Rememorando las veladas del teatro por horas del tránsito del siglo XIX al XX, el Teatro Villamarta ha llevado a sus tablas dos títulos de zarzuela de corta duración en un programa doble como los que se ofrecían en el viejo Apolo de Madrid. Ha sido interesante la idea de contrastar una obra hoy poco habitual en los escenarios, muy característica del inicio de la zarzuela romántica de la época de Isabel II, con una de las piezas más célebres del repertorio, muy emblemática del formato de composiciones en un acto del subgénero zarzuelístico conocido como género chico.

Aunque estamos ante dos escenas costumbristas que tienen algunos elementos comunes (protagonismo femenino en el enredo amoroso, un peso importante de los personajes secundarios, elementos de la vida cotidiana que son claves en la acción) el estilo compositivo y el tratamiento literario son diferentes, lo que hace atractivo el que se pongan en comparación estas dos obras.

Antonio Reparaz (Cádiz, 3 de octubre de 1831-Reus, 14 de abril de 1886) cultivó la zarzuela con éxito, aunque su producción fue menos prolífica que la de los compositores de su generación. La Gitanilla fue creada en 1861 y estrenada en el Teatro de la Zarzuela de Madrid el 27 de septiembre de aquel año. La pieza utiliza como base la obra de Miguel de Cervantes del mismo título, en una adaptación debida a Francisco García Cuevas. Reparaz volvería a recurrir a Cervantes en dos ocasiones más: en Las bodas de Camacho (1866) y en La Venta Encantada (1871) (esta última con libreto de Gustavo Adolfo Bécquer). En la actualidad todas estas piezas han desaparecido del repertorio habitual por diversas circunstancias. Por ejemplo, su desplazamiento de las carteleras a favor de otras obras de mayor impacto popular o el desinterés que intérpretes destacados han tenido por estas partituras. Si, pongamos por caso, Ataúlfo Argenta y el sello discográfico Alhambra hubieran prestado atención a La Gitanilla con una grabación cuando hicieron la nutrida colección de registros en el período 1952-1957, quizás ahora estaría incluida en la lista de títulos consagrados en el repertorio actual.

El argumento, bien conocido a través del texto de Cervantes y que fue objeto de una adaptación al cine protagonizada por Estrellita Castro en 1940, narra cómo la astucia de Melón y una suerte de casualidades harán que Estrella encuentre finalmente su destino y su felicidad junto a Don Tello. Personajes que afilan su ingenio y que hacen de la necesidad su mejor aliado para encontrar la solución a toda la suerte de vicisitudes que atraviesan.

La Gitanilla, posiblemente objeto de atención en esta producción por el origen gaditano de su compositor, es una obra agradable pero que no llega a los niveles de calidad alcanzados por los autores de referencia de la generación de Reparaz (Barbieri y Arrieta, por ejemplo) o de las siguientes (sin ir más lejos, Chapí, el autor de La Revoltosa). En este caso, la desaparición de esta zarzuela del repertorio habitual es explicable, ya que no contiene ningún número musical de fuerza ni el contenido melódico, la escritura orquestal y la construcción de los personajes tienen la inspiración que encontramos en otras obras del género. Aunque palidece frente a La Revoltosa, es interesante desde el punto de vista musicológico su recuperación.

La soprano lírico-ligera Lucía Millán, que luego sería también Soledad en La Revoltosa, asumió el rol de Estrella. Fue la voz más destacada del reparto de esta primera zarzuela, demostrando sus cualidades canoras ya en la canción de presentación del personaje, en la que dominó las agilidades y mostró un registro agudo seguro y bien proyectado. Por otra parte, la emisión fue fluida y sólo un cierto sonido nasal empañaba la belleza intrínseca del timbre. Como actriz cumplió de modo adecuado.

El tenor Eduardo Pérez como Don Tello exhibió un canto no demasiado matizado, con una voz que tardó algo en estar colocada correctamente pero que, en todo caso, cumplió dignamente con su parte. Su mejor momento estuvo en el dúo Señor húyase pronto, aunque con cierta tensión en el registro agudo. Su prestación como actor fue poco expresiva pero sin empañar el conjunto (como Atenedoro en La Revoltosa estuvo mucho mejor).

Jesús Bienvenido como Melón estuvo más acertado en su interpretación hablada que en la parte musical, en la que, si bien mantuvo la línea escrita con musicalidad, los medios vocales eran cortos, con un registro agudo problemático y una proyección limitada que hizo que fuese inaudible en varios pasajes, por ejemplo en su intervención solista en Hace unos instantes dije. No obstante, se convirtió en el verdadero protagonista de la obra por la eficacia con la que encarnó el más agradecido de los personajes de esta zarzuela. También porque encajaba bien en el tradicional registro de tenor cómico en la línea de Gerardo Monreal, Santiago Ramalle o Gregorio Gil.

El resto de los personajes fueron servidos muy dignamente por María Ogueta como Maricastaña (que luego encarnaría a Mari Pepa en La Revoltosa), Guillermo García como Jefe de Cuadrilleros, José Luis Manzano como Don Gaspar y, con especial gracia, Domingo Mancheño como el ventero.

Los números más atractivos de la partitura son, a juicio del que escribe, las dos escenas concertantes (Aquí dice esta raya y Si se halla en esta venta), en las que la conjunción de solistas y coro fue solvente, pese a algún pequeño accidente.

La Coral de la Universidad de Cádiz, dado el carácter no profesional de sus integrantes, obtuvo unos óptimos resultados, por encima de lo esperable en formaciones de este tipo. Las voces masculinas estuvieron mejor empastadas y con un sonido más redondo, que quedó especialmente evidenciado en Si se halla en esta venta.

La Revoltosa de Ruperto Chapí ((Villena, 27 de marzo de 1851-Madrid, 25 de marzo de 1909) está basada en un libreto original de José López Silva y Carlos Fernández Shaw. Como se apuntaba al principio de este comentario, ha sido una de las zarzuelas que mayor éxito han acumulado, con múltiples representaciones desde aquella primera que tuvo lugar en el mítico Teatro Apolo de Madrid el 25 de noviembre de 1897. Es bien sabida la maestría de Chapí en géneros más ambiciosos como el sinfónico o el operístico, pero su dominio del Género Chico fue también absoluto. La ligereza e informalidad aparente de la música esconden un experto manejo de los recursos armónicos, rítmicos y melódicos. El libreto está a la altura de la partitura y constituye un elocuente cuadro de los ambientes vecinales madrileños de finales del siglo XIX.

Una ventaja que han tenido los intérpretes de La Gitanilla es la ausencia de referencias anteriores en la memoria del público con las que, inevitablemente, se puede comparar su trabajo. Todo lo contrario de lo que sucede con La Revoltosa, infinidad de veces representada y que además cuenta con memorables grabaciones discográficas debida a grandes directores. Entre otros, por ejemplo, Ataúlfo Argenta en dos ocasiones, 1952 y 1957; Pablo Sorozábal en 1963; Odón Alonso, 1967; Federico Moreno Torroba, 1968; Enrique García Asensio, 1973; Miguel Roa, en dos oportunidades, 1988 y 2001. Asimismo, existen varias adaptaciones cinematográficas de interés, como la filmada por José Díaz Morales en 1949 (protagonizada por Carmen Sevilla y Tony Leblanc), la debida al mismo autor en 1963 (con Teresa Lorca y Germán Cobos) o la firmada por Juan de Orduña en 1968 (con Elisa Ramírez y José Moreno). Por tanto, en el imaginario colectivo hay múltiples referentes que, en cambio, no se dan en La Gitanilla y que pueden condicionar la valoración de los intérpretes de la función del Teatro Villamarta.

María Ogueta fue Mari Pepa, un rol bastante más complicado de lo que aparenta porque  la intérprete tiene que encontrar un difícil equilibrio entre desparpajo, seducción, simpatía, descaro, una cierta melancolía interior y enamoramiento. Los precedentes son ilustres y colocan a las nuevas intérpretes en una situación incómoda: Ana María Iriarte, Teresa Tourné, Consuelo Rubio, Isabel Penagos, Ángeles Chamorro o Milagros Martín. La voz de Ogueta, de timbre oscuro y moderado volumen, tiene un amplio vibrato que en ocasiones juega en contra de la afinación. El registro grave es sofocado y se muestra más cómoda en el agudo, que es el que menos se frecuenta en esta parte. El enfoque interpretativo no fue el usual, optando por una actualización del personaje acorde con el vestuario contemporáneo que se empleó en este montaje.

Por su parte, el barítono Pablo López fue el que logró el nivel más alto de toda la función. Muy acertado en todos los niveles, como cantante y también como actor, lució su bien proyectada voz, de bello timbre y fraseo elegante, en la línea de los intérpretes clásicos de este personaje, como los barítonos Manuel Ausensi, Luis Sagi Vela, Renato Cesari o Vicente Sardinero (aunque algunos tenores como Alfredo Kraus y Plácido Domingo también lo han encarnado). Tanto en el célebre dúo con Mari Pepa como en la escena final se mostró muy cuidadoso con las dinámicas y el legato.

El rol de Soledad suele ser interpretado por mezzo-sopranos del tipo de Inés Rivadeneira, Teresa Berganza o Mari Carmen Ramírez. Aquí, sin embargo, se ha recurrido a Lucía Millán, una soprano lírico-ligera que, como era previsible, ha tenido algunos problemas en el registro grave porque la tessitura era demasiado baja para su tipología vocal. Antes se ha comentado su buena prestación como Estrella en La Gitanilla. Aquí quizás haya estado mejor como actriz que como cantante, y eso que tenía una de las páginas vocalmente más atractivas de la noche (Cuando clava mi moreno sus ojazos en los míos).

La construcción de los personajes en La Revoltosa está mucho mejor acabada que en La Gitanilla. Por ello, el plantel de intérpretes tenía mayores oportunidades para hacer un trabajo más destacado. Esto es aplicable tanto a los protagonistas como al resto del reparto. Así, Eduardo Pérez (Atenedoro) logró resultados más óptimos que en La Gitanilla, tanto en las partes habladas como en las cantadas. Al mismo nivel estuvieron Juan José Guerrero (Tiberio) y Daniel Pérez (Cándido). Especialmente afortunados en el cuarteto Ole Ole requeteolé. Asimismo, Antonio de Carlos (Candelas), Pepa Pérez (Encarna), Encarni González (Chupitos) y Susana Pizarro (Gorgonia) cumplieron adecuadamente, aunque ésta última estuvo muy bien como actriz pero fue inaudible en las partes cantadas.

Como ya se ha mencionado antes, la prestación de la Coral de la Universidad de Cádiz estuvo por encima de lo esperable en una formación no profesional. La particella a la que se enfrentaban aquí era larga y con múltiples exigencias musicales y escénicas, que fueron superadas suficientemente.

La Orquesta Álvarez Beigbeder, bajo la dirección de Juan Manuel Pérez Madueño, tuvo su momento más importante en las dos páginas instrumentales de La Revoltosa: el Preludio y el Intermedio, en los que Ruperto Chapí es capaz de combinar con destreza el sinfonismo de una sala de conciertos con la inmediatez y frescura de una pieza popular. El sonido no fue siempre redondo, con debilidades en las cuerdas y algún desajuste ocasional entre el foso y la escena.

La dirección artística de Miguel Cubero utilizó con inteligencia pocos elementos corpóreos y un llamativo vestuario de procedencia muy diversa que compensaba la parquedad de los medios escénicos. Se simuló que las representaciones de las dos zarzuelas estaban siendo rodadas por cámaras de cine, recurso ya explorado en bastantes producciones con éxito variable pero que aquí se materializa de forma poco adecuada, al interrumpir el discurso narrativo tan conciso y directo de estas dos zarzuelas con unos demasiado insistentes cortes por la simulación un rodaje. Terminaron molestando porque se rompía el ritmo de la acción y se fragmentaba la progresión de la trama, provocando en el espectador el mismo enojo que un corte publicitario en televisión. Hubo incluso un momento en que una de esas cámaras pasó por delante de los cantantes, desviando la atención de lo esencial.

A pesar de algunas reservas, el positivo balance general hizo que la representación fuese disfrutable, y que despertara, a juzgar por los insistentes aplausos, el interés del público del Teatro Villamarta.

La Gitanilla, de Antonio Reparaz. La Revoltosa, de Ruperto Chapí. Teatro Villamarta, 8 de noviembre de 2019. Lucía Millán (soprano), María Ogueta (mezzo-soprano), Pablo López (barítono), Eduardo Pérez (tenor), Jesús Bienvenido (tenor), Antonio de Carlos, Susana Pizarro, Daniel Pérez, Pepa Gutiérrez, Juan Guerrero, Guillermo García, Domingo Mancheño, Encarni González. Coral de la Universidad de Cádiz y Orquesta Álvarez Beigbeder. Juan Manuel Pérez Madueño (dirección musical). Miguel Cubero (dirección escénica). Producción de la Coral Universitaria de Cádiz con la colaboración del XVII Festival de Música Española de Cádiz y el Teatro Villamarta.

Sobre el autor:

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Joaquín Piñeiro Blanca

Profesor Titular de la Universidad de Cádiz. Departamento de Historia Moderna, Contemporánea, de América y del Arte.

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