La muerte desde el arte

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Con los pies por delante, así nos esperan los artistas participantes en Don Juan, don Juan. Los muertos se filtran por las paredes. Magdalena Bachiller, Pepe Barroso, Miguel A. Valencia, Magdalena Murciano, Humberto del Río, Gorka García, Lita Mora, Marta Nieto, Paula Vincenti, Juan J. Fuentes, Concha Ybarra, José Murciano, Gonzalo Torné, Los Vendaval, Antonio Rojas, Ismael Pinteño, Montse Caraballo, Mané Pérez Tapia, Fernando Toro, Handa Films, Juan A. González de la Calle, Nigel Leach, María Higuero y Pedro Moya. Todos bien etiquetados, por si alguien los reclama y es necesario su reconocimiento, quizás por algún crítico de arte. Nada más entrar intuimos que allí se ha cometido un crimen. Si usted visita la exposición, tenga mucho cuidado y no destruya pruebas.

No necesitamos importar nuevas formas de mirar a la muerte a los ojos. Nuestra cultura, como todas, sabe cómo tratar el tema, desde todas las artes, desde la literatura, el teatro, el cine, los ritos religiosos o la gastronomía. La muestra, de gran diversidad creativa, sirve para reivindicar nuestro papel cultural en la celebración del Día de Todos los Santos, nuestra tradición, sin excluir a nadie, pero sin excluirnos a nosotros mismos, dijo Francisco Camas en la inauguración. El comisario de la exposición, Juan Ángel González de la Calle, tras dar las gracias al Ayuntamiento y a todos los participantes, resaltó la valiosa colaboración de Ramón González de la Peña, arquitecto, a la hora de distribuir las obras por la sala, lo que ha facilitado mucho el trabajo de montaje.

El visitante se va a encontrar con un asunto que le concierne, quiera o no. Somos seres finitos, seres-para-la-muerte, diría Heidegger, y somos conscientes de nuestra caducidad. Ser conscientes de la muerte nos convierte en seres pensantes de verdad. Pero la selección natural ha generado mecanismos para que seamos capaces de tolerar esta conciencia de finitud. El humor, la ironía y todos los recursos de la inteligencia nos permiten abordar el tema para desactivarlo o para asumirlo desde la raíz, desvitalizándolo. Los artistas de esta muestra juegan con la muerte, con su inevitabilidad y con su negritud. Juegan con los símbolos clásicos: calaveras, cruces, nichos, ataúdes, lápidas, relicarios, monjas, sombras, espíritus, sangre, destrucción, tiempo, velas, infierno… Y con estilos para todos los gustos: estructuras geométricas o paisajes románticos, objetos lúgubres, collages, fotografía, formas inquietantes, transformaciones de cuerpos, expresiones de crueldad, lo inexorable… Hay arte conceptual, como los relicarios de Miguel Ángel Valencia y las 60 formas de matar el tiempo de Marta Nieto. También hay crítica social, como en la sorprendente obra de Fernando Toro titulada 'Viaje a Europa'. Y podemos contemplar láminas con cráneos de animales, porque ellos también se mueren, aunque no sean tan conscientes de ello…      Para que el ambiente nos impregnara hasta los huesos, Juan Luis Sánchez Villanueva nos explicó cómo eran los entierros antiguamente: “Para la celebración de un entierro en el siglo XIX lo primero y primordial, lo necesario, era un difunto o en su defecto un cadáver. En la actualidad ese requisito también se necesita, bueno, casi siempre…  A ser posible que fuera reciente, porque los muertos, como los invitados en casa, cuando ha pasado el tiempo apestan… Y por otra parte, encargar un ataúd a un carpintero, porque en aquella época no había el prêt-à-porter de los ataúdes, como ahora, que se eligen directamente. En los documentos figura que los avíos para construirlo consistían en madera de pino, unos dos metros de bayeta para forrar la caja por dentro, una decoración sencilla de galones de plata, treinta metros, y chinchetas doradas y negras. Al cadáver se le aplicaba un mejunje hecho de láudano, aceite de beleño, especias todas ellas para dormir. ¡Si el cadáver ya está dormido…! Luego se organiza la exposición del ataúd y el cadáver, al que se vestía normalmente con un terno. Algunos preferían la túnica de la hermandad. Claro que en el siglo XIX partidos y equipos de fútbol había pocos, si no ya se vestirían de otra manera… Se colocaba en el dormitorio, excepto algunas familias que tenían habitaciones para difuntos… bueno, esta parte no es creíble… Se colocaba allí al difunto con los cirios alrededor y se velaba con amigos, familiares y los allegados… Se contaban chistes… Luego estaba la comitiva, desde casa a la iglesia y desde la iglesia al cementerio. Siempre iba precedida por 24 pobres del asilo de San José con cirios, que cobraban por ello. Delante de ellos el jefe con una cruz. A continuación 24, 10, 12, 15 sacerdotes, dependiendo del nivel que tuviera la familia… También venían representantes de hermandades. Luego iban los familiares y la carroza, con los caballos y sus penachos negros. Se diga lo que se diga ¡qué bonito es un entierro!, con sus caballitos blancos, sus caballitos negros, con su cajita de pino, con su muertecito dentro, con su cochero borracho y todo el acompañamiento… Y sacándole el de la manguilla, el del Ayuntamiento, sacándole el sepulturero, y mañana les sacará hacienda a los herederos… Se diga lo que se diga: ¡qué bonito es un entierro!”.

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