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Reseña de 'Frágil equilibrio', de Guillermo García López, nominado a dos Goya.

La vida es un maravilloso accidente. No valió de nada que en el bombo de la suerte hubiera infinitas posibilidades de que este mundo siguiera siendo un cuerpo rocoso y frío, como un efecto dominó se desencadenó una serie de procesos casuales que nos llevaron a vivir en un barco repleto de diversidad que navega en el universo. Este hecho tan fortuito y raro, único en lo que conocemos por ahora de universo, es lo que da valor a la vida frente a la nada mineral. Y eso eso lo que en parte celebra el documental Frágil equilibrio de Guillermo García López, nominado a dos premios Goya en las categorías de mejor documental y mejor canción original.

Desde el comienzo de la cinta el director nos propone una visión poliédrica de la sociedad, recorriendo vertiginosamente ciudades como Tokyo o México en las que la multitud sale y entra del metro y cruza avenidas enormes. Sumergidos en esta velocidad visual la voz de Pepe Mujica, expresidente de Urugay, acompasa suavemente las imágenes reflexionando sobre el estado actual del mundo. De manera trenzada se ponen sobre la mesa temas como el modelo económico globalizado, la crisis de la democracia y los derechos humanos, la deriva del ser humano en un mundo carente de principios morales, la soledad y la muerte. Aunque bien podrían ser otros los temas porque el centro de la mirada son los seres humanos. Complejos y diversos, bichos depredadores que arrasan los recursos y extinguen otras especies, capaces de encarnar el odio destructivo y de ser chispa de amor creador.

Todo esto visto desde la perspectiva de personas que no comparten vidas pero que sienten dentro un abanico de emociones similar. En España, un antiguo trabajador de la minería, ahora ya parado, nos invita a su casa a la espera de ser desahuciado. Un barrio sereno, donde suena el eco de casas tapiadas que ahora pertenecen a los bancos. Su vida se truncó tras la explosión de la burbuja y la muerte de su esposa enferma de cáncer, no le queda nada. A 10.000 km la estampa es bien diferente, el metro de Tokyo en hora punta rebosa de personas que andan diligentes al trabajo, pero toda esa maraña de vidas no hacen ruido, duermen en el vagón, vagan casi en silencio entre las galerías comerciales como si su cuerpo no les perteneciese. Un empleado, o businessman como se define, termina su jornada laboral pero no parece tener lugar al que volver. Transita desde una pequeña taberna, hasta una sala mitad recreativa mitad salón de variedades, todo ello como si ningún lugar le fuese familiar como si estuviera en este mundo de prestado. Al final del día comparte una bebida con un compañero visiblemente fatigado tras jornadas de trabajo de 20 horas, los dos lamentan no ser felices, no pueden parar una rueda infernal que les lleva a sustituir vida por consumo innecesario.

Al otro lado del mundo “occidental”, la valla que separa África de la promesa de un mundo mejor. “Somos gente preparada, solo queremos trabajar”, repiten mientras que curan sus heridas producidas por las concertinas que encuentran tras el salto. “África es rica, solo nos falta la maquinaria para explotar los recursos”. Pero mientras eso pasa esperan en el monte Gurugú hasta que caiga el anochecer y en silencio recorren 10 kilómetros para llegar a la valla, si no son descubiertos antes. El salto es el punto crítico, a un lado los que han cruzado gritan “bosa”, victoria en su lengua, al otro los que tras ser agredidos o abiertos por las concertinas lloran desconsolados. Europa acabará café con leche como dice Mujica, es inevitable, no importa cuántas barreras o controles levantemos, es la historia de la humanidad.

¿Dónde va el mundo, dónde va el hombre? ¿Hay proyecto de gobernanza mundial o volveremos a ser piezas estancas de un puzzle? ¿Podremos seguir llamando democracia a nuestro sistema o tendremos que reformular un significado prostituido por el poder? ¿Ha sido la crisis una ocasión perdida o el cambio está por llegar? Más allá de estas preguntas sin respuestas lo que levanta a los protagonistas del documental no es la promesa de un mundo más ético, es la sonrisa de la hija del parado, la cerveza que comparte el oficinista japonés o la promesa de comida caliente en Europa. Una especie fragmentada, rara y preciosa, llena de sombras y de luces a punto de alcanzar la cúspide con los pies hundidos en el vacío. El soñado equilibrio queda lejos todavía, pero este documental nos lo acerca un poco más.

Sobre el autor:

Foto Francisco Romero copia

Francisco Romero

Licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Antes de terminar la carrera, empecé mi trayectoria, primero como becario y luego en plantilla, en Diario de Jerez. Con 25 años participé en la fundación de un periódico, El Independiente de Cádiz, que a pesar de su corta trayectoria obtuvo el Premio Andalucía de Periodismo en 2014 por la gran calidad de su suplemento dominical. Desde 2014 escribo en lavozdelsur.es, un periódico digital andaluz del que formé parte de su fundación, en el que ahora ejerzo de subdirector. En 2019 obtuve una mención especial del Premio Cádiz de Periodismo, y en 2023 un accésit del Premio Nacional de Periodismo Juan Andrés García de la Asociación de la Prensa de Jerez.

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