inmutable. La mujer queda circunscrita al mundo privado del hogar, quedando sometida al dominio masculino.

Esta subordinación de la mujer con respecto al hombre se justificaba de forma religiosa pero también médica. Se decía de ellas que poseían una complexión más débil que la del hombre, por lo que tenían tanto una inferioridad moral como física; estas concepciones, debemos recordar, partían ya de autores clásicos como Aristóteles y, durante la Edad Media, fueron revisadas por Santo Tomás de Aquino. Se transmitía de la mujer la idea de que tenían el corazón blando, de que eran vergonzosas y muy piadosas, para que asimilaran ese comportamiento, y esto debemos relacionarlo con la aparición de la imprenta, que hará que estas ideas se extiendan con mucha más facilidad. También se les atribuía ser la causa y el origen del pecado y, por tanto, de la desgracia de la humanidad. Aun así, tenemos que tener en cuenta que esta era la perspectiva de los moralistas de la época que, a su vez, creían que una buena mujer era la condición imprescindible para que un gran hombre pudiera llegar a ser alguien importante en la sociedad. Aspecto que, como veremos, es aplicable al ámbito jerezano.A partir del Renacimiento, los moralistas, inquietos por creer que los roles de la mujer estaban en peligro, intentaron trazar unos modelos ideales de perfectas mujeres, doncellas o casadas, para que éstas siguieran desempeñando los roles asignados por el poder. La mujer, así circunscrita al ámbito privado, se convierte en un ser invisible pero fundamental para la economía doméstica, aunque sin posibilidad de salir al exterior. Esta invisibilidad, objetivo fundamental de los moralistas, caló de tal manera que, cuando se la representa, suele ser de forma alegórica o simbólica.

Todos estos aspectos están presentes, en mayor o menor medida, en el Renacimiento jerezano y uno de los retratos más representativos que tenemos de la mujer durante este período en la ciudad se encuentra en el Palacio Benavente, en el cual vemos a doña Beatriz Giralt presidiendo, junto a su marido, el patio de su magnífico palacio. A diferencia de su esposo, poco o nada se sabe de la vida de doña Beatriz: catalana de origen, al igual que su esposo, pero de una familia que llevaba afincada en tierras gaditanas casi doscientos años. Su futuro marido estuvo presente en la conquista de Canarias y, tras esta, se concertó una boda de conveniencia con doña Beatriz.

Su retrato no se encuentra en un lugar accesible para el gran público sino que, junto a su marido, se encuentra en el patio interior del palacio. De esta forma, ambos esposos constituyen el eje en torno al cual se desarrolla el programa iconográfico humanista encaminado a ensalzar los valores cívicos y morales de la época, tanto en su faceta pública como privada.

La imagen que se ofrece de doña Beatriz es la de una mujer de edad madura, tocada con un velo que deja al descubierto un cabello que cae sobre sus hombros. Su expresión, seria, es propia de una mujer prudente, de la cual está ausente la sonrisa, uno de los pecados principales de la mujer, símbolo de la imprudencia y de la locura. Todo su aspecto revela, por tanto, severidad y modestia.

Otro ejemplo de la manifestación de la mujer en el Renacimiento jerezano lo encontramos en el Palacio Riquelme, dentro de la Plaza del Mercado, que antaño era el centro neurálgico de la ciudad. Este palacio, por lo tanto, tenía como fin proporcionar una residencia digna y ser una muestra del poder de una de las grandes familias jerezanas de la época. Este palacio, encargado por don Hernán Riquel, posee un extenso programa iconográfico en su fachada, aunque nos centraremos fundamentalmente en los elementos que guarden relación con la mujer. A través de los diversos elementos de la fachada, se ensalzan los valores humanistas de la época, por lo que, si lo fundamental para el hombre es el valor, para la mujer lo será la virginidad y la castidad, cuyo ejemplo a seguir es la heroína clásica Camila.

Estas representativas muestras de la mujer jerezana durante el Renacimiento expresan lo que se consideraba políticamente correcto en la época. Algo que era totalmente independiente de la realidad social del momento, ya que lo importante era manifestar que se estaba dentro de la ortodoxia y que se cumplían rígidamente todas las normas.

La religión, por medio de los moralistas, busca evitar cualquier cambio, ofreciendo unos modelos de mujer en los que se prima fundamentalmente la castidad y la virginidad, haciendo esto el centro de la vida femenina. La sociedad del siglo XVI y, por supuesto, la del XVII, experimenta profundos cambios que la aristocracia y, en general, el poder, considera altamente peligrosos, por lo que intentan mantener ese control por todos los medios a su alcance.

La manifestación de algunos de esos cambios podemos verlos a través del derecho de la época, ya que, en líneas generales, la protección de los intereses de la mujer mejoró con respecto al de los siglos anteriores en ámbitos como el derecho financiero de la mujer casada y empezó a verse habitual que, en las grandes ciudades de Europa, las esposas de ciertos mercaderes participaran en los negocios. Leve muestra de estos sutiles cambios podríamos verlos en la representación de la mujer, en cierta equidad con respecto a su marido, como doña Beatriz Giralt.

Incluso teniendo presente esta circunstancia, queremos remarcar la sutileza de este proceso debido a que, para los juristas del Renacimiento, el trato que podía dispensarse a una mujer culpable de un delito podía suscribirse dentro de uno de los siguientes dos grupos: estaban aquellos que concebían que debía dársele una indulgencia despectiva y los que, por el contrario, no veían circunstancia atenuante y que defendían castigos severos contra las «centinelas del infierno».

La mujer simboliza el peligro y el pecado, para la Iglesia es la causante de todos los males de la humanidad y estas ideas, impulsadas por la imprenta, impregnan los diferentes estratos de la sociedad de la época. Por lo que, en base a todo lo planteado, compartimos la idea de autores como Jean Delumeau que defienden que, durante el Renacimiento, la situación de la mujer no había variado de una forma sustancial. Seguían existiendo demasiadas tradiciones de siglos anteriores como para hablar ni tan siquiera del inicio de emancipación de la mujer y, por ende, nos distanciamos de la tradición abierta en este sentido por el clásico autor Burckhardt, ya que la situación concreta de algunas soberanas europeas y algunas escritoras no debe tomarse, como han querido apuntar ciertos historiadores, como la promoción o la emancipación de la mujer a nivel global.

Bibliografía

Aguado Cobo, Antonio & Corral Fernández, María (2013). La imagen de la mujer en el Renacimiento jerezano. En PALABRAS, SÍMBOLOS, EMBLEMAS. Las estructuras gráficas de la representación. Madrid. Sociedad Española de Emblemática. 95-106.

Delumeau, Jean (2012). El miedo en Occidente. Madrid. Taurus.

Sobre el autor:

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Emilio Ciprés

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