Ana Morales baila con el gato de Schrödinger

'En la cuerda floja', concebida antes de la pandemia, adquiere todo su sentido tras el estallido y lo que ha venido luego. Baile multidimensional y distópico de una creadora al nivel de las elegidas

Ana Morales,  'En la cuerda floja'.
Ana Morales, 'En la cuerda floja'. MANU GARCÍA

Creo que Ana Morales está en ese selecto club de elegidas donde se baila hoy la danza que verás mañana. Y lo vuelve a demostrar en su nuevo montaje, En la cuerda floja. Un tour de force consigo misma y una propuesta que explica cosas sencillas desde lo más profundo y complejo. Nada por otra parte que no ocurriera ya en la obra mayor que supuso su anterior obra, Sin permiso. 

Esta producción no es aquella, pero probablemente, ni falta que hace. Cual funambulista, la bailaora/bailarina asume muchos más riesgos, más tensión y solo parece relajarse cuando su cuerpo entabla dialogo más o menos fluido con su excepcional trío de músicos. O cuando da réplica con su cuerpo al bosquejarse algún apunte de cante digital —el streaming ganó a los recitales en las peñas— en la voz de Sandra Carrasco.

El exceso de arte y ensayo, de experimentación jeroglífica, de mecánica cuántica del baile, esos momentos en los que el espectáculo decae y se vuelve frío, no impiden disfrutar del frondoso bosque que regala una vez más el estilo inetiquetable y único de Morales. Tan parecido a todo —surgió del academicismo— como único en su especie —creció en libertad, evolucionó gracias a su instinto—. Como el pobre gato de la teoría del físico Erwin Schröndiger, que estaba vivo y muerto dentro de una caja hasta que alguien pusiera su mirada en él, la agitación y sensibilidad con la que esta artista crea y la dualidad con la que se mueve, se agita, se asoma, se nutre, esta barcelonesa de raíces andaluzas hace que cuando uno va a contemplar sus espectáculos sienta que cualquier cosa puede suceder.

Y al mismo tiempo, cuando cae el telón, nos deja con cara de pasmo, sin saber muy bien qué ha ocurrido allí encima. Hasta arriba de más preguntas que respuestas. Un hecho, en fin, que exige estrujarse las arrugas del cerebro buscando sentido a algo de lo que se ha visto y oído. O pensando que, casi mejor, pa' qué... ¿El duende? O se tiene, o no se tiene, no hay más. Y es que no tomar por tonto al espectador siempre es una sabia decisión, aunque a veces sea el recurso más difícil a la hora de poner en pie una obra artística.

Decía Caballero Bonald, al que cita Félix Grande en su Agenda flamenca, que el cante es una protesta. Gala, citado en la misma página, estrujaba su acepción al asegurar que el flamenco, “como todo lo perdurable, es una queja”. Y el flamenco de Ana Morales ya se quejaba hace dos años de esas paradojas perversas de esta época distópica que nos toca vivir: el individualismo y la sobreexposición en la sociedad virtual, la incomunicación y la infoxicación, el amor romántico en los tiempos de Tinder, el ruido permanente frente al silencio y la soledad que requieren el crecimiento personal, la memoria perdurable contra el recuerdo líquido... Toda esta queja late soterrada en este espectáculo que va creciendo más y más a medida que la bailaora va mostrando sus distintas dimensiones.

El contrabajo como el sonido de un barco que zarpa hacia lo desconocido. A partir de aquí, la bailarina reptiliana, la bailaora encorsetada sin caer de su alambre, la enfermiza obsesión por bailar al filo de lo imposible, la seguiriya hecha de ausencias con las cuerdas, como quejándose, de Pablo Martín Caminero. La letanía de la soleá magmática con un José Bolita estratosférico, como esa lava del volcán que vimos luego de nacer este trabajo. Todo como una banda sonora original, casi a palo seco. La angustiosa tormenta eléctrica donde las luces juegan otra vez un papel medular en la escena y donde el cajón de Paquito González resuena a tambores de guerra. La bailaora sobre la tarima ya sola, en bucle, con los músicos saliendo de escena. Como si después de la catástrofe ya no pudiera hacer otra cosa más que seguir bailando. Predicar en el desierto, pero predicar con el ejemplo.

Su concepción tan visionaria y oceánica del arte ha provocado la inquietante coincidencia de que un espectáculo concebido justo antes de la pandemia adquiera, dos años después, toda su dimensión por culpa de un agente infeccioso microscópico que nos cambió la perspectiva de todo y truncó el orden social que conocíamos —al menos el de este lado del mundo—.

Este espectáculo de la Morales, tan aparentemente confuso, tan milimétricamente desorganizado, tan desequilibradamente bello, tan abstracto como un brochazo seco de PollockRojo, negro y plata fue su última obra, y se la regaló a su amante antes de morir—, es el orden dentro del caos. Rojo y negro, como el vestuario de la función. Un intento de comunicación, como en el paisaje devastado de Solaris, con una fuerza superior que quizás sea ininteligible para el resto de los mortales. Esa dimensión metafísica en la que su baile vive o muere en función de los ojos del que observe. 

'En la cuerda floja'

Dirección artística: Ana Morales. Coreografía: Ana Morales. Dirección escénica: Roberto Olivan, Ana Morales. Colaboración: José Quevedo Trío. Baile: Ana Morales. Guitarra: José Quevedo "Bolita". Percusión: Paquito González. Contrabajo: Pablo Martín. Diseño de iluminación: Benito Jiménez. Sonido: Gaspar Leal Barker. Regiduría y maquinaria: Jorge Limosnita. Diseño de escenografía: Roberto Olivan, Antonio Godoy, Ana Morales. Realización de escenografía: Antonio Godoy. Producción ejecutiva: Ana Morales. Distribución: Artemovimiento, Daniela Lazary. Producción: Elena Martín. Lugar: Teatro Villamarta. Fecha: 22 de febrero de 2022. Hora: 20.30 horas. Aforo: Media entrada.

Sobre el autor:

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Paco Sánchez Múgica

Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

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