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¿El objetivo? El ojo de su vida, por donde ha visto paisajes hermosos, tierras destruidas y la mejor y peor parte del ser humano. Los sentidos desarrollados y un buen café con licor, así es como Maellas se ha enfrentado al peligro y a los propios muros psicológicos y físicos que arrastra esta profesión. Ahora, afincado aquí en Jerez, está desarrollando una faceta nueva, la de escritor. Muy pronto, publicará la novela que sintetiza una gran parte de su vida profesional.

Todo profesional tiene un origen. ¿Cuál es el suyo?

Mi padre era militar republicano, y al calor de la postguerra mi familia quedó en una situación complicada. La ayuda en casa se conviertió en un factor fundamental de supervivencia. Así, ya de muy niño comencé a trabajar aquí en España, aunque pronto tomé la decisión de marcharme y en el año 66, con dieciséis años me fui a Alemania. Empecé a trabajar en una fábrica de máquinas de café. Eran muchas horas al día y lo único que me ayudaba a pasar el tiempo eran unas tarjetas que me hacía con vocabulario alemán. ¡Todo un truco para aprovechar el tiempo! Y gracias a esto, aprendí rápido el idioma y la dirección me pasó a intérprete de los 80 españoles que había allí en la fábrica. Del mono pasé a la bata blanca y de la bata blanca a la televisión alemana. El consulado de España se puso en contacto conmigo para que hiciera de traductor a un grupo de artistas españoles que venían a grabar el programa Hablemos en Español. Un golpe de suerte, porque ahí fue, realmente, donde me sedujo la cámara y donde establecí contactos con cámaras. Y claro, el siguiente paso fue la Escuela de Cine de Berlín.

Su espíritu aventurero ha buscado el riesgo en cada momento, ¿por qué reportero de guerra?

Era el año 69, por aquel entonces era la crisis del petróleo, crisis que nos ha llegado hasta nuestros días. Y yo me quedaba fascinado con los fotógrafos que volvían del Sinaí, Israel, Siria… La llamada Guerra de los Seis Días. Pero, lo cierto, es que, aunque en ese momento no pensara de cara a un futuro ser reportero de guerra, esos personajes sí me embaucaron en cierto modo. Sus historias, las imágenes, la valentía… Yo me quedaba atónito. Recuerdo que uno de ellos se me acercó y me dijo: chico, esto de la guerra es muy duro, tú no te metas. ¡Y fíjate cómo acabé!”.

"Recuerdo que uno de ellos se me acercó y me dijo: chico, esto de la guerra es muy duro, tú no te metas. ¡Y fíjate cómo acabé!”.

¿Cómo llegó TVE a su vida?

Me hicieron el contrato el 22 de septiembre de 1974. Coincidió con la independencia en cuanto a producción de la segunda cadena. Alemania también entró en crisis y decidí volverme. Me traje dos cortos que hice para poder mostrarlos, y me dediqué a enviar el currículum a todas las cadenas del mundo que vi en el directorio WordPress Book. Sin embargo, fue TVE la que me puso a prueba durante una semana. Entonces se podía hacer de todo, era la televisión pública. Eran otros tiempos y el periodismo daba oportunidades.

En el 81, cruzó el Sáhara Occidental con el Frente Polisario, ¿cómo fue vivir durante un mes en el desierto?

Fue duro, sobre todo porque enfermé muy pronto. El síndrome de la disentería. Estuve un mes sin comer y a base de té para no morir y poder sobrevivir. Los saharauis mostraron una gran fuerza, yo lo recuerdo como un viaje precioso, a mi me encantó. Nos recorrimos 2000 kilómetros. Una experiencia única en aquel gran desierto del Sáhara.

Vivir seis años en Moscú como corresponsal es todo un mérito. Sobre todo, en los años que usted estuvo, una Rusia complicada y el conflicto checheno a flor de piel. ¿Cuál fue el remedio para resistir?

La verdad es que Rusia es sombría, tétrica. Cuando llegué, los inviernos me parecían larguísimos, anochecía a las tres de la tarde. Me tenía que inventar la luz, ideas para no grabar a oscuras, tenía que aprovechar la poca que había. Al fin y al cabo, sacarla de donde fuera. Una semana fue suficiente para acostumbrarme, cuando llegas a un sitio así, hay que reaccionar rápido. Dos cosas importantes: no te puede vencer el frío y hay buscar la luz, dominarla. Profesionalmente, lo di todo. También, de aquellos años, el conflicto checheno me dio mucha pena. Pero había que afrontarlo como un trabajo más. Penurias, hambre, violencia…Las guerras son así. Me acuerdo de la primera intentona del ejército ruso, extinta ya la Unión Soviética, pero la maquinaria seguía activa. Los chechenos se acostaban en las azoteas de los edificios, yo allí, arriba, detrás del comando checheno. Siempre hay que estar detrás de alguien. Me metieron en aquel embudo y vi cómo los trincaron a todos. Toda la noche de combate. Se te tienen que agudizar los sentidos, tienes que estar atento, sin parar de captar lo importante”.
Dice que no puede bajar la guardia en esos momentos pero, ¿cómo se siente uno cuando acaba el trabajo?

Cuando acabas el trabajo es otra historia. Es duro, sí, pero lo que más me dolía era estar siempre de parte de los débiles, me gustaba trabajar más con ellos que con los fuertes. He visto cómo los han machacado y eso es lo que más me ha marcado. Son los que tienen más ganas de sobrevivir con menos medios, la impotencia se apodera de ti, pero es trabajo y no puedes solucionar nada, sólo grabar. No puedes hacer más.

Después de tanta aventura, ahora vive en Jerez y con proyecto de publicar una novela sobre su experiencia profesional, ¿cómo llegó a esa conclusión? ¿Cómo le deparó el destino a este rincón andaluz?

La aventura ha sido el motor que me ha movido por dentro. Aprendes de muchas cosas, los idiomas, la corresponsalía en diferentes países, los errores que se cometen… Y, sobre esa base, cuando te haces fuerte profesionalmente, pasas por diferentes etapas, como por ejemplo, cuando me volqué en la fotografía conceptual. El cuerpo comienza a pedirte más reposo. Y, bueno, después de la jubilación es cuando me ha venido la inspiración de escritor, creo que las estoy llevando bien al cuaderno. Aunque, realmente, la faceta de escritor se me cuaja en Colombia, en mi última etapa de mi estancia allí. Ya estaba retirado y fui víctima de un envenenamiento, el objetivo fue robarme. Aquello me dejó muchos trastornos, no sólo económicos, sino psicológicos. Decidí, entonces, venir a Jerez a descansar y a visitar a mi hermana, que vive aquí desde hace muchos años. Ahí fue cuando me dieron ganas de escribir. Lo necesitaba. Y me reencontré con la escritura. Una cosa llevó a la otra y aquí estoy, pasando mi jubilación en esta ciudad maravillosa.

¿Qué les diría a los periodistas de ahora?

Se vive otros tiempos en el periodismo. Pero yo siempre digo que hay que poner pies en polvorosa, una frase muy antigua pero que resume muy bien lo que es esta profesión. Hay que irse, verse solo, aprender idiomas. Es verdad que antes era más libre todo, ahora se depende mucho más del jefe y de lo que diga el jefe. Y eso que yo he vivido la dictadura. Pero cada vez hay menos libertad.

Sobre el autor:

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Paco Sánchez Múgica

Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

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