El Ballet Flamenco de Andalucía llega a su cuarto de siglo con un futuro incierto. Hay a quien la circunstancia no le sorprende si echa un poco la vista atrás. Después de una breve época de recobrado esplendor que parecía inaugurar el talentoso Rafael Estévez al frente de la compañía pública de danza, con tres montajes muy aplaudidos y un necesario proyecto de cantera bastante sólido, todo se vino abajo cuando en diciembre pasado anunciaba su precipitada salida de la institución por impagos en los derechos de autor por parte de su máxima responsable, la Junta de Andalucía. En los primeros días de enero pasado era la cordobesa Úrsula López, bailaora criada artísticamente en la casa —fue solista de la antigua Compañía Andaluza de Danza durante ocho años—, la que de forma provisional pasaba a coordinar el BFA.
Era también la que debía asumir compromisos previos, como por ejemplo la participación en el XXIII Festival de Jerez, donde estaba programado inicialmente Flamencolorquiano, el último montaje de Estévez que, con su dimisión, quedaba en el limbo. Puesto todo en contexto, no sabemos si por inconsciencia o por sencillo amor a la danza (o por las dos cosas), el caso es que en apenas mes y medio la bailaora y coreógrafa de Montilla ha tenido que ensamblar deprisa y corriendo un montaje que mantuviera en cartel al BFA y que, de alguna manera, preservara la dignidad del proyecto que recibía. Ayudándose de Rubén Olmo, anterior responsable artístico del ballet y Premio Nacional de Danza, ha parido en el marco del Festival Naturalmente flamenco, una suite que, lejos de parecer improvisada, funciona con coherencia y sencilla exquisitez.
Con un cuerpo de baile con cinco bailaoras y cuatro bailaores más que notables, con un trío de cantaores de garantías, un percusionista en su sitio y dos guitarras muy generosas, con buena iluminación, unos cicloramas sin estridencias y un vestuario con gusto, López no solo sale milagrosamente indemne del reto, sino que se permite, como anunció desde el minuto uno, bailar. Por seguiriya y cabal, y por alegrías de Córdoba y cantiñas. Con su habitual virtuosismo y con una fuerza interpretativa que nos cautiva, mezclando sensibilidad con un dominio de la escena incontestable.
Transiciones limpias, intención a cada entrada y salida de escena, estampas muy bellas (como esas tres batas de colas congeladas en el arranque de los tientos-tangos), y una apuesta por mantener esa senda de investigación y preservación de lo preflamenco y el folklore andaluz, en este caso de Morón y con la evocación de las falsetas de Diego del Gastor, que se empeñó en recorrer Estévez. El cierre del espectáculo es una maravilla coral, una pieza antológica que marca un punto y seguido en el frustrado trabajo del equipo anterior, y que abre un nuevo horizonte a una institución pública tan maltratada como necesaria. No en vano, de ella, desde su creación por Mario Maya hace ahora 25 años, salieron nombres que hoy son instituciones en sí mismas en la danza universal: Israel Galván, María Pagés, Rafaela Carrasco, Isabel Bayón… Poca broma.
Ballet Flamenco de Andalucía.
'Naturalmente flamenco' (**)
Coordinación artística y solista: Úrsula López. Bailaores: Borja Cortés, Álvaro Gordillo, Manuel Del Río y Federico Núñez. Bailaoras: Julia Acosta, Ana Almagro, Lidia Gómez, Gloria del Rosario y Aitana Rousseau. Guitarras: Juan Torres y Paul Vallet. Cante: Sebastián Cruz, Vicente Gelo, José Luis Pérez-Vera. Percusión: Raúl Domínguez Soto. Coreografías: Rubén Olmo, Úrsula López y todo el elenco. Música: popular y folklore. Día: 28 de febrero de 2019. Lugar: Teatro Villamarta. Aforo: Lleno.